Martin Scheuch

Abusos de monjas

"Abusos en congregaciones de monjas los ha habido desde que éstas existen, no obstante que esos abusos rara vez han sido considerados como tales y han sido camuflados bajo el manto del sacrificio y la entrega amorosa."

Recientemente ha sido publicado en Chile el libro-reportaje “Siervas – El historial de abusos de las monjas del Sodalicio”, escrito por la periodista chilena Camila Bustamante, quien también alguna vez fue candidata a las Siervas del Plan de Dios, la congregación de monjas fundada en 1998 por Luis Fernando Figari, el otrora cuestionado líder del Sodalicio acusado de múltiples abusos en perjuicio de jóvenes. Y así como Figari dejó su impronta venenosa en la institución para varones que fundó, impronta de la cual el Sodalicio no se ha podido desprender hasta el día de hoy, así también parece haber destilado su ponzoña en la congregación de monjas, que en su doctrina, espiritualidad y disciplina resulta ser como un espejo del Sodalicio pero en femenino. Y que también ha tenido su Figari con tetas, ovarios y vagina, según lo que narra el libro: la hermana Andrea García, la primera Sierva, quien después de perpetrar y avalar la vorágine de abusos y su reguero de vidas heridas y destrozadas, decidió hace pocos años dejar la congregación y dedicarse a los menesteres de este mundo.

Aunque quien lea el libro se puede sorprender ante los abusos físicos y psicológicos —e incluso sexuales— allí narrados por mujeres sobrevivientes que pasaron por la congregación, a mí me ha dejado un cierto resabio a déjà vu, a algo antes visto y no tan novedoso. Pues abusos en congregaciones de monjas los ha habido desde que éstas existen, no obstante que esos abusos rara vez han sido considerados como tales y han sido camuflados bajo el manto del sacrificio y la entrega amorosa. A lo largo de la historia, no ha sido común que a las mujeres se les preste voz, menos aun a las religiosas, para denunciar las arbitrariedades de las que han sido víctimas.

Si nos remontamos a la Francia del siglo XVIII, donde todavía se obligaba algunas mujeres a emitir sus votos religiosos aun cuando no tuvieran vocación, nos encontraremos con una obra maestra, la novela “La religiosa” (“La religieuse”) escrita por el filósofo enciclopedista Denis Diderot (1713-1784).

El hecho real en que se basó el relato de Diderot fue el de la monja Marguerite Delamarre, que buscaba ser dispensada de sus votos y llevar una vida normal en la sociedad. Para ello contaba con la ayuda del marqués de Croismare, que intentó liberarla usando de su influencia política. Fracasó y Marguerite fue obligada a permanecer en el convento durante el resto de sus días. Ante ello, Diderot decidió gastarle una broma al marqués, y le escribió cartas que supuestamente eran redactadas por una tal Suzanne Simonin, la cual le pedía ayuda al noble francés para anular sus votos y escapar de una vida miserable en el convento en el que había sido recluida contra su voluntad. Diderot aprovechó las cartas para criticar el hecho de que se enviara a jóvenes a los conventos con el fin de evitar molestias en las familias pudientes, además de describir la corrupción en el clero y las instituciones religiosas. Cuando al fin reveló al marques de Crosmaire que era él quien había escrito las cartas y que la tal Suzane Simonin no existía, el marqués no pudo más que reírse. Pero lo que salió de todo esto fue algo serio. Diderot juntó las cartas y construyó con ellas una novela epistolar al estilo de la época, que sólo pudo ser publicada en 1796 después de su muerte.

No he leído la novela, pero sí he visto las adaptaciones al cine que se hicieron de ellas, la primera en 1966 por el cineasta francés Jacques Rivette; la segunda en 1986 a cargo del italiano Joe D’Amato con el título de “La monaca nel peccato” (conocida en España como “Una monja en pecado”) y la tercera realizada por el francés Guillaume Nicloux en 2013.

