Una de las grandes lecciones que deja el COVID-19 es la necesidad de hacer reformas en sectores tan sensibles como educación, salud, pensiones e informalidad, entre otros. Hacerlas es difícil. Una reforma es un cambio y no es fácil llevarlo a la práctica ni tampoco se puede hacer rápido.
Hoy damos por hecho algunos rasgos de la economía que en su tiempo necesitaron reformas: la estabilidad monetaria, la responsabilidad fiscal y los bajos niveles de deuda pública como porcentaje del PBI son ejemplos. Ellos configuran la solidez macroeconómica que sin duda debemos mantener, pero que no se han manifestado como quisiéramos en el aumento de la calidad de vida de los ciudadanos. La razón es que no se han reformado los sectores que justamente conectan los resultados económicos con el bienestar. La “buena economía” no fue, no es, ni será suficiente. Hay que construir sobre ella.
El primer elemento para lograr poner en marcha una reforma es el consenso de la mayoría de los actores involucrados. No puede hacerse por un conjunto de iluminados. De hecho, como todo cambio, las reformas enfrentarán el rechazo de algunos grupos de interés que no estarán dispuestos a perder los privilegios que reciben con el estatus quo; pero, más de lo mismo no es solución.
El segundo elemento es la forma de hacerlas; comenzar por proyectos pilotos en áreas específicas y no en temas tan grandes como pretender reformar todo el sector salud. La población tiene que ver primero resultados para luego apoyar la extensión del piloto a todo el país. Este elemento se eslabona con el tercero. La única manera que una reforma tenga apoyo poblacional es que la ciudadanía vea resultados. Solo así creerá.
El cuarto elemento es una adecuada comunicación por parte de los responsables de implementar las reformas. La ciudadanía tiene que saber qué se va a hacer, cómo se va a hacer, en cuánto tiempo se esperan resultados, etc. Las reformas significan cambios y si vamos a cambiar, sopesaremos los beneficios y costos del cambio.
Siempre habrá oposición a las reformas, pero muchas veces no se sabe a qué ni por qué. Sin embargo, es un tema que tendrá que trabajar el gobierno que asuma el 28 de julio, con una agenda clara, en especial en el campo social. Si existen metas económicas, ¿Por qué no existen en el campo social? La gente se opone a las reformas cuando no “siente” las mejoras.
En quinto lugar, la credibilidad es clave; por eso la mayoría de reformas se hacen al comienzo de los gobiernos y no hacia el final. El “cuándo hacerlas” importa tanto como el “cómo hacerlas”. Las reformas no se pueden hacer en un contexto donde la credibilidad de las autoridades está en caída. Por eso, aprovechar los buenos tiempos para hacer reformas es clave.
Los impactos de una reforma no son de corto plazo. Los gobiernos y los congresos deben ser conscientes de ello. Algún gobierno posterior obtendrá los beneficios. ¿Estarán dispuestos a ello?