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Verónika Mendoza exiliada en Bolivia (segunda parte)

Resumen de la primera parte:

https://sudaca.pe/noticia/satira/veronika-mendoza-exiliada-en-bolivia-primera-parte

 

Luego de que la nueva Constitución ilegalizara a la izquierda y al Partido Morado, Verónika Mendoza cruzó a pie la frontera peruano-boliviana y se exilió en La Paz, zona Sopocachi, bajo el nombre Marisa Glave. Sola y deprimida, su única diversión era viajar tres horas seguidas en el teleférico y tomar Inca Kola caliente mirando la ciudad desde El Montículo. A veces sentía que estaba en un Cusco con edificios. A veces se confundía y alzaba el brazo para tomar el Correcaminos, el Zorro, el Batman.

 

A veces pensaba que nunca volvería a la patria.

 

Finalmente, las Fuerzas Armadas depusieron al presidente Daniel Urresti, que había reemplazado al ahora ilegal Julio Guzmán, y convocaron a nuevas elecciones presidenciales. Sin embargo, mantuvieron en la Constitución los artículos 91 y 114 que proscribían a la izquierda y al Partido Morado. “Por cojudos”, fue la explicación oficial.

 

Entristecida, exiliada, sola, Verónika Mendoza estaba en una banca de la Plaza Avaroa comiendo un trancapecho cuando apareció Julio Guzmán en ropa de correr: él también estaba exiliado.

 

Sentados juntos en una banca, Guzmán y Mendoza empezaron a contarse las cosas y a confesar sus errores mientras se pasaban el trancapecho. ¿Debimos colaborar entonces? ¿No era mejor competir, tal como hicimos? Competir, colaborar, ¿no nos iban a almorzar igual? Además, ¿qué clase de baboso colabora en el Perú? ¿No te parece desabrido el trancapecho? Ya que estaremos aquí un tiempo más, ¿no se te antoja hacer algo? Podemos pasear en el teleférico, ¿no crees? ¿Sabías que acá también hay pollo broaster? Tienen hasta salchipapa. ¿Y si vamos un día a correr juntos?

 

Segunda parte:

 

Sábado, 6:52 am.

 

Verónika despertó azorada. Miró a la izquierda de su cama: vacío. Su último recuerdo: Julio Guzmán en la banca diciéndole para correr un día juntos.

 

¿Qué había pasado?

 

Se levantó para lavarse los dientes e intento reconstruir el día anterior: Julio, la banca, el trancapecho. Eso era, el trancapecho. Los recuerdos aparecían como burbujas. Siguieron comiendo, claro, y conversando. Hablaron toda la tarde, sentados en la banca como adolescentes. Hacía tiempo no hablaba con nadie. Julio tampoco.

 

Hablas como vendedor de Natura, le dijo ella.

 

Tienes voz de profesora de nido, le dijo él.

 

Rieron.

 

Hace hambre, dijo ella.

 

El sol a medio caer, el Illimani anaranjado, el vientecito en las gargantas.

 

Vamos a cenar, dijo él.

 

Verónika quería otro trancapecho: hay un Sillpichs en la esquina, allí me compré el mío.

 

Julio tenía su propio antojo: yo quiero falso conejo.

 

¿Y dónde venden eso?, preguntó ella.

 

En El Caldero Chorreante, respondió él con su falsa sonrisa.

 

Con los platos ya servidos, Julio le explicó por qué era ese su restaurante preferido: toda la temática era de Harry Potter. “Nunca vi El Padrino, pero me leí los siete libros”, le dijo ahora sí sonriendo de verdad. “Si no tienes con quién almorzar un día, ven a El Caldero Chorreante y aquí me encontrarás sentado, sin falta”.

 

Se empacharon con comida, pero no recuerda con qué. ¿Cómo acabó la noche? No lo sabe. De pronto, una burbuja: al volver al edificio el portero la saludó como siempre, “buenas noches, señorita Glave”, y Verónika, borracha de comida y empoderada al haber sido llamado por su verdadero nombre durante cinco horas, le dijo al fin lo que había callado durante sus 194 días de exilio:

 

-Mi nombre es Verónika, carajo.

