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Palabra y trayectoria: Mariela Dreyfus | Sudaca - Periodismo libre y en profundidad
Alonso Rabí Do Carmo

Palabra y trayectoria: Mariela Dreyfus

"Leyendo los libros de Mariela Dreyfus se transparenta un tránsito que va desde un inicio coloquial, en busca de la luz que late en el lenguaje urbano y sus márgenes, a un presente de carácter reflexivo y, por momentos, introspectivo."

Una de las primeras poéticas escritas por Mariela Dreyfus se ocupa de espacios y motivos muy presentes en el horizonte de su tiempo: la ciudad, el ánimo explorador del cuerpo y la sexualidad y, también, la desacralización de la figura del poeta: “y yacemos desnudos / burdos semidioses” culmina aquel breve poema, un guiño a la soberbia vanguardista de Huidobro, que veía al poeta como un pequeño dios. Sin duda entre este texto y la filiación de la autora en el grupo Kloaka, hay un vínculo muy explícito. Sin embargo, luego de distanciarse del colectivo, la poesía de Dreyfus asumió la tarea de decantar su lenguaje y su mirada más allá de cuestiones programáticas, pues la ocupó, sobre todo, la construcción de una estética personal. 

Leyendo los libros de Mariela Dreyfus se transparenta un tránsito que va desde un inicio coloquial, en busca de la luz que late en el lenguaje urbano y sus márgenes, a un presente de carácter reflexivo y, por momentos, introspectivo. Hay que anotar que la disidencia de Dreyfus respecto a Kloaka no significó el abandono total de algunas preocupaciones pertinaces en ella, como establecer una relación crítica con el logos masculino, algo muy coherente con el perfil de su generación y el espíritu del convulso tiempo en que comenzó a escribir, los ochenta.

Memorias de Electra (1984) es quizá el libro que mejor se inscribe en su época. El deseo de liberar el cuerpo, el deseo de liberar la escritura de sus ataduras más solemnes, el deseo de integrar lo visceral desde lo femenino. Los versos finales de “Post coitum” son, en ese sentido, ejemplares: “El regreso a casa es solitario / y debo esconder mis pasos, / el olor que sorprenda a mi madre / mil veces violada y todavía virgen” (p.22). 

Placer fantasma (1993) nos enfrenta a indagaciones de mayor hondura y a una distancia respecto del impulso coloquial y a una constatación que revela la fragilidad de todo lo humano: descubrir que el instante en que el placer reina sobre los sentidos es efímero y siempre insuficiente para lograr la ansiada plenitud. La conciencia del yo poético es bastante clara en ese punto: “Llevo años luchando tras la imagen que acierte/ con este malestar. / La sensación de deslizarme por un terraplén, / galerías de espejos donde un viento cruel / me deposita en la apatía, el dolor, la soledad” (p.31). 

Ónix (2001) añade al caudal de experiencia que alimenta la obra de Dreyfus un asunto nuevo: la condición de extranjera, marcado por el inicio de su estadía en Estados Unidos. Los textos de Ónix revelan una mayor intensidad de sentimientos como la soledad, la extrañeza, cierta forma de alienación provocada por un mundo desconocido y algo hostil, que obliga al hablante a refugiarse en su propia interioridad “entonces el dolor /no es una palabra sino un cuerpo // un músculo cansado que destila / este aire de muerte” (p.40).

En tanto, Pez (2005) se mueve entre la celebración íntima y el horror del mundo contemporáneo. Los textos muestran el regocijo por la procreación y la maternidad a puerta cerrada, pero el contexto global contrasta dolorosamente, con sus constantes picos de violencia y deshumanización. El asombro de ver surgir la vida, a pesar de todo, es un sentimiento expresado con notable intensidad y ritmo en las páginas de Pez: “Del pecho fluye ya el calostro río / y el puente de la pelvis se levanta // Pero el centro es la esfera —digo, el vientre— / Su convexa armonía y su balance // Vientre: cántaro y fuente / esférica mansión labrada en carne” (pp.51-52). 

En 2010 aparece Morir es un arte y este libro plantea un dolorosa discrepancia con Pez. El segundo celebra la vida: la madre vive el proceso de la procreación, el primero se interna en los vericuetos del duelo y la pérdida: la hija, ahora madre, ha perdido a su progenitora. Hay unos vasos comunicantes indudables entre ambos textos: ver nacer y vivir la muerte de la madre, la raíz de casi todo: “y en la foto sonríe entristecida / ya mamá y sus ojos en el aire / con el gesto perdido con la mano / que me dice un abrazo y abrazadas despedidas las dos / acá en su cuarto mamá yo pequeñita y ella el ángel / eso es todo mamá y un flash que suena” (p.69). 

Finalmente, la aparición de Cuaderno músico (2015) cierra un ciclo creativo que, lejos de terminar, está en proceso constante. Cuaderno músico es el regreso a ciertas fuentes de la poesía de Dreyfus, como el cuerpo y la visceralidad, que vuelven a ser explorados, pero desde claves propias de la madurez artística: no hay rabia ni grito, hay observación, hay serenidad contenida, elementos necesarios, por ejemplo, para guardar la memoria familiar, un asunto importante en el poemario. 

Gracias a la idea de Peisa de lanzar Arúspice rascacielos, una selección de la obra de Mariela Dreyfus, se nos ofrece a los lectores un apartado, titulado “Poemas aparte”, que deja vislumbrar algo del futuro de su escritura. En suma, un libro que permite aproximarse, de manera global, a una de las poetas peruanas más interesantes de su generación. Y de estos tiempos, por qué no. 

Arúspice rascacielos. Poesía selecta. Peisa: Lima, 2021.

 

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