En las tres aparece Suzanne Simonin como una mujer que es producto de un affaire extramarital de su madre y es enviada sin tener realmente vocación a un convento, donde gozará de las preferencias afectivas de la Madre Superiora, que sufre de una enfermedad grave, y de la envidia e intrigas de su sucesora, quien le hará la vida imposible porque ve en ella una competencia en los afectos de la Superiora. Suzanne será sometida a castigos, aislada, obligada a ayunar, e incluso se llegará a creer que está guiada por el demonio y que debe ser evitada —y maltratada— por las demás hermanas de la comunidad. Tampoco faltará en ninguna de las tres adaptaciones la presencia del afecto lesbiano de una monja hacia Suzanne y el intento de abusar de ella, así como un sacerdote sin vocación que aprovechará la situación vulnerable de la monja para intentar entablar una relación afectiva, que en el caso de las dos primeras adaptaciones tiene claras connotaciones sexuales.

El film de Jacques Rivette, sin duda la mejor y la más fina de las adaptaciones, fue objetado desde su rodaje por círculos de la Iglesia católica, que lo consideraban blasfemo. Lo cierto es que la película obtuvo dos veces la requerida “visa d’exploitation”, es decir, el permiso para proyectarla en cines, y las dos veces el Ministro de Información Yvon Bourges bloqueó esta decisión. Otro Ministro de Información posterior, Alain Peyrefitte, argumentó que el film hería de manera grave los sentimientos y la conciencia de una gran parte de la población. Intelectuales como la periodista Françoise Giroud y el cineasta Jean-Luc Godard protestaron contra la censura, y finalmente el escritor André Malraux, quien había asumido el cargo de Ministro de la Información, dio permiso para que el film fuera exhibido en el Festival de Cine de Cannes, donde obtuvo una nominación a la Palma de Oro. Este hecho le abrió la puerta a las exhibiciones cinematográficas en Francia, que se iniciaron en julio de 1967, obteniendo el film un relativo éxito.

La adaptación de Joe D’Amato es la que más libertades se toma respecto al texto original de la novela. Pero también es la versión más escabrosa y sórdida. Pues la cinta se ubica dentro del subgénero de explotación de monjas en conventos, dirigido al público adulto que acudía a los cines de segunda donde se ofrecían filmes cargados de violencia, sexo y sensacionalismo. Y si bien D’Amato sabe utilizar muy bien los códigos del lenguaje cinematográfico con una exquisitez que no encontramos en otros cineastas más pedestres y vulgares, su cinematografía está plagada de películas sensacionalistas sin restricciones, que van desde el terror sanguinolento hasta el erotismo e incluso la pornografía. Y eso se nota en este film que, si bien no es pornográfico, en ocasiones se le va la olla. Suzanne es violada por su padrastro en la primera escena, la afección de la Madre Superiora es gráficamente lesbiana, no hay reparo en mostrar desnudos de monjas e incluso una monja masturbándose frente a la estatua de un santo, se ve el sadismo de las monjas cuando azotan con crueldad manifiesta a Suzanne, se hace hincapié en la falta de control que algunas monjas tienen sobre su sexualidad. No obstante, ninguno de estos hechos aparece como inverosímil y se evidencia la crítica a la hipocresía y la doble moral del estamento religioso y clerical de la Iglesia, sobre todo en la impactante escena final del juicio, donde casi todos los testigos mienten a fin de salvaguardar la imagen de la institución eclesiástica, aunque tenga que ser condenada una inocente.

Parece que en la década de los 80 los tiempos ya habían cambiado, pues el film de D’Amato, a diferencia del de Rivette, no sufrió ningún tipo de censura, no obstante que tenía un enorme potencial para herir la sensibilidad de más de un católico mojigato.

El tercer film, de estilo clásico y académico, es quizás el más mesurado de todos, aunque se aparta al final de la trama original urdida por Diderot. Y más acorde con los tiempos actuales, presenta a Suzanne como una mujer que lucha por su derechos y al final logra escapar del convento y encontrar el lugar de residencia de su padre, quien había muerto el día anterior. No ocurre lo mismo en el film de Rivette, donde si bien Suzanne logra escapar, es acogida por una matrona dueña de un burdel y termina lanzándose por la ventana a fin de evitar una vida indigna. Y en la película de D’Amato Suzanne es condenada a muerte, acusada de haber hecho un pacto con el Diablo y ser una endemoniada.

Lo cierto es que, después de leer el libro “Siervas”, las historias que presentan estas películas ya no me parecen tan ficticias y lejanas de la realidad. Pues cada vez ocurre con mayor frecuencia que detrás de un gran ideal heroico, pero alejado de la vida de los mortales comunes y corrientes, se oculte una gran tragedia. O un gran infierno.

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mujeres, Religión, Sodalicio

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