 

*

 

7:01 am.

 

Salió del baño y abrió la refrigeradora para hacerse el desayuno de siempre: Chocosoda con leche. Empezaba a cortar la bolsa de leche con los dientes cuando alguien tocó la puerta.

 

Se le heló la sangre.

 

Nadie tenía su dirección.

 

Nadie tocaba nunca su puerta.

 

Volvieron a tocar.

 

Me encontraron no debí decir mi nombre anoche vienen por mí es la policía las Fuerzas Armadas la DINI serenazgo no sé pero vienen por mí.

 

Corrió inmediatamente a su cuarto a quemar documentos, lo primero que debía hacer según el Departamento de Operaciones Clandestinas del partido. Sacó de su cajón un vinifile con los papeles más comprometedores: un recibo de luz de Bolognesi 590, el estado de cuenta de su tarjeta MiBanco, una foto con Indira Huilca en el Parque de las Leyendas.

 

-¡Verónika! -un grito.

 

Tiró el vinifile a la papelera. Prendió el fósforo.

 

-¡Soy yo, Julio Guzmán! ¡Ya son las 7!

 

-¿Qué haces aquí? -le dijo furiosa tras abrir la puerta.

 

Guzmán trotaba sobre su sitio: zapatillas, buzo, Apple Watch, cara de asáltame.

 

-Pero si quedamos en correr…

 

-¿Cuándo?

 

-Ayer después de comer el quinto trancapecho.

 

Verónika lo hizo pasar.

 

-Perdóname, Julito, de verdad no me acordaba.

 

-No te preocupes. Ayer comimos mucho. Oye, huele a quemado… otra vez.

 

-Sí, son unos papeles no más. Tranquilo que no se va a quemar el departamento.

 

-Bueno, ¿estás lista? Ya tengo la ruta definida: vamos a dar cinco vueltas a la plaza y luego…

 

-No, Julito, no voy a poder. Todavía tengo pesadez. Además ni ropa de deporte tengo. Solo traje cuatro politos y mi pijama de Alf.

 

-Pero Vero, tienes casi seis meses exiliada.

 

-Es que el Nuevo Perú no tiene plata y aún no me mandan mi ropa. Fíjate que no tenemos Wifi desde el 2019.

 

-Mira, si quieres nos encontramos abajo a las 9 y desayunamos por aquí.

 

-Ya pues.

 

*

 

8:59 am.

 

Verónika salió con su camisa fucsia de la suerte. Al lado del portero estaba Julio Guzmán, esperándola.

 

-Buenos días, señorita Glave -le dijo el portero.

 

-Buenos días -respondió ella, sonriente.

 

Guzmán la miró extrañado.

 

-Es una larga historia, Julito.

 

-Te entiendo, Vero -dijo Guzmán-. Yo hago lo mismo.

 

-¿Y cómo te llamas aquí?

 

-Buenos días, señor Curwen -le dijeron a Guzmán esa mañana.

 

Ya sentados, pidieron cuatro salteñas de carne -dos normales, dos picantes-, un jugo de tumbo y un jugo de plátano, muchas gracias.

 

-Oye, Julito, tengo una duda.

 

-Dime Vero.

 

-¿Qué hicimos ayer después de comer tu falso conejo?

 

-Fuimos a pasear en el Teleférico.

 

-¡Lo sabía! A mí me encanta hacer eso.

 

-Estuvimos tres horas dando vueltas por todas las líneas y luego compramos cupcakes en la avenida Arce.

 

-Eso imaginaba. ¿Sabes?, ahora en la mañana no me acordaba de eso.

 

Les dejaron las salteñas y los jugos sobre la mesa. Guzmán agarró el jugo de tumbo y se lo tomó de un solo sorbo.

 

-Verónika, ¿estás teniendo problemas de memoria?

 

-No, Julito, para nada. ¿Por qué?

 

-Porque nunca fuimos al Teleférico.

 

-¿Entonces?

 

-Fuimos a seguir comiendo.

 

Luego de escuchar a Guzmán resumirle la trama de Harry Potter durante 24 minutos, Verónika le ofreció ir al Sillpichs: me toca escoger a mí, vamos por otro trancapecho.

