Baladas, las de antes

“En cualquiera de los estilos mencionados o en otros, totalmente distintos -jazz, música criolla, bossa nova, blues, folklore andino, country, más allá de preferencias específicas, modas ocasionales o gustos desarrollados en la adultez, esta forma de mirar el tema del amor a través de canciones populares contribuyó a nuestra formación emocional. ¿Qué clase de formación emocional se puede obtener de las cagarrutas sexualizadas y materialistas de Ozuna, Karol G o similares? Antes teníamos compositores cursis y engolados pero, por lo menos, activaban sentimientos humanos. Hoy, son creadores de bandas sonoras para sicarios, prostitutas, extorsionadores y proxenetas que reinan tanto en las calles como en edificios públicos como el Congreso de la República…”

[Música Maestro] “… y que conozca las palabras que jamás le voy a decir… y que no le importe mi ropa si total me voy a desvestir… para amarla, para amarla” es una de las líneas de ese ejercicio al piano clásico convertido en balada pop que escribiera Carlos Alberto García, el gran Charly, durante su época más pueril e inocente. Necesito se llama esta canción del álbum debut de Sui Generis, Vida (1972) y ofrece un brochazo de la primigenia genialidad del argentino, aquella libre del cinismo y los vicios de su posterior adultez. En esa viñeta que apenas supera los dos minutos de duración, el compositor se muestra vulnerable y anhelante de cariño, un joven rebelde, idealista, esmirriado y pelilargo capaz de abandonar todo por alguien “que cocine guisos de madre, postres de abuela y torres de caramelo”.

Esa clase de sensibilidad era moneda corriente en los artistas de antaño. En plena era del rock más efervescente, combativo y contracultural, había también jóvenes músicos capaces de escribir cosas como estas: “… todo el día lo paso usando una máscara de falsa valentía… tratando de que una sonrisa oculte mis lágrimas… pero cuando cae el sol tengo ese vacío de nuevo… cómo ruego a Dios que estés aquí…” Esos versos doloridos pertenecen a un exitazo radial de 1977. Es parte de una de las estrofas de Baby come back, primer y único single de otro álbum debut, el del cuarteto angloamericano Player. La canción, que hasta ahora forma parte de las programaciones de radios dedicadas al pop-rock en inglés, fue escrita a cuatro manos por los guitarristas y vocalistas Peter Beckett y J. C. Crowley, ambos de 30 años en ese momento.

Estos dos ejemplos de baladas llegaron a mi mente cuando pensaba en qué canciones deben haberse compartido o regalado entre muchachos y muchachas ayer, 14 de febrero, en el manoseado e hipersexualizado “Día del Amor y la Amistad”. Por supuesto, si no fueron las majaderías de algún reggaetonero o reggaetonera, probablemente hayan sido entonces las banales confesiones de Taylor Swift o afines, acerca de relaciones pasajeras y/o tóxicas. La crisis de la música popular contemporánea -que revisamos a detalle la semana pasada con relación a la fallida edición 67 de los Premios Grammy– también se expresa y de maneras extremadamente groseras, por cierto, en los géneros y subgéneros que usan el amor como insumo principal para sus letras.

Los Beatles -y, en especial, Paul McCartney- fueron excepcionales creadores de canciones de amor. Michelle (Rubber soul, 1965), Two of us (Let it be, 1970), All my loving (With The Beatles, 1963) o Here, there and everywhere (Revolver, 1966) son solo algunos ejemplos -aunque John Lennon y George Harrison también tienen las suyas, como I’ll be back (A hard day’s night, 1964) y Don’t let me down(single de 1969) en el primer caso, o Something (Abbey road, 1969) yI need you (Help!, 1965), en el segundo.

