[Migrante al paso] No tenemos alas, es obvio, pero a veces me gustaría portarlas, sacudirlas y tomar vuelo. Arriba de todo, sin preocupaciones, con el potente viento alejando mis problemas. De niño, fantaseando con super héroes inventados siempre quise volar. Las aves me generaban admiración, salvo los gallinazos que me daban un poco de asco. Éramos niños, yo y mi hermano, nos habían regalado una honda para jugar tiro al blanco. El aburrimiento en un niño puede ser cruel. Estábamos disparándole a ramas, piedras, cualquier cosa era nuestro objetivo. Frente a nuestra ventana se posó una paloma, común y corriente. Nos miramos y la quisimos usar de blanco. En ese momento entró mi madre y nos dio unos alaridos que jamás olvidaré, y lo agradezco. Desde ese momento me di cuenta de que los animales son sagrados y se les debe proteger. Solo dejarlos ser. Ya se imaginarán cómo nos habrá gritado mi madre, daba miedo cuando se molestaba. Buena lección.
Lamentablemente, en base a estudios, estos sueños infantiles, como volar, son truncados muy rápido y de manera abrupta. Te cortan las alas. El otro día almorzando con mi familia, conversando con mi mamá, que es una enciclopedia andante, me comentaba sobre un artículo en que las niñas pierden ese anhelo de querer ser rockstars, astronautas, cirujanas, formas de vida similares a los héroes, pierden el anhelo a muy temprana edad comparado con el género masculino. Sentí tristeza porque esto no es una decisión propia de las pequeñas, es el ambiente quien trunca sus aspiraciones. Cuántas mujeres en la historia han sido arrimadas a pesar de haber sido piezas fundamentales.
Una sociedad, una historia y una cultura que ha minimizado a la mujer por tanto tiempo tiene consecuencias trágicas. Lo peor es que no puedo entender estas problemáticas, van más allá de mí, no he sido mujer, no sé lo que es un parto, no sé lo que es que te acosen diariamente y no sé lo que es que te den menos oportunidades. Lo que más me molesta es que hay mucha gente que no tiene la empatía de dejarlas ser ellas mismas, hacer lo que quieran con sus cuerpos, son suyos y de nadie más, y que luchen por sus oportunidades; es un problema radical y merece medidas radicales. Todos deberíamos ponernos en su lugar y apoyar los movimientos de reivindicación de la mujer. Lamentablemente, la masculinidad frágil abunda y en nuestro país, en exceso. Un país de hombres miedosos, abusivos, insectos que se aprovechan de niñas, un país de violadores. Si fuera por mí, que los amarren a una piedra y los tiren al mar.
Por este tipo de cosas siempre pienso en las heroínas y héroes. Pienso en la posibilidad de que exista una mujer capaz de volar o un hombre que pueda saltar muy alto. Sería todo mejor. Esta idea del vigilante que se sale de la norma y ley por el bien común es fascinante. Alguien que detenga todas estas salvajadas. De viejo, luego de terminar de conocerme, me gustaría formar un grupo que se encargue del cuidado infantil y con la fiereza que requiere. Donde no quede eslabón suelto. Ni sabandija violadora esté impune. Por ahora es sólo uno de mis sueños, tal vez lo logre. Me falta mucho tiempo de vida y tengo la suerte de que nunca me quitaron la capacidad de volar. Muchos lo ven como inmadurez, otros como libertad, yo sólo me divierto. Una vez salía con una chica y le dejé de gustar porque le dije que mi sueño era cambiar el mundo, en ese momento lo decía en serio, pero lo tomo como si aun fuera un niño. Fue hace mucho así que efectivamente era más infantil.
No es por resaltar a las mujeres de mi familia, pero sí que son poderosas. Mi madre es campeona mundial de Karate, bailarina profesional de Flamenco, psicóloga, excelente cantante y no se achica por nada, es una defensora valiente y como madre, la mejor. Mi abuela, de un metro y medio, agarró a carterazos a un ladrón que le quería robar a otra chica, crió a sus hermanas, una enana querida por todos y de la vieja escuela barranquina. Se gana el amor de todos y posee una de las inteligencias más agudas que conozco. Entre ellas intercambian libros como si fueran caramelos. Ellas fueron las superheroínas con las que crecí. Las que mandan. De hecho, mis tías abuelas le dicen la comandante a mi madre. Quiero que todas las mujeres puedan tener ese potencial de vida, esa fiereza, ese frenesí vital, y como dice Mercedes Sosa, que posea la extraña manía de creer en la vida.
En esa misma comida que comenté, estaba en la pantalla Simon Biles y su equipo antes de su presentación olímpica. Aparte de su estilo genial, y su habilidad pródiga, emana un aura de poder y superación que ya quisiera tener. Hasta me estaba enamorando de la gimnasta de 27 años. Ahora le demuestra al mundo, junto a Beacon, su perro terapeuta, que una mujer puede conquistar el mundo. Ella junto a otras atletas revelaron el abuso de parte de su centro deportivo donde a pesar de las denuncias, los aparatos policiales no hicieron nada. Durante las olimpiadas pasadas, debido a ataques de pánico, tomó la valiente decisión de poner su estado emocional por delante y se retiró. La fuerza que eso demuestra es inimaginable. Ahora volvió y con todo lo que tiene, grandeza.
Demos nuestro apoyo por el anhelo de un mundo de superheroínas. Es necesario que esta situación ridícula cambie. Que en pleno siglo 21 siga rigiendo una aproximación machista es nefasto. Va en contra del progreso en todo sentido. Hago un pedido que no le cuesta a nadie: solo piensen un poco y se darán cuenta de qué es lo que se debe hacer.