 

Se sentaron -dos trancapechos, por favor- y empezaron a recordar anécdotas. ¿Te acuerdas del primer debate, del escándalo de las vacunas, de la vez que Forsyth dijo cerumen? Qué bellos momentos. ¿Cuando convocaron a la Constituyente, cuando creíamos que el Perú iba a mejorar, cuando nos dejamos de hablar para siempre? Qué nostalgia. Dos trancapechos más, por favor.

 

¿Cómo te exiliaste, Vero? Tuve que caminar 40 días hasta llegar a Desaguadero y cruzar Bolivia a pie, ¿y tú, Julio? Yo viajé a Maryland, luego a Tel Aviv, después me fui a pasear a Roma y llegué a La Paz hace unas semanas para preparar mi regreso, pero seguimos proscritos. Eres un pituco, Julito. No es mi culpa que seas pobre, Verito. ¿Te ves con alguien, Julito? Con nadie, Verito, con nadie. Úrsula Moscoso estuvo 7 horas en mi casa, pero la mandé a pescar al Lago Poopó y debe volver el 2034. ¿Y tú?

 

-Yo tampoco, Julio. Ni me veo ni hablo con nadie.

 

-¿Hace cuánto que no hablas con alguien?

 

-Meses, Julito, meses. Desde que llegue a La Paz solo hablo con Álvaro Campana.

 

-¿Y quién es él?

 

-Es un cuadro clandestino.

 

-Ah.

 

-¿Y tú, hablas con alguien?

 

Por supuesto, le dijo Guzmán. Por las noches iba al karaoke a cantar los mejores éxitos de José José, y ya se había hecho amigo del dueño. En las mañanas salía a correr con sus vecinos, quienes realmente creían que se llama Curwen de Belaúnde. Luego almorzaba en El Caldero Chorreante y, al volver a casa, hacía Zoom parties toda la tarde: con Daniel Olivares que ahora vive en Jamaica, con Víctor Caballero que ahora vive con Marco Sifuentes en Madrid, y hasta con Susel Paredes que ya está grabando la cuarta temporada de The Mandalorian. Dos trancapechos más, por favor.

 

-Hablo con todo el Partido Morado en el exilio. Así me mantengo tranquilo. Si no, no podría.

 

-…

 

-¿De verdad no hablas con nadie?

 

De verdad, le dijo Verónika. El Departamento de Operaciones Clandestinas del partido, fiel a las enseñanzas de Manuel Piñeiro, se lo prohibió de manera tajante.

 

-Y creo que eso me está afectando -dijo ella.

 

-El exilio es traumático, Verito, muy duro. Y no hablar con nadie lo hace peor. ¿Dos trancapechitos más?

 

Al inicio, le contó Verónika, el Nuevo Perú intentó traerla de vuelta. El plan A era llevar un equipo de élite de compañeros entrenados en la Escuela de Cuadros de La Habana para ingresarla de manera clandestina al Perú y desde allí agitar al pueblo organizado. El plan B era hacer tuitazos con el hashtag #QueVuelvaVero

 

Al final, solo hicieron el plan B.

 

-Conforme pasan los días he ido perdiendo las esperanzas de volver. Ya llevo 194 de exilio, Julio, 194 días en los que no hablo con nadie. Jamás pensé decir esto, pero por suerte te encontré. Ya me estaba desesperando. Últimamente siento que me olvido las cosas.

 

-Creo que me he llenado, Vero. ¿Cuántos trancapechos vamos?

 

-No me acuerdo.

 

*

 

9:45 am.

 

Julio Guzmán intentaba consolar a Verónika con su mejor voz de vendedor de licuadoras: olvidarse las cosas debe ser estrés postraumático, Verito, es totalmente normal. La hemos pasado muy mal, tú mucho peor que yo. Lo importante es mirar el futuro y regresar al Perú, y una vez allí seguir enfrentados y odiarnos mutuamente.

 

-Y mañana son las elecciones presidenciales, Julito.

 

-Qué nostalgia, ¿no?

 

-Pensar que hace dos años nos enfrentamos.

