[Migrante al paso] Eran las dos de la mañana. No sabía nada del lugar, ni el idioma y me quedaba poca batería. Todo estaba oscuro y más que una plaza parecía un descampado. Se veía la Giralda a lo lejos. Algunos locales me hablaban, pero no entendía nada. Motos por todos lados. Casi me atropellan un par de veces. Yo solo, con mi maleta y mochila. Las calles angostas y sucias te dan la impresión de que estás en mitad de la nada. Es el barrio de Medina en Marrakech.
Encontré el lugar. Después de un par de cigarros y de tocar el timbre y la puerta varias veces recién me abrieron. Era un riad, es un tipo de casa caracterizado por tener un patio interior. Solían ser viviendas de gente adinerada, pero actualmente funcionan como pequeños hospedajes. Los cuartos son pequeños y los pasillos son chatos. Nunca entendí por qué, ya que, por lo menos en Marruecos, las personas son bastante altas. No dormí nada, el tour de tres días hacia el desierto de Merzouga comenzaba a las 7 de la mañana y terminé de instalarme a las 3 am.
Normalmente, no me gusta ir en tours con grupos. No soy muy sociable y me incomoda estar mucho rato con gente desconocida, pero esta vez me hice amigos de todos. Por alguna razón, siempre que me encuentro a otro grupo o persona de Latinoamérica me da tranquilidad, sobre todo si es de México. Pedían en todos lados ají o salsa picante, así que me unía a ellos en todas las comidas. Al terminar el tour, todos se despidieron de mí de manera cariñosa y me sentí bien. La gente introvertida no es rara, simplemente nos da un poco de ansiedad al socializar, pero no es que no nos guste o los demás nos caigan mal. Normalmente, cuando nos sentimos cómodos hasta llegamos a hablar más de la cuenta.
Después de tres días estuve una noche en la ciudad de Fez y de ahí regresé a Marrakech. Estuve de nuevo en la plaza, pero esta vez parecía un lugar completamente distinto. Miles de puestos de comida y tiendas. Gente con unos pobres monos encadenados para que la gente se tome fotos. Serpientes que salían de sus canastas supuestamente bailando al ritmo de unas flautas, pero es mentira, se ponen así porque están a la defensiva. Es agradable, pero hasta cierto punto. Hay distintos tipos de turistas, y yo soy uno que le cuesta disfrutar cuando está rodeado de tanta pobreza y miseria. Es un lugar precioso, pero donde voltees ves algo que no te agrada, desde niños hambrientos hasta animales mal tratados. Está claro que es un país que no funciona bien. Entre todo el caos se esconden muchas cosas que estoy seguro de que ningún turista, yo incluido, quiere ver. Vivo en Lima, nací y crecí ahí, aun así, nunca había visto tanto desorden.
Después de varias horas en el carro, paramos en el Ksar de Ait Ben Hadu, una ciudad fortificada donde actualmente solo viven menos de 10 familias, la mayoría de gente vive en la nueva ciudad al otro lado del rio. Lo único que pregunté fue por qué la ciudad no había crecido más al encontrarse al costado de un rio y la respuesta fue que éste es salado debido a varias minas a lo largo de todo el rio. Parece sacado de una película, construido a un lado de una colina de piedra, los edificios se camuflan con la arena del desierto. Rodeado por palmeras de dátiles, las torres angulares y viviendas crecen de manera compacta. Construida con ladrillos de arcilla, albergó numerosos puestos comerciales ya que era un punto estratégico en la ruta que unía a la antigua Sudán con Marrakech. Efectivamente, se han grabado múltiples películas en ese lugar como Gladiador, Babel y otras más antiguas como Lawrence de Arabia y La joya del Nilo, la última construyó ahí mismo un portal gigante, todavía sigue a la vista.
El cambio de paisaje cuando llegas al desierto es abrupto. Repentinamente la geografía rocosa cambia por un mar de arena rojiza que parece extenderse hasta el infinito. Sería imposible adentrarte en él sin perderte. No hay ningún punto de referencia salvo el sol calcinante y las estrellas en una noche helada, si es que sabes guiarte por ellas. Merzouga es un pueblo pequeño que se encuentra comenzando el desierto del Sahara que se expande por todo el norte de África, estábamos a un poco más de 50 kilómetros de la frontera con Argelia.
Entramos con cuatrimoto en el atardecer. Fue increíble. De un momento a otro te olvidas de cualquier problema. Estas en mitad de la nada, te puede pasar lo que sea y va a ser casi imposible que te encuentren. Anocheció y prendieron una fogata y comenzaron a tocar tambores y cantar alrededor. Me quedé hasta la madrugada conversando con los guías y me uní a sus juegos raros. De las brasas que quedaban cogían un pedazo de carbón hirviendo y se lo pasaban de mano en mano, perdía el que se quemaba, como se darán cuenta no hay mucho que hacer para entretenerse ahí. A pesar de todo estaban felices, si mirabas al cielo te quedabas anonadado por la cantidad de estrellas, podías ver claramente en la noche y ellos estaban ahí todos los días.
Regresamos al día siguiente en camello, ya me había subido a uno antes, así que sabía cómo funcionaba, pero no deja de ser sorprendente. Son enormes y siempre me darán algo de miedo porque estás como a tres metros del suelo y tienen un movimiento tambaleante. Al bajar las dunas sientes que te vas a caer hacia adelante. Aprendí muchas cosas y eliminé algunos prejuicios que tenía sin darme cuenta. Regresaría en algún momento. Tal vez, más viejo y con más plata para evitar algunas incomodidades. Una crónica queda corta para describir todo lo que vi y lo que aprendí de esa cultura, cercana históricamente y distinta totalmente a otras que haya conocido en cuanto a prácticas culturales.