Francisco Tafur

Mejor hay que reírse

"De chico, en el colegio, cuando los demás salones eran tan desconocidos como ahora lo son otros países, siempre existía esa rivalidad con los demás. En el fondo, era un tipo de admiración o reconocimiento hacia otra persona que te parecía cool"

[Migrante al paso] De chico, en el colegio, cuando los demás salones eran tan desconocidos como ahora lo son otros países, siempre existía esa rivalidad con los demás. En el fondo, era un tipo de admiración o reconocimiento hacia otra persona que te parecía cool. Después nos volvimos amigos cercanos. Siempre llevaba puesta una casaca por lo menos cuatro tallas más grande y una capucha que le tapaba la mitad de la cara. «Piraña» le pusimos de apodo. Ahora solo yo y unos cuantos le seguimos diciendo así. Nos hicimos amigos en un partidito de fútbol, después de clases. Lo invité a mi casa para jugar PlayStation y el resto son historias legendarias.

De niños, solo basta entretenimiento, buena comida y risas para conseguir un hermano de por vida. Él tenía estilo surfer y yo, pelotero, pero esas diferencias no importaban. Ya más grandes, él, siendo mucho más radical, se tiró de una rampa de skate de mínimo cuatro metros y cayó de codo. Yo no estaba, pero vi el video. Ahora la grabación ya se perdió en alguno de los celulares antiguos de nuestro grupo de amigos.

Se podía escuchar cómo se le reventaba el hueso, y él solo se levantaba y corría del dolor. Raro en él, porque tiene resistencia de camello o algo así. En fin, fue literalmente así: del codo solo quedaron astillas. La radiografía parecía una broma, el hueso había desaparecido. Estuvo en la clínica como tres meses o más. Le hicieron de todo. Tuvo un injerto de mexicano, peruano y un par de países más. Hasta le pegaron el codo al cuerpo. Su doctor parecía Frankenstein. Ahora, viéndolo después de varios años, me doy cuenta de que efectivamente, cuando le decíamos que en algún momento nos íbamos a reír, era verdad. Porque en ese momento no fue algo gracioso. Todos estábamos preocupados y, más que nadie, él mismo.

Hasta en esos momentos de malestar y bajón logramos sacar historias divertidas. Teníamos 22 o 23 años. Desde ese momento ha pasado demasiado y hemos aprendido demasiado. En ese momento no podría haber escrito al respecto con gracia.

Estábamos locos, en nuestras cabezas seguía sonando 19-2000 de Gorillaz mezclado con los Rolling Stones. Era inevitable que no nos sintiéramos como rockstars e intentábamos hacerle honor a nuestro autoproclamado título. Hemos podido terminar presos por lo que hicimos en la clínica. No se imaginen nada tan grave o muy fuerte. Solo travesuras de pequeños adultos que aún se sentían adolescentes. Igual, no me imagino nada más sano en un joven que tener la confianza de sentirse una estrella de rock.

Un par de veces entraron enfermeras porque olía a cigarro. «Nadie ha fumado acá», les decíamos. «Pero sí, cuando entramos también nos pareció oler en el pasillo». Apenas se iban del cuarto, explotábamos de risa. Fumar en una clínica… hay que estar locos. Felizmente había una ventana gigante. Molestaba a mi amigo diciéndole que no se vaya a tirar porque era tan piña que iba a sobrevivir. Siempre hemos tenido ese humor negro. Igual, es una persona incapaz de hacer algo así porque cree demasiado en la vida.

Francisco Tafur

Mi abuela y mi mamá siempre, desde chico, me han molestado con que escojo como amigos a los más locos, pero ellas también les agarraron un cariño tremendo. Aparte, yo también tengo un par de tuercas zafadas. Lo suficiente para mantener la vida divertida.

Lo más irresponsable que hicimos fue cuando me pidió que suba un poco la cantidad de anestesia que entraba y lo hice. No pensé en nada. Solo lo veía adolorido y pensé que no podía pasar nada. No pasó nada, pero manipulé algo que no entendía. Igual, fue un mate de risa. Creo que me pasé y le aumenté la dosis demasiado. Estaba demasiado feliz. Lo más cercano que he tenido fue después de una endoscopía, y no podía ni ponerme las zapatillas. Y lo único que había en mi cabeza era goce.

Todos los pacientes deben haber escuchado las carcajadas. Probablemente los contagiamos. En ese momento aún era aguda y mi risa era bien chistosa. Este tipo de momentos, de temas humanos, pensaría yo, te hacen aprender mucho y unir cabos.

Un gran amigo una vez me dijo: «Cada uno puede decidir cómo se siente». Salíamos del colegio y me dijo eso antes de comernos una Big Crunch de KFC que me estaba invitando. Algo raro también, porque era más mano dura. Pasé mucho tiempo pensando en lo que me dijo y lo aplicaba a todo. Se volvió casi un entrenamiento. Aprendí, en cierto modo, que si sonreía y lo veía todo con un poco de humor, la vida era más viable.

De hecho, esta semana le escribí porque se va a casar. A alguien que le tienes ese cariño, le escribes. Después de las felicitaciones le dije que ya estaba viejo y me respondió, como siempre, con un chiste: «Viejo, pero vigente».

Así es, no hay por qué sufrir. Al menos que sea algo de vida o muerte. No podemos tragedizar nuestras vidas. Al contrario, si es posible, atravesar el infierno con una sonrisa es lo mejor. Por lo menos para mí, quiero llegar a poder hacer eso. Morir sonriendo, tal vez. Es heroico. Lo que se piensa durante los insomnios.

Tags:

amigos, infancia

Mas artículos del autor:

"Como aprendiz del sinsentido"
"Un oso en el edificio"
"Un pirata en la oficina"
x