[Música Maestro] Hace años, cuando las únicas redes sociales eran Facebook, Twitter y YouTube -en tiempos sin Instagram, WhatsApp o IA- y que nadie escuchaba podcasts ni veía Netflix, creo que fue en el 2008 o 2009, apareció un comercial de radio -seguro algunos de ustedes lo recuerdan- en el que una chica «cantaba» en español algunas líneas de una cancioncita muy conocida y tontona, My humps, incluida en el CD Monkey business (2005), cuarta producción discográfica de ese insufrible pero megamillonario vendedor grupo mixto de pop y hip hop llamado Black Eyed Peas.
El tema central del comercial -aunque no logro recordar qué marca o producto anunciaba- era hacer notar, en tono de chacota, lo extraña que puede llegar a escucharse la letra en inglés de una canción muy conocida traducida a nuestro idioma. En el caso de My humps, mostraba lo ridícula que era, tan ridícula como las letras cantadas originalmente en español por personajes del reggaetón como Daddy Yankee, Karol G, Bad Bunny y ese larguísimo etcétera de clones que padecemos a diario. Paradójicamente, las mismas radios que propalaban el comercial repitieron y repitieron ese tema de Fergie, wii.i.am y compañía hasta convertirlo en superéxito, influidas desde luego por las coordenadas lanzadas desde los EE.UU. con esos artistasque venden montañas de discos cantando tonterías.
En esa línea, seguro también han jugado más de una vez a probar cómo suenan algunos nombres de bandas traducidas al español, como cuando Gerardo Manuel anunciaba a “la pequeña banda del río” (Little River Band, Australia), “la orquesta de la luz eléctrica” (Electric Light Orchestra, Inglaterra) o “tierra, viento y fuego” (Earth, Wind & Fire, Estados Unidos). O las clásicas malas traducciones, como ocurrió con la canción del recientemente la banda del fallecido Greg Kihn (1949-2024), The breakup song, incluida en su sexto LP, Rockihnroll (1981) que literalmente significa “La canción de la separación”) pero que era presentada por todos los disc-jockeys de la época como “la canción incompleta”.
Bueno, hago esta larga y tal vez innecesaria introducción porque, a pesar de haber escuchado el disco al cual me voy a referir cientos de veces y saber inconscientemente desde hace tiempo qué significa su título, no puedo ocultar que me sorprendió ponerme a pensar en su traducción literal: Madre de corazón atómico. Atom heart mother es el cuarto álbum del cuarteto británico Pink Floyd, lanzado en 1970 (inmediatamente después de ese experimento psicodélico titulado Ummagumma, de 1969, uno de los empaques más creativos de su tiempo y que supo adaptarse muy bien al formato CD) y el segundo de la banda sin el influjo lunático de Syd Barrett (1946-2006).
El título surgió a raíz de un artículo que la banda leyó en un periódico londinense acerca de una mujer embarazada a quien le habían colocado un marcapasos. Nada que ver… ¿no? La idea en sí misma no significa absolutamente nada, y no tiene ninguna relación ni con las canciones del disco ni con su carátula enigmáticamente sencilla: la foto de una vaca en medio de una pradera, en un día super claro. Ninguno de estos elementos tiene que ver entre sí ni con la banda en especial. Es más, como aseguró Storm Thorgerson (1944-2013), el diseñador oficial de las carátulas floydianas, esta desconexión es deliberada, hecha a propósito. Pero en la época calzó a la perfección con la onda psicodélica, esa onda de la cual Pink Floyd fue siempre uno de los más grandes representantes.
Este álbum, lanzado originalmente bajo el sello Harvest Records, divide a la fanaticada de Floyd entre los que lo consideran una de sus obras maestras y quienes piensan que es demasiado pomposo. El tema inicial, que tiene el mismo título, se denominó en un principio The amazing pudding (El postre sorprendente). O sea, nada que ver tampoco. Contiene algunas de las piezas fundamentales del sonido del grupo en esa época: If, Fat old sun, Summer ‘68 y Alan’s psychedelic breakfast -mini suite de trece minutos en tres partes- son canciones que uno espera escuchar de una banda como Pink Floyd en ese momento de su carrera, ni más ni menos.
