Lerner, Roberto

De vuelta al Génesis

"Estamos de regreso al Génesis. Como en el primer libro de la Biblia, todas las pasiones, pero sin reglas. La diferencia es que en nuestro caso ni siquiera existe árbitro."

En el comienzo, así se llama el primer libro de la biblia hebrea, el Génesis, la estadía en el paraíso dura muy poco: lo que al deseo toma para imponerse. Es el primero de muchos exilios, de recorridos, de idas y venidas, de huidas que unen diversos puntos del Cercano Oriente. Entre Abraham, Jacob y José acumulan un número impresionante de millas. Obedeciendo órdenes divinas, escapando de hambrunas y sequías o huyendo de inminentes venganzas, estamos ante patriarcas errantes en nombre de una tierra prometida aunque permanentemente elusiva.

Hay otra cosa que marca uno de los textos más sorprendentes y ambiguos que jamás se haya escrito. El cúmulo de miserias que muestran los humanos cualquiera que sea el vínculo que los une, pero especialmente entre miembros de una misma familia, es asombroso. El fratricidio entre el primer par de hermanos, el oscuro episodio de la borrachera de Noé ni bien terminado el diluvio, las mentiras de Abraham que convierten a Sara en su hermana, la expulsión de Ismael, la suplantación de Esau por parte de Jacob, el engaño que sufre este por parte de su suegro Labán, el complot contra José por parte de sus hermanos. Hechos extremos que trascienden la familia hay muchos: la maldad que conduce al diluvio, la que impera en Sodoma y Gomorra, la venganza contra la población de Siquém por la violación de Dina, para mencionar unos cuantos. Incluso cuando se trata probar obediencia, es alrededor de una orden grotesca: “Abraham, sacrifica a tu amado, a tu hijo Isaac”.

Es muy difícil no sentir rechazo por personajes guiados por sus deseos, por sus impulsos y conveniencias, por sus groseras preferencias y antipatías u odios, luchando por ser los protagonistas en una obra cuyo director no parece tan distinto de ellos —se siente engañado y desilusionado con mucha frecuencia—, salvo que es mucho más poderoso. Pero es igualmente difícil no concluir que eso es lo que ocurre inevitablemente cuando, es el caso indudable del Génesis, solo hay órdenes y promesas, amor y odio, pactos y venganzas, pero no leyes ni contratos.

El Génesis me hace pensar en el Perú de nuestros días. Sus gentes van de un lado al otro, haciendo lo suyo: emprenden, planean, se esfuerzan. Que se trate de formales o informales, de legales o ilegales, de buenos o malos, se empeñan en hacerse un espacio, agrandar el que ya tienen, ganar sus peleas, llegar a sus metas. ¿De qué dependen los resultados?

Bueno, como siempre, en cualquier lugar y sistema, de la suerte. Claro, está la habilidad, la astucia, la ambición, la motivación. ¿Cómo no? También están las normas y protocolos. Pero solo como referencia, sobre todo cuando me favorecen o van en detrimento de mis enemigos. Lo que predomina son espacios de lealtad y pertenencia llenos de ritos de pasaje y pruebas de fidelidad, donde entre la obediencia ciega y el golpe de estado hay una línea difícil de establecer. Montones de redes de hermanitos, literales y metafóricos, que avanzan hasta donde pueden, sacando de juego a otras en el camino.

Quien llega segundo, en una licitación, en una elección, en un concurso o en una rotación, acusa al primero, que se encuentra en el lugar anhelado, para ocuparlo. Ni ideología, ni programa. Solamente con el fin de alcanzar el monopolio de unos hermanitos en desmedro de otros. Estamos de regreso al Génesis. Como en el primer libro de la Biblia, todas las pasiones, pero sin reglas. La diferencia es que en nuestro caso ni siquiera existe árbitro.

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