Mientras tanto sus eternos rivales, los Rolling Stones, tuvieron siempre un acercamiento oblicuo al tema del amor, para no perder su fama de “chicos malos”, aun cuando el dúo de Mick Jagger y Keith Richards sí mostró de vez en cuando su vocación sentimental, sin perder el filo, en temas como Memory motel (Black and blue, 1976), She’s a rainbow (Their satanic majesties request, 1967) o la ultra conocida Angie (Goat head soup, 1973).

En cuanto a las baladas en español, cuyo máximo florecimiento se produjo en un periodo de tiempo de casi cuarenta años, desde mediados de los sesenta hasta la primera década del siglo XXI, tuvieron como fuente inmediata de información a los grandes letristas del bolero -César Portillo de la Luz, Agustín Lara, Armando Manzanero y tantos otros- quienes, a su vez, se nutrieron de la poesía del Siglo de Oro español y terminaron extendiendo sus odas al lirismo y el melodrama con versos que hablaban de todas las situaciones románticas posibles.

Así, plumas como las de los españoles Juan Carlos Calderón, Manuel Alejandro o Rafael Pérez Botija impusieron ese estilo que combinaba frases profundas y emotivas con instrumentaciones grandiosas, capaces de conmover hasta al alma más fría e insensible.

El universo de baladistas que se formó en Hispanoamérica es extremadamente amplio, un conglomerado de hombres y mujeres de todas las nacionalidades de la región, quienes dejaron una huella imborrable en el imaginario colectivo de varias generaciones. Desde cantautores como José Luis Perales, Leo Dan, Julio Iglesias o Camilo Sesto hasta intérpretes como José José, Dyango, Nino Bravo, Emmanuel, José Luis Rodríguez “El Puma” o Raphael.

Entre las intérpretes más famosas podemos mencionar, por ejemplo, a las españolas Paloma San Basilio, Rocío Dúrcal, Rocío Jurado e Isabel Pantoja, el trío mexicano Pandora -canciones como Solo él y yo (LP Otra vez, 1986) y Cómo te va mi amor (LP Pandora, 1985) son verdaderos clásicos de los ochenta- o la chilena Myriam Hernández, una de las últimas cultoras serias de la canción romántica.

Pero hay toda una segunda y tercera línea de nombres que, a pesar de ser también muy famosos y haber grabado canciones que ninguna persona que haya crecido en esos años podría no reconocer, solo tienen presente los fieles radioescuchas de programas locales como La Hora del Lonchecito (La Inolvidable) o La música de tu vida (Felicidad): Mari Trini, Yuri, Lorenzo Santamaría, Sergio Faccheli, Lupita D’Alessio, Mirla Castellanos, Jorge Rigó, Carlos Mata, Basilio, Valeria Lynch, Amanda Miguel, Nelson Ned. Son tantos que no acabaríamos nunca.

La última gran generación de baladistas en español la podríamos trazar a partir de los años ochenta, con músicos como Franco de Vita o Ricardo Montaner que aun enarbolaban la bandera de la canción romántica. Todo eso funcionó más o menos bien hasta que la popularidad del rock en español -principalmente desde Argentina y España- y el pop adolescente desde México comenzaron a modificar los gustos de la juventud. Aun así, la aparición de discos de intérpretes nuevos como por ejemplo Luis Miguel, Cristian Castro, Alejandro Sanz, etc., se convirtieron en un vaso comunicante con aquel pasado dorado de la balada romántica en español, aunque ya con una vocación más abierta al cruce de estilos e intenciones para no aburrir ni alejarse de sus públicos objetivos.

Ejemplos típicos de ello son los CD de Ricky Martin A medio vivir(1995) y Vuelve (1998) que presentaban una combinación de composiciones sentimentales con esos temas fiesteros y super rentables, una tónica que siguieron otros astros del naciente latin-pop como Chayanne o Shakira. En cuanto a la mezcla de baladas con un sonido ligeramente más afilado o experimental podemos considerar las producciones noventeras del español Miguel Bosé -cuya carrera se había iniciado a mediados de los setenta, cuando la figura del “baladista” ya estaba plenamente consolidada- en las que intercalaba melodías suaves con influencias del pop-rock y la música electrónica.