Pero el tema central, que ocupa todo el Lado A de la versión original en vinilo y tiene una duración exacta de 23 minutos con 45 segundos, es simple y llanamente una de esas composiciones musicales que trascienden los límites de los territorios de rock and roll en los que fueron concebidas para convertirse en una entidad con vida propia, una cinemática obra musical con distintos niveles de emotividad, significado e interpretaciones múltiples capaz de colocar al oyente, tanto al iniciado como al experto, frente a un lienzo de distintas capas que merece más de una pasada para terminar de asimilarlo.
Años luz antes de que el término «fusión» se hiciera parte del vocabulario cotidiano de los cultores de ese nuevo rótulo llamado «Sonidos del Mundo» y que se pusieran de moda los acústicos-sinfónicos promocionados por la MTV hubo, en los años setenta del siglo pasado, gran cantidad de músicos aventureros y preocupados por llevar las cosas hacia adelante en cuanto a rock se refiere, gente como Deep Purple, The Mothers Of Invention, Procol Harum, los Beatles, entre otros, que comenzaron a incorporar en sus producciones discográficas el sonido de orquestas tradicionalmente asociadas a la música clásica para enriquecer sus composiciones básicamente rockeras, y así ampliar el panorama sonoro de un género que, posteriormente, demostró no tener fronteras al momento de la creación.
Pink Floyd, una de las bandas más arriesgadas y vanguardistas de su época, no se quedó atrás y lanzó, en esa línea, este Atom heart mother. Aunque sin muchas ideas conceptuales de por medio, las intenciones de Waters, Gilmour, Wright y Mason estaban dirigidas a conseguir un sonido épico y grandioso, sin alejarse del aura de misterio y psicodelia que ya habían exhibido en sus tres anteriores entregas. Sin embargo, posteriores análisis y apreciaciones acerca del álbum han deslizado conexiones con la mitología, vinculando a la «madre de corazón atómico» y la vaca de la carátula con la Vía Láctea, en su representación egipcia como un gran contenedor de leche nutricia como fuente de vida.
Conscientes de sus escasas posibilidades como orquestadores, convocaron a Ron Geesin, un pianista, arreglista y compositor que tenía una relación de amistad con Waters, a quien ayudó en la armazón del extraño collage de ruidos y efectos de sonido llamado Several species of small furry animals gathered together in a cave and grooving with a pict del LP anterior, y posteriormente trabajaría con él sampleando sonidos del cuerpo humano en la banda sonora de documental Music from the body, también de 1970. Esta colaboración entre Pink Floyd y Geesin fue perfecta para lograr los objetivos sonoros de la banda. Lo épico y grandioso, lo dramático y misterioso, lo psicodélico y espacial, todo confluye a lo largo de la suite, que en vivo fue pocas veces interpretada, algunas sobrepasando la media hora de duración.
De hecho, uno de los pocos registros en audio y video que existen de Atom heart mother en concierto están incluidos en un boxset de tres DVD titulado Pink Floyd: Video anthology 1966-1983, que no figura en la relación oficial de videos de la banda. En el disco 2 de esa colección, puede verse una presentación completa del tema en el Hakone Open Air Festival realizado en Japón, los días 6 y 7 de agosto de 1971. En esos quince minutos de metraje podemos ver también al grupo durante su llegada a la Tierra del Sol Naciente, en ela aeropuerto o recorriendo tiendas en la calle, como anónimos turistas.
El tema se grabó en los famosos estudios Abbey Road de Londres entre marzo y agosto de 1970 y para las partes orquestadas la banda contó con la Abbey Road Session Pops Orchestra, el Philip Jones Brass Ensemble y el Coro de John Aldiss. Además, a lo largo de la canción hay una serie de sonidos pregrabados, voces y diálogos que le dan esos matices de sonido que el grupo estableció como propio en aquella etapa auroral de su carrera.
