Lo más cerca que estuve de un monstruo

“En ese momento, me di cuenta de que algo andaba mal. Gracias a mi familia, había aprendido a confiar en mi instinto y, si sentía este tipo de miedo peculiar, debía alejarme. Lo hice. Él también se dio cuenta de que yo no era una potencial víctima“

[Migrante al paso] Las hojas de comunicados estaban aplastadas en las esquinas y entre los cuadernos de colores. Los enormes libros de ciencias e inglés tenían las páginas maltrechas a la vista. Todo estaba empolvado y desordenado. Lo abrí porque estaba metiendo aún más comunicados.

—Ese es tu locker —me exclama una piltrafa alta con bigotes de tres pelos.

—Sí.

—Eso es un reflejo de tu vida —me dice, aleccionándome.

Me daba mala espina. Sabía quién era, pero no tenía ninguna materia con él.

Claaaro, más bien es un reflejo de lo poco que me importa. Mi vida es otra —le respondí de manera desafiante. Era un niño rebelde y no perdía oportunidad alguna, sobre todo con personas que despertaban en mí un instinto de defensa o huida.

Nuestros sueños y expectativas van perdiendo forma con el paso del tiempo. Enfrentar ese lado infantil contra la realidad no es poca cosa. Perdemos valores y, sin querer, nos volvemos fantasmas de lo que queríamos ser. Te das cuenta de que no todos tienen este conflicto; así como, lamentablemente, algunos deciden extirparse por completo de lo que llamamos mundo. No es necesariamente que se den por vencidos. Hay algo más. Le pido a quienes lean esto que jamás dejen sin respuesta a algún ser querido que se ha alejado. Felizmente, no he tenido que sufrir una pérdida de esa magnitud y circunstancia.

Al año siguiente, era necesario aprobar un trabajo que duraba todo el año. Mi asesor fue ese ente con aura oscura. Ya había escuchado de amigos que habían sido invitados a su casa para fumar marihuana, cómo les decía a los alumnos que una vez que una chica menstrua ya es una mujer. Pavel era su nombre perverso, pero sus alimañas no funcionaban con chicos desafiantes. Lo que nunca entendí es por qué los otros profesores no sospechaban o si, tal vez, yo debí hablar.

Solo me presenté a la primera asesoría. Hasta el día de hoy siento repugnancia. No pasó nada, pero el ambiente era turbio y asqueroso, como si en el recuerdo aquel hombre tuviera cuernos y patas de cabra y yo fuera un pequeño fantasma cuya inocencia no le permitía entender, solo enfrentar.

Era una tarde típica limeña, nebulosa y sin luz. El salón de biblioteca tenía solo unas ventanillas arriba de los estantes que daban hacia el pasillo. Cuando llegué, él aún no se encontraba ahí. Pasaron 15 minutos.

—¿Ya tienes la ficha con la problemática y la tesis? —me preguntó sin siquiera saludar ni sentarse. Había entrado bruscamente al lugar más silencioso de todo el colegio.

—Aún no la tengo, pero he traído un esquema —mi trabajo iba a tratar sobre la Revolución Cubana, algo que parecía molestarle. Recibí la misma mirada punzante que ya había sentido por ser un niño blanco y con privilegios. Aún era muy chico para entender todo el trasfondo sociológico detrás de esas miradas. Conocía la teoría, pero no la praxis. En ese momento, me parecía interesante e incluso admirable aquella revolución, pero no era más que un crío. Ahora tengo más claro que nunca que admirar a alguien como Fidel Castro es ridículo y poco inteligente. Solo un ignorante o necio podría defender a esa calaña de gente. Va más allá de las posturas políticas o ideológicas. Si tu bandera está de ese lado, tienes que darte cuenta de que estás del lado de lo indefendible.

Bueno, este ser —porque para mí no tiene las características para llamarlo persona— era uno de esos necios, y mucho peor.

En ese momento, me di cuenta de que algo andaba mal. Gracias a mi familia, había aprendido a confiar en mi instinto y, si sentía este tipo de miedo peculiar, debía alejarme. Lo hice. Él también se dio cuenta de que yo no era una potencial víctima. De haber intentado algo, yo era capaz hasta de morderle el cuello y clavarle la primera cosa afilada que encontrara.

Lamentablemente, vivimos rodeados de estos depredadores y esa no fue la única vez que sentí ese miedo. Nunca fui víctima, pero sí me percaté, y a veces pienso en que tal vez pude hacer algo. Lo pienso sin culpa porque solo era un niño.

Este ser despreciable llamado Pavel era un pedófilo con antecedentes, y no sé cómo mi colegio lo pasó por alto. Prefiero pensar que simplemente no eran muy capaces, lo mismo que pensaba cuando era niño. La mayor labor de una escuela es el bienestar de los niños que forman parte de la institución; eso es mucho más importante que aprender a sumar o leer libros. En mi colegio hubo víctimas y, por respeto, no ahondaré en detalles.

Pero sí me gustaría advertirle a la gente que estos monstruos escogen a sus víctimas, tienen olfato para reconocer inseguridades. Siempre están presentes, desde los colegios hasta dentro de las propias familias. Nunca bajen la guardia cuando tengan que cuidar a algún pequeño cercano.

En muchos lugares me he sentido un fantasma. Me di cuenta de que no podía escapar de esa naturaleza diáfana. De hecho, uno de mis primeros apodos fue Gasparín, el fantasma blanco y sin pelo. Pero en un colegio no deberías sentirte así. Era de los chicos que tenían poder dentro de las clases, por saber pelear, jugar fútbol y tener un hermano mayor; aun así, mis recuerdos son fantasmagóricos. No era un niño fácil de tratar, pero sí uno que se daba cuenta de las cosas.Aprendí a observar y me di cuenta de que hay adultos que prefieren hacerse los locos antes que enfrentar lo que debe combatirse. Para mí, son unos cobardes, y mi colegio estaba lleno de ellos.

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