Francisco Sagastil

Así se negoció la presidencia de Francisco Sagasti

El partido de Julio Guzmán se ha redimido. De aquella bancada que fue lorneada, por lenta, en la elección de la Mesa Directiva de febrero hoy apareció un grupo que puede golpear a tiempo para quedarse con el premio mayor. Este es el detrás de cámaras de los últimos dos días en el Congreso, desde tienda morada.

Si te ofrecieran ser presidente de un país en crisis, ¿aceptarías? Es sábado, casi medianoche, cuando Julio Guzmán levanta el teléfono y llama a Gino Costa para hacerle ese pedido. Hace veinte años que la democracia peruana es como un borracho que camina al borde del abismo, pero no se cae. De alguna manera, siempre pega una pirueta y se ríe del peligro.

Ese sábado, sin embargo, la democracia tiene todo listo para irse a pique hacia el despeñadero. Ya ha pasado casi una semana desde que vacaron al presidente, han muerto dos personas protestando en las calles y miles de jóvenes todavía siguen siendo baleados por la Policía. El país está saliendo de una pandemia para entrar en una crisis económica.

Aún así, Costa conversa brevemente con Guzmán y acepta su propuesta. Irá como candidato para asumir las funciones de presidente de la República.

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En los días previos, el Partido Morado había puesto todos los huevos en la canasta del Tribunal Constitucional (TC). La consigna, consensuada entre sus dirigentes, fue presionar públicamente para que allí se revirtiera la vacancia. Que Martín Vizcarra continúe con su gobierno hasta el final les parecía la salida más factible. Recién el sábado por la noche comprendieron que quizás les iba a tocar gobernar a ellos mismos.

Puestos a decidir, Costa tenía dos características que lo colocaban por delante del resto de su bancada. Así lo explican tres fuentes de alto rango en el escalafón morado. La primera: sus años en la política. La segunda: que no está inscrito en el partido. Con esto último buscaron garantizar que el Ejecutivo se maneje con cierta ‘independencia’, dicen las fuentes. O al menos, que ese sea el mensaje.

Pero la iniciativa les duró bien poquito. En la mañana del domingo, Costa llegó a la Junta de Portavoces con el bolo fijo de los morados para presidir la nueva Mesa Directiva del Congreso y, con las mismas, fue obligado a retirarse. Luis Valdez, de Alianza para el Progreso (APP), reclamó que solo debían permanecer los voceros titulares de cada bancada. Por el Partido Morado se quedó Francisco Sagasti.

Las bancadas que habían vacado a Vizcarra no estaban dispuestas a darle la presidencia a alguien a quien consideraban ‘demasiado vizcarrista’. Costa, que hace un año le cedió su escaño a Salvador Del Solar para que presente la cuestión de confianza con la que se disolvió el anterior Congreso, fue vetado inmediatamente. ¿El problema? Tampoco podían volver a repartirse el botín entre ellas. La calle solo aceptaría una nueva Mesa Directiva con congresistas no vacadores. Y la única bancada que había votado en bloque en contra de la vacancia era la morada.

Durante toda la negociación, los morados tuvieron la ficha de la calle como ventaja: de una u otra forma iban a tener que aparecer en la foto. La pregunta era quién lo haría. Junto a Gino Costa, en la mañana del domingo comenzó a circular una opción que agradaba más al resto del Congreso: Carolina Lizárraga. Hacia las 10 de la mañana del domingo, su nombre desató una guerra de bases moradas en Twitter, que arrastró a varios periodistas. Las que no la querían hicieron significativamente más bulla.

Fuentes cercanas a la negociación confirman que Lizárraga fue propuesta por las bancadas sin que ella lo pidiera. Para adivinar el porqué no hace falta ser un gran analista político. Lizárraga tiene una encarnizada disputa interna con Guzmán desde hace varios meses. No acude a las reuniones del Comité Político y casi no interactúa con otros miembros de la cúpula partidaria. En septiembre, el ala guzmanista emitió un comunicado acusándola de “traición” y “sabotaje”.