Y aunque hoy en día los mismos miembros de la banda se dividen cuando opinan sobre qué significó este álbum para ellos -mientras Gilmour asegura que ni siquiera lo escucha y que le parece malísimo, Mason dice que sentó las bases para muchas de las cosas que hicieron después- no cabe duda que Atom heart mother es uno de los temas fundamentales para el desarrollo del rock progresivo, del rock sinfónico, del art-rock, de la fusión o de cualquier otro nombrecillo que se les ocurra. En suma, es una página importante dentro de la rica historia de la música contemporánea, una interesante y bien lograda combinación entre lo popular y lo académico. Pomposo para algunos, iconoclasta para otros, la verdad es que al escuchar Atom heart mother con audífonos y suma concentración, vuelo.
Las sensaciones producidas por los metales al principio de la suite, en la sección denominada Father’s shout (El grito del padre, para continuar con lo de la traducción de títulos) parecen sacadas de la Sinfonía fantástica (1830) del francés Hector Berlioz (1803-1869) y cuando el tema central, que hace recordar otros temas de ese periodo como Careful with that axe, Eugene o A saucerful of secrets, donde escuchamos la voz de Gilmour cumpliendo el mismo del que aquí cumple el coro polifónico, rompe con la presencia de la banda en pleno uno experimenta la fusión de estilos sin sentir que se estén forzando situaciones o calculando efectos. Es música hecha con el único propósito de estimular a los sentidos.
El teclado de Richard Wright (1943-2008) suena armoniosamente acompañado por unos cellos celestiales que van acercándose, junto a Mason y sus metronómicos tambores, a una brisa suave lanzada desde los amplificadores por un inspiradísimo Gilmour, mientras que Waters hace fondo con arpegios agudos y notas colocadas para marcar el ritmo del tema. Mientras tanto los sonidos se sobreponen unos a otros: pianos, violines, metales, baterías, bajos, todos creando el fondo ideal para que el maestro guitarrista se explaye.
Tras el solo se inicia la segunda parte: Breast milky (algo así como Senos lácteos) donde se empieza a oír al monumental coro por detrás de la artillería de teclados. Poco a poco, las voces se van sobreponiendo hasta alcanzar brillo propio y darle renovada energía a la melodía, que discurre entre calmada y tensa, creando una sensación de expectativa ante cada acorde. Ese remanso coral nos conecta con la parte bluesera del tema: Mother four/Funky dung (Madre cuatro/Basura funky… más títulos raros…) en donde la banda hace un jam en medio de algunos cánticos alocados del coro. Al final de esta sección, Gilmour cambia su amplificada guitarra eléctrica por sutiles toques acústicos.
La guitarra y el teclado son los grandes protagonistas de esta sección, siempre con ese apoyo alucinante de los metales y la orquesta en pleno, que entra con todo para retornar a la línea melódica principal y luego dar paso a una serie de sonidos raros y cacofonías orquestales, propias del estilo compositivo de músicos concretos, seriales, exponentes de la música instrumental contemporánea/moderna -que algunos insisten en denominar “música clásica contemporánea”, como Arnold Schoenberg (1874-1951), Édouard Lalo (1823-1892), entre otros. Uno tras otro, los elementos surgen y no atiborran al oído -al oído entrenado, quiero decir- y nos convencen de que es una buena mezcla, hecha por músicos que saben lo que están haciendo.
Finalmente, las dos últimas partes de la suite -Mind your throats please/Remergence (Mentalicen sus gargantas por favor/Resurgimiento)- cierran el tema con un violín que repite el primer solo de Gilmour, acompañado otra vez por los teclados de Wright y luego un nuevo ataque, esta vez con slide, del guitarrista en una serie de overdubs alucinantemente floydianos. Muchos opinan que este es el segmento que hace de Atom heart mother un clásico del grupo.
Para mí toda la composición merece estar considerada como una de las piedras angulares del catálogo Pink Floyd. Cada vez que escucho este disco siento inevitablemente que otras obras maestras de la banda como The dark side of the moon (1973), Wish you were here (1975) o The wall (1979) han opacado injustamente el valor de este disco, y en especial del tema, que resume en poco menos de media hora lo que significa una buena combinación de estilos musicales. Al final todo lo épico-dramático se condensa en la última nota del coro y la orquesta en unísono, como cuando el cielo se abre para dar paso a un nuevo día, luminoso, lleno de esperanza a pesar de las tensionesprevias, un abrazo de la vida ante la adversidad.