Lerner, Roberto

Doble oro y juguemos a la ronda

"Kimberly llega a la cima a punta de esfuerzo sostenido, vocación y fuerza de voluntad, al margen de los reflectores que engríen a quienes practican otros deportes mucho más taquilleros"

Una joven peruana llega a la meta en primer lugar y se impone sobre el resto de sus pares dándonos dos medallas de oro —nadie ha logrado dos preseas máximas en el mismo torneo— en el nivel mundial. ¿Su especialidad? Marcha atlética. Entre correr y caminar. Mucho autocontrol y disciplina. Su madre nos cuenta que combina el sentido de pertenencia a la familia y la capacidad para tomar distancia de ella cuando se trata de concentrarse en su preparación para la  competencia. Dice su progenitora que a Kimberly García, de 28 años, la esperan con su comida preferida, la pachamanca, un alimento que viene de y se hace en la tierra.

Como otra junina —Gladys Tejeda, 35, notable maratonista— Kimberly llega a la cima a punta de esfuerzo sostenido, vocación y fuerza de voluntad, al margen de los reflectores que engríen a quienes practican otros deportes mucho más taquilleros, aunque alimentan mucho menos nuestro orgullo colectivo. De hecho, la mayor parte del tiempo deprimen la autoestima nacional. Maratón y marcha atlética pueden generar poco dinero, no se insertan en una industria billonaria, no se cuelgan de una burocracia dorada, pero dan —al igual que algunos deportes que se hacen sobre las olas— a este pobre país minero que es el Perú, más oro, plata y bronce —en medallas— que todo el resto juntos.

Se trata de desempeños de largo aliento, altísimos niveles de concentración, capacidad de mantener el curso en función de una meta lejana, habilidad para dosificar las fuerzas, posponer lo inmediato en aras del largo plazo, poner entre paréntesis el ego y resistir las tentaciones del entorno que seduce, rechaza, soborna. Lo que se necesita para avanzar, para llegar lejos, para convertir el mero movimiento en verdadera acción. Lo que, cuando hay un marco estable, reglas razonablemente impersonales, incentivos generosos pero imparciales, responsables que se hacen cargo de consecuencias y dirigentes que promueven un interés común trascendente, permite que los esfuerzos colectivos rindan frutos.

Mientras nuestras corredoras y surfistas compiten y conquistan, como en distintos rubros del quehacer humano hacen o tratan de hacer millones de compatriotas, los actores oficiales, quienes ejercen la autoridad, representan, producen y ejecutan la ley, los que transmiten y comunican la realidad, en su gran mayoría, juegan a la ronda.

Tomados de la mano —sí, a pesar de que juran odiarse y enarbolan principios que se contradicen— dan vueltas interminablemente, preguntando de tanto en tanto a alguno de los lobos que encarnan sus temores y odios si ya está listo para destruir la sociedad que ellos representan o quieren representar. Dispuestos a salir corriendo despavoridos cuando haya peligro real a sus intereses. Dispuestos, igualmente, para volver a enlazarse en la ronda, sin importarles los esfuerzos y eventuales conquistas del resto de ciudadanos, que muchas veces torpedean y entorpecen.

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