André Rieu: El sonido de la Navidad

Nuestro país duele, cansa, jode, indigna y aburre. Todas las cosas que han pasado en el último año y medio no son otra cosa que la consecuencia de siglos de desencuentros y corruptelas diversas que, lenta e inevitablemente, nos han