 

-Es verdad, y nos peleábamos duro.

 

-Pero tú ganaste.

 

-¿A quién?

 

-A todos.

 

-¿A quién “todos”?

 

Julio Guzmán la miró fijamente y se inclinó sobre la mesa para escudriñarla.

 

-A todos, pues. Si ganaste la elección.

 

-Yo no gané la elección, Verónika. Ni siquiera le gané a Acuña.

 

Ella se quedó en silencio, las manos sobre la mesa, la mirada perdida.

 

-Es cierto… -murmuró.

 

-Yo nunca fui presidente -le dijo Guzmán-. El único presidente que ha tenido el Partido Morado ha sido…

 

-Sagasti -completó ella.

 

-Exacto, pero su gobierno no era del partido porque una cosa era el gobierno y otra el Partido Morado. Yo ni siquiera hablaba con…

 

-Ay ya cállate que nadie te creyó eso.

 

-Perdón. Es la costumbre.

 

-¿Entonces, Julio, qué pasó?

 

-¿En serio no te acuerdas?

 

-No, pero estoy a punto.

 

-Lescano, Verónika.

 

-¡Es verdad!

 

Los puntos en su memoria se fueron conectando al fin: Julio Guzmán no había ganado, claro que no, se desinfló tristemente. Pero ella tampoco pasó a segunda vuelta. Lo tenía muy cerca hasta que apareció Yohny Lescano. Primero le arrebató el sur y luego le quitó a la clase media limeña que siempre consideró a Lescano de centro-izquierda. Cuando a ella la acusaban de comunista no tenía cómo defenderse. Cuando a él lo acusaban de comunista decía “soy de Acción Popular”. Cuando decían que Acción Popular era un partido golpista él decía que nunca apoyó el golpe. Era resbaladizo. Viscoso. Difícil de chapar.

 

-Y así me jodió -dijo Verónika.

 

-Nos jodió -dijo Guzmán.

 

Los recuerdos aparecían nuevamente como burbujas.

 

-Fue Lescano quien convocó a una Asamblea Constituyente, Julio, no tú.

 

-Así es.

 

-¿Y las Fuerzas Armadas?

 

-Salieron a apoyar la nueva Constitución, y dijeron que estaban de acuerdo con los artículos que nos proscribían porque lo merecíamos, por cojudos.

 

-Eso sí me acuerdo. Entonces las elecciones de mañana son…

 

-Convocadas por Lescano para elegirse de nuevo.

 

-…

 

-…

 

-Entonces, Julio, nunca ganamos nada…

 

-Perdimos todo, Vero. El lado oscuro ganó. El lado oscuro siempre ganó: las presidenciales del 2021, la Asamblea Constituyente, el referéndum. La gente los prefiere a ellos, Verito, los odia pero vota por ellos. Nosotros somos los perdedores. Ni siquiera nos dejan jugar. Por eso estamos aquí, desayunando salteñas.

 

-Quizá nunca podamos volver al Perú, Julio.

 

-Quizá ya perdimos al país para siempre, Vero. Quizá un día nos matarán a lampazos y a nadie le importará.

 

-¿Debimos colaborar entonces?

 

-Ya no hay vuelta atrás, Verito. No te tortures.

 

-¿Dónde está nuestro error sin solución? ¿Fuiste tú el culpable o lo fui yo?

 

-Eso no importa ya, Verónika. Si en algo soy muy firme es en que no tiene sentido llorar sobre la leche derramada.

 

*

 

10:04 pm

 

Julio Guzmán entra al karaoke vestido como Ziggy Stardust. Busca al dueño. Le pide que le ponga ya no José José sino Alaska y Dinarama. ¿Cuál de todas, Julito? Ni tú ni nadie. ¿Estás borracho? Un poquito.

 

Sostiene el micro. En noviembre creía que sería Presidente. Las letras empiezan a aparecer. Ahora nunca lo será. Qué fácil es atormentarse después. Canta a voz en cuello. Mil campanas suenan en mi corazón. Llora. Qué difícil es pedir perdón. Salta. Ni tú ni nadie nadie puede cambiarme.

 

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Carlos León Moya

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