La incompetencia extrema de este gobierno para resolver los principales problemas que aquejan a la sociedad peruana ha sido pocas veces vista. Pedro Castillo salva a Dina Boluarte de ser la peor gobernante de los últimos lustros y el primer gobierno de Alan García el de toda la historia republicana.
Ya supera todo entendimiento la indolencia presidencial y ejecutiva frente a la inseguridad ciudadana, el pasmo económico o el grado de avance de la corrupción en todos los estamentos de la burocracia estatal.
No pasa nada para el gobierno, al parecer. Siguen en sus actividades protocolares, dando declaraciones vacías de contenido, realizando inauguraciones rimbombantes, sin fundamento, y, por supuesto, viajando a la primera de bastos, que ese parece ser el pasatiempo favorito de ministros y subalternos.
Aparentemente, ya se están percatando de ello los principales partidos del Congreso, en especial Fuerza Popular (de Alianza para el Progreso no se puede esperar nada), y quizás podría producirse un realineamiento de los astros y animarse el Legislativo a hacer lo que corresponde desde hace meses: vacar a Boluarte y convocar a elecciones para echar las cartas políticas de nuevo y ver cómo reiniciamos el desastre.
Es lo mejor que le podría pasar a un país atribulado por la mediocridad ostentosa y onerosa de un régimen que llegó por el azar del destino y que ha demostrado ya hasta la saciedad que no da la talla para administrar el gobierno. Dina Boluarte ni siquiera podría presidir con eficacia un organismo público, mucho menos lo hará, pues, con Palacio de Gobierno.
Un argumento adicional, de gran peso, es el referido al daño enorme que esta mediocridad reinante dejará como consecuencia política. El malestar popular y la furia contra el establishment es hoy inmensa en todo el territorio nacional y eso nos va a estallar en la cara el 2026. Un año y medio más en este plan, de acá a las elecciones asegura que el sillón presidencial lo ocupe, el próximo lustro, un disruptivo radical. Eso se puede cortar por lo sano.