En paralelo, tres géneros aportaron nuevas ideas de romanticismo, alternativas al bolero y la balada. Por un lado, la trova principalmente de Cuba, Argentina y España -y, en menor medida, en Chile y México, que comenzó a desarrollarse, en algunos casos, en circuitos subterráneos como universidades, clubes de lectura, movimientos políticos y sociales; ajenos a los estilos más difundidos en radio y televisión, se diferenció con versos extremadamente inspirados y poéticos, entrelazando la intensidad apasionada del enamoramiento con la reflexión filosófica y la identificación con luchas reivindicativas. Silvio Rodríguez, Joan Manuel Serrat, Fernando Ubiergo, son los nombres que representan mejor esta arista del romanticismo musical en español.

Por su parte, el rock en español y la salsa también tuvieron una serie de logros artísticos en el terreno amoroso. En el primer caso, los vínculos se daban con la trova –el influjo de rockeros poetas anglosajones como Bob Dylan, Tom Waits o Leonard Cohen tuvo mucho que ver en eso. Por otro lado, canciones como Cada vez que digo adiós (Enanitos Verdes, ídem, 1986), Temblando (Hombres G, Estamos locos… ¿o qué?, 1987), Me cuesta tanto olvidarte (Mecano, Entre el cielo y el suelo, 1986) o Trátame suavemente (Soda Stereo, ídem, 1984) son claras muestras de baladas firmadas por conjuntos pop-rock.

Santa Lucía (Miguel Ríos, Rocanrol bumerang, 1980) es el símbolo máximo de la balada rock en nuestro idioma. “Dame una cita, vamos al parque, entra en mi vida sin anunciarte” debe ser una de las líneas más repetidas por los adolescentes ochenteros.

En nuestro país, aunque los fenómenos de la nueva ola y el bolero cantinero produjeron infinidad de temas románticos, de amor y despecho, de ilusión y venganzas, en comparación hubo un limitado desarrollo de baladistas con cierto alcance nacional y regional, pero en general sin mayores posibilidades de proyectarse internacionalmente. Lo mismo ocurrió con el boom del pop-rock comercial, con canciones como Te necesito (Beto Danelli, LP De lado a lado, 1987), Todo estaba bien (Río, Dónde vamos a parar, 1988) o No sé nada de ti(Dudó, ídem, 1988) que sonaron ampliamente en radios nativas y que, a la distancia, ya no suenan tan mal.

En el caso de la escena afrolatina-caribeña-americana (Luis Delgado Aparicio, “Saravá”, dixít), si bien a mediados de los ochenta se produjo el auge de la “salsa sensual” -Eddie Santiago, Lalo Rodríguez, Hildemaro, Willie González, etc.- que solo volteaba baladas antiguas, ya en los años gloriosos de la salsa dura hubo canciones que lidiaban con la decepción amorosa, la melancolía o el desengaño, con conexiones directas al bolero y, en general, a la música cubana clásica.

Para nuestra generación -me refiero a todas aquellas personas que fuimos niños y adolescentes durante las décadas de los ochenta y noventa-, la conexión entre rock y romance fue una de las principales vías de identificación con este maravilloso y siempre cambiante estilo musical, hoy en crisis. ¿Quién no ha incluido en algún cassette, con intenciones de regalárselo a alguien especial, canciones como Hopelessly devoted to you (Olivia Newton John, banda sonora de Grease, 1978), Hard habit to break (Chicago, Chicago 17, 1984), She’s always a woman (Billy Joel, The stranger, 1977)?

¿Quién no ha escuchado Amanda, baladón del tercer LP de Boston, Third stage (1986) o Love hurts, un cover que los duros escoceses Nazareth incluyeron en su sexto álbum Hair of the dog (1975) -la versión original fue grabada en los sesenta por The Everly Brothers y Roy Orbison- o las baladas guitarreras como I’ll be there for you (Bon Jovi, New Jersey, 1988), I won’t forget you (Poison, Look what the cat dragged In, 1987) o Without you (Mötley Crüe, Dr. Feelgood, 1989), solo tres botones de muestra de ese subgénero denominado “power ballads” -baladas potentes o poderosas- que comenzó, según aseguran algunos estudiosos, con Lady, del quinteto norteamericano Styx, de su segundo álbum de 1973?

Podríamos seguir, por supuesto. Desde los Carpenters y Abba hasta Celine Dion y Bryan Adams, desde Nicola di Bari y Gabriela Ferri hasta Laura Pausini y Eros Ramazzotti. Desde Demis Roussos hasta Norah Jones. Desde Air Supply hasta Phil Collins, desde las tiernas palabras de José Luis Perales en El amor (ídem, 1979) hasta las escenas íntimas de De punta a punta, del cantautor salvadoreño Álvaro Torres (LP Tres, 1985), las antiguas canciones de amor, con sus melodramas corta-venas, sus instrumentaciones preciosistas y esos niveles de musicalidad que recogen y sintetizan -aunque no siempre con buenos resultados- todo lo que el cerebro humano originó, en términos musicales, desde las épocas del barroco, la ópera y el neoclasicismo durante siglos, superan por leguas al cancionero primario, homogéneo y simiesco al que están expuestos los jóvenes de hoy.

En cualquiera de los estilos mencionados o en otros, totalmente distintos –jazz, música criolla, bossa nova, blues, folklore andino, country, más allá de preferencias específicas, modas ocasionales o gustos desarrollados en la adultez –las masas de oyentes convencionales de radio y hasta actuales fans latinoamericanos de Stereolab, Joy Division, King Crimson, Opeth o Extreme Noise Terror escucharon, siendo niños o adolescentes, canciones como Noelia(Nino Bravo, Mi tierra, 1972), Love so right (Bee Gees, Children of the world, 1976), ejemplos de esta forma de mirar el tema del amor a través de canciones populares que contribuyó a nuestra formación emocional.

¿Qué clase de formación emocional se puede esperar de las cagarrutas sexualizadas y materialistas excretadas por Ozuna, Karol G o similares? Antes teníamos compositores cursis y engolados pero, por lo menos, activaban sentimientos humanos. Hoy, son creadores de bandas sonoras para sicarios, prostitutas, extorsionadores y proxenetasque reinan tanto en las calles como en edificios públicos como el Congreso de la República.

Para nadie es un secreto que vivimos una época de despersonalización absoluta -las redes sociales y su gratificante oferta de interacción fría e inmediata, a distancia y sin incómodos involucramientos emocionales; la inteligencia artificial y sus herramientas de hiperrealidades virtuales y metaversos- por lo que el amor y amistad, en la actualidad, solo soningredientes adicionales de odiosas campañas de marketing que, durante todo febrero, vendieron desde arreglos florales y pelucheshasta paquetes de fin de semana en un hotel o saunas/spa con final feliz incluido.

En esa línea, las composiciones que nos legaron artistas del pasado que tuvieron como enfoque central las ilusiones, alegrías y sufrimientos asociados al enamoramiento y sus consecuencias son genuinas y valiosísimas piezas de museo que, a pesar de estar enterradas bajo las toneladas de bosta generadas a diario por el reggaetón, el hip-hop y el latin-pop, difícilmente sucumbirán ante el desprestigio que sobre ellas tratan de imponer los gustos de las masas, cada vez más tolerantes al encanallamiento de las relaciones interpersonales. Parafraseando a Charly García en uno de los mejorestemas de Serú Girán: mientras miran las nuevas olas, esas cancionesya son parte del mar.  

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Baladas en español, Baladas en inglés, San Valentin

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