Ha sorprendido a muchos la altisonancia con la que se ha referido a Keiko Fujimori, el burgomaestre limeño Rafael López Aliaga, señalando que le importaban un rábano las opiniones de la lideresa naranja.
Es, sin embargo, la actitud correcta que la derecha tiene que desplegar frente al fujimorismo, el gran adversario a derrotar en los comicios del 2026, junto con la izquierda radical que de todas maneras va a ser protagónica.
Tiene que erigirse una derecha antifujimorista, que sepa endosarle, además, al fujimorismo las culpas graves de la crisis política por la que transitamos, que empezó el 2016 con la labor de zapa contra PPK y que ha continuado ahora con la connivencia pueril con la que el fujimorismo sostiene al régimen de Dina Boluarte y con la profusa lista de desaguisados legislativos que desde el Congreso las huestes naranjas han avalado y seguirán avalando hasta que culmine el mandato mediocre que nos gobierna.
Es indefendible políticamente la actuación de Keiko Fujimori y no merece por ello consideración estratégica alguna. Es más, Keiko Fujimori no es precisamente un faro político o de pensamiento ideológico cono para que sus opiniones sean tomadas en cuenta como referente a tener predicamento.
Hace bien López Aliaga en marcar distancia del fujimorismo. Es algo que la centroderecha debería también hacer y no mostrarse acomedida o mirar de soslayo la crítica durísima que el fujimorismo merece. La derecha debe tomar distancia clara y frontal del gobierno a la vez que de su aliado, el fujimorismo.
Si quiere evitar otra vez una segunda vuelta en la que Keiko Fujimori, con su 10%, sea dirimente contra un candidato de la izquierda virulenta y antisistema, la derecha y la centroderecha deben empezar desde ya a desgastar ese núcleo duro que Fuerza Popular mantiene, y ello pasa por ejercer una implacable y dura campaña que denuncie las tropelías que las fuerzas naranjas han desplegado con fruición estos años.