Apostar por Lizárraga era la única movida disponible para poner a los morados en jaque: o darle poder a la rival de su líder o mandar el mensaje de que su primera prioridad no era salir de la crisis. En el Partido Morado la decisión siempre fue no respaldarla. Y eso nunca se puso en duda, ni cuando parecía que no tendríamos presidente por varios días. “Yo no he pedido ningún cargo”, escribió luego ella, en su cuenta de Facebook.

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Hacia el mediodía del domingo, la negociación empezó a ponerse mucho más dura. En las calles (y en las redes sociales) el repudio al Congreso se sentía cada vez más pesado. Al Partido Morado también le llovían las críticas por su incapacidad para cerrar una lista y ganarla por la fuerza de los votos. El país necesitaba un nuevo presidente, sin excusas de por medio, y los dirigentes morados estaban preocupados.

Poco antes de las 12, empezó lo que llamaremos la ‘pequeña debacle’ del guzmanismo. A esa hora Julio Guzmán publicó un comunicado en el que ofrecía lo siguiente: que Sagasti asuma como presidente encargado, que convoque rápidamente a un pleno para anular la vacancia y que Vizcarra regrese a tomar el mando del gobierno. Tres horas después, la bancada lo contradijo y tuiteó algo distinto: proponían a Sagasti como presidente, pero de toda la transición.

“Ese comunicado [de Guzmán] fue un error garrafal”, dice una fuente. Otras dos confirman que los congresistas morados vieron en ese mensaje un riesgo grande: seguir pegados para siempre a la etiqueta de ‘vizcarristas’. Además, aseguran que para entonces la figura de Vizcarra –contra quien ya se había dictado impedimento de salida– les pareció demasiado manchada. ¿Tenía sentido pedirle que vuelva? Julio Guzmán, que ya había conversado sobre el tema en la interna, se allanó y respaldó la nueva decisión de su bancada.

En la negociación posterior, ese comunicado crispó los ánimos de los demás congresistas. A estos les era muy difícil quitarse la idea de que darle la Mesa Directiva al partido de Guzmán era proceder automáticamente con la restitución de Vizcarra. “Nos costó mucho revertir esa percepción, convencerlos”, cuenta otra fuente.

Luego vinieron una serie de sucesos inexplicables. Sin poder conseguir el domingo los votos suficientes para su lista, Sagasti estampó su firma como primer vicepresidente en la de Rocío Silva Santiesteban, del Frente Amplio. Esta candidatura generó un intenso debate en redes: muchos la acusaban injustamente de ‘radical’. En la interna morada la percibían como una persona ponderada, sí, aunque igual tenían algunas reticencias porque era de izquierda.

Luego –pese a ser un hombre muy cuidadoso– Sagasti solicitó sacar su firma de la lista alegando haberla puesto con demasiado apuro. ¡Pero horas después volvió a meterla! Finalmente, el Congreso cerró el domingo con una actuación vergonzosa: no aprobó nada. Y un botón: APP volvió a traicionarse a sí misma. Luego de anunciar que respaldaría en bloque la lista, 7 de sus congresistas se abstuvieron.  No habría humo blanco hasta el lunes.

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Aquí hay que hacer una breve pausa para recordar una historia más antigua. En febrero de este año, los morados tuvieron la primera negociación parlamentaria de su historia como partido. Fue por la Mesa Directiva y perdieron contra la fórmula que acaban de expectorar. La falta de reflejos políticos –la indecisión, en realidad– les costó caro aquella vez. Luis Valdez, hasta hace tres días primer vicepresidente del Congreso, les dijo públicamente que las negociaciones en el Congreso son como “el juego de las sillas”. Y que ellos se habían quedado sin sentarse en alguna.

Anteayer, en un momento crucial para la historia del país, el Partido Morado parecía enfrentarse a lo mismo: a que los agarren de lornas. Pero debemos recordar que esta vez tenían una ficha clave bajo la manga, la calle. Apoyados en ella, en la habilidad de negociación de algunos de sus congresistas y en una movida audaz decidida la noche del domingo pudieron revertir lo que parecía una nueva derrota parlamentaria.

El consenso que alcanzó ayer la nueva lista presidida por Sagasti se empezó a gestar hace dos días. Fuentes de la bancada aseguran que el domingo ya se empezaron a acercar congresistas para adelantarles que estarían dispuestos a darles un voto. No se llegó, sin embargo, a cocinar nada concreto. La semana terminaba en suspenso.

Entonces, en la noche Julio Guzmán puso en marcha una inteligente estrategia de choque elaborada junto a los miembros de su Comité Político, vía chat de Telegram. Su partido dejó atrás los remilgos previos, que habían llevado a sus congresistas a asumir que no podrían ser gobierno, y presentó una lista compuesta únicamente por militantes. La presidía Sagasti y la integraban Zenaida Solís, Angélica Palomino (Piura) y José Antonio Nuñez (Arequipa).

La presencia de estos dos últimos congresistas regionales era un mensaje en clave, también. Ambos se habían alineado con Lizárraga en votaciones sobre temas mediáticos previamente, pero reconocían mediante su firma el compromiso con el ala guzmanista del partido. Lizárraga aún apela en su precandidatura presidencial a las bases regionales.

Además, Guzmán se presentó en medios criticando el accionar del resto de bancadas. La estrategia buscaba recuperar el terreno alto; la posición de poder en la negociación. ¿El ficha-candado bajo la manga? Vale repetirlo: la calle. El mensaje era este: si no apoyaste mi lista, atente a las consecuencias. Las bancadas respondieron rápidamente.

“Ha sido una medida de presión”, explica un congresista de Acción Popular. [Los medios y los manifestantes] nos iban a agarrar como piñata. Eso hizo que las bancadas presionáramos a nuestros voceros para encontrar consensos”, asegura. El lunes por la mañana la actitud del Congreso cambió radicalmente.

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Fuentes moradas explican que los primeros en acercarse fueron congresistas de APP y del Frepap. La vocera alterna de este grupo parlamentario, María Cristina Retamozo, aseguró que darían su voto sin pedir a cambio ninguna vicepresidencia. El consenso se alcanzaría –aceptaron ambas bancadas– si se armaba una lista con congresistas que no hubieran votado a favor de la vacancia, pero que fueran también de otros partidos.

Entonces, empezó la suma y resta parlamentaria. Luis Roel Alva, quien entró en la segunda vicepresidencia, trajo 8 votos ‘disidentes’ de la Acción Popular de Burga y Merino. Mirtha Vásquez, hasta hace unos meses poco conocida congresista por Cajamarca, apareció como la única figura del Frente Amplio que no espantaba votos de otros partidos. Percibida como menos ‘radical’ que Silva Santiesteban (pese a que no necesariamente lo es en la realidad), su lugar en la lista se habría potenciado –para el Frepap, por ejemplo– por sus convicciones religiosas. Luego, le tocó a los parlamentarios morados ponerse a negociar. Gino Costa, defenestrado candidato inicial, trajo a parte de Somos Perú, partido en el que ha militado. Cuando alcanzaron 60 votos que necesitaban, el resto cayó en cascada.

Fuentes parlamentarias indican que este acuerdo entre el Partido Morado, APP, el Frepap, y partes del Frente Amplio y Acción Popular podría ser el germen de una alianza política que garantice gobernabilidad para el Ejecutivo que presidirá Sagasti. Un hombre que –luego de un pasado de izquierda– hoy se ubica ideológicamente en el centro. Todas las fuentes consultadas destacan su disposición para llegar a acuerdos.

Sagasti empieza un gobierno de 9 meses plagado de esperanza, nacido de una movilización de jóvenes que hoy sienten que la política no les es ajena. Sin embargo, no todo lo que tiene delante es un camino de rosas. También deberá calmar a un país golpeado por el desempleo y la recesión causada por el Covid-19. Su manija política se pondrá a prueba al momento de negociar con el Congreso iniciativas similares –digamos– al retiro de fondos de las AFP, con la que estuvo abiertamente en desacuerdo.

El Perú puede parecer, a veces, un país demasiado grande y diverso para un político que estudió ingeniería industrial pero se dedica principalmente a la docencia, la consultoría y la investigación. Sobre todo, para alguien cuyas maneras refinadas y estilo de vida de alta alcurnia no tienen por qué conectar inmediatamente con la mayoría de peruanos, sobre todo los más pobres. Su primera tarea será escuchar directamente sus demandas y llegar a ellos con soluciones concretas.

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