Un oso en el edificio

“Igual, como buen fanático de El Señor de los Anillos, tengo clarísimo que la grandeza no tiene nada que ver con el espacio físico que ocupas. El más pequeño a veces es el más valiente, y el más grande, quien se esconde. La verdadera naturaleza de oso no se mide por altura ni peso.”

[Migrante al paso] Chanclas estiladas, pero con medias, negras en mi defensa. Últimamente, barba tupida y oscura, aunque cada vez aparecen más canas, felizmente aún son pocas. Lentes chuecos, antiguos, lunas algo sucias, pero de buena marca. Short oscuro, de vez en cuando pantalón. Polos negros o con cuello morados. Tengo varios iguales, pero sí los repito. A veces mi camisa verde, a la que mi madre le llama trapo y mi abuela no la soporta. Bajo y subo el ascensor oliendo a cigarro mezclado con colonia Hermès, que me regalan siempre en Navidad. Pocas veces hay alguien más alto que yo cruzando. Al subir, se quedan viendo la katana y el árbol muerto que tengo tatuados. Camino como de costumbre por Pedro de Osma a casa de mis padres para almorzar con ellos.

Para bien o para mal, atraigo miradas. Puede ser mi caminata peculiar y tambaleante, es algo heredado. Intento levantar la cabeza, pero suelo estar pensativo, así que miro hacia abajo. Tal vez un poco encorvado. Mi postura no siempre ha sido la mejor. Toco el timbre, me recibe mi pitbull de 55 kilos y, por la ventana, mi abuela me grita que me afeite porque parezco un oso. Me encantan los osos y siempre me he sentido identificado con ellos, tanto por contextura como por la capacidad de hibernar. Siempre he sido así, de alguna manera fiel a mi estilo, y de otra, un poco dejado, lo cual no me gusta. Desde niño tengo esa costumbre, pero es algo que a los treinta ya no es beneficioso. Se ve y se siente irresponsable. Igual, estoy exagerando, me sigue pareciendo algo que no es tan importante.

Así soy el oso del edificio, de la cuadra y de mi círculo social. Es algo positivo, emano seguridad para los demás cuando estoy de buen humor. El problema es cuando se da lo contrario, mi voz es grave y, a veces, sin levantar la voz, ya parece que estoy molesto. Tal vez por eso le agregue una risa nerviosa al final de mis oraciones. Una risa que enfatiza que no estoy molesto y que mi tono simplemente retumba un poco más de lo normal. Puedo pasearme entre la virtud de ser tierno y la de imponerme cuando ocurre algo intolerable. Viene del lado de mi padre. Todos son enormes, salvo el hermano menor, que no sé por qué salió chato. Mi padrino era gigante, sus manos parecían las de un gorila y no recuerdo haber visto una cabeza tan grande. En mis recuerdos siempre está riendo, haciendo que sus lentes de nerd se tambaleen. Al igual que mi padre, tenía la manía extraña de dar cariño poniendo su enorme mano sobre tu cabeza y aplastarla un poco. Aparte de eso, era cinturón negro de taekwondo; en su juventud debe haber sido de temer. En mi familia nuclear se dio la mezcla entre la genética de gigantes y la de personas pequeñas. Antes de que mi hermano se obsesionara con el gimnasio, era más débil que yo, pero nunca pude ganarle un sparring porque era demasiado ágil, sus puñetes rectos y maniobras raras casi ni se veían. Somos una buena dupla en cuanto al conflicto.

Francisco TafurCuando nací, pesaba casi 5 kilos y un niño salió corriendo, gritándole a su mamá que había nacido un bebé gigante. Ahora, cuando me cruzo a algún niño en el edificio o el ascensor, se me queda mirando hacia arriba. Por alguna razón quieren jugar conmigo, usualmente les muestro la palma de mi mano y hago que la golpeen, para fingir que son demasiado fuertes. Más de una vez me ha pasado, en aviones o restaurantes, que los pequeños se me quedan mirando. Yo, que no me considero muy sociable, me limito a hacer muecas o reírme; cuando lo hago, todos ríen conmigo. Es extraño, tengo la capacidad de contagiar alegría, pero como todo, va hacia los dos lados. Es como si mi humor fuera perceptible, casi tangible.

Igual, como buen fanático de El Señor de los Anillos, tengo clarísimo que la grandeza no tiene nada que ver con el espacio físico que ocupas. El más pequeño a veces es el más valiente, y el más grande, quien se esconde. La verdadera naturaleza de oso no se mide por altura ni peso.

Es gracioso, a veces encuentras personas con similitudes a los animales, y las personas oso son una de ellas. Dan calor, pero pueden ser feroces. Siempre es bueno que por lo menos haya uno. Las cosas que piensas cuando vives en un departamento. Crecí en una casa y no estoy acostumbrado a convivir con vecinos cercanos. Es completamente distinto. Estás a una pared de distancia de otras personas. Ves de todo. Siempre hay un chismoso, uno que se queja de todo; con algunos intercambias palabras, con otros, sonrisas, y a algunos ni los miras. Tanto en Buenos Aires como en Lima se repiten los mismos arquetipos de vecinos. Siempre me pregunto en cuál encajo. Nunca se puede saber lo que piensan de ti, pero me gusta pensar que es algo positivo. Siento que es como un oso caminando entre los pasillos, cuando sale de hibernar de su cueva numerada. Me sigo sintiendo raro, sí quiero en algún momento tener una casa donde pueda tener perros grandes. Cada vez parece más lejana esa posibilidad, pero planeo hacerla realidad. Así viva solo.

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