En tanto una reciente votación de la Comisión de Fiscalización del Congreso ha referido nuevamente el tema de la vacancia presidencial, es menester reiterar que ello no debe verse como un capricho político, sino como una urgencia moral y republicana. La primera mandataria es un obstáculo peligroso para la democracia peruana embarcada, como está, en un afán exclusivo de aferrarse al poder.
Su mandato no representa la moderación ni la estabilidad; es la voz de la abdicación de toda ética pública. Debido a su ascenso indebido, a través de una sucesión que fue formal pero no contó con reconocimiento popular, ha gobernado mostrando desprecio por el pueblo, con una dosis de cinismo e indiferencia que recuerda fuertemente a lo peor del autoritarismo latinoamericano.
Su endeble talante moral ha quedado al descubierto en escándalos como el de los relojes de lujo o, antes, con la militarización de protestas legítimas. Más dañino aún, su gobierno ha sido instrumental para el deterioro de las instituciones: ha coexistido con una clase política criminal y egoísta, reproduciendo una lógica de convivencia en lugar de transformación. No guía; se aferra.
Pero el problema más serio es lo que alimenta: el radicalismo. Mientras se atrinchera en Palacio, afuera crece el resentimiento, la desconexión con la democracia se agranda y los mesías del autoritarismo, tanto de izquierda como de derecha, se sienten más fuertes.
Ese extremista en el 2026 no será refundacional, sino, más bien, destructivo de la senda del capitalismo liberal que debemos retomar. Por ello, sacar a Boluarte del poder es una acción profiláctica: se trata de detener a otro Castillo o semejante, otro líder recubierto de la promesa de desmantelar todo el sistema y que luego termina siendo un fiasco mediocre y corrupto.
No se trata de entregar el país al Congreso, como algunos, temerosos, señalan; removerla es devolverle al menos un mínimo de dignidad al Perú. Debemos romper este ciclo de corrupción y oportunismo antes de que nos trague por completo. La democracia, como dijo Octavio Paz, no es un fin, sino un camino, y para recorrerlo, aquellos que la deshonran deben ser expulsados.
Dina Boluarte debe irse. Por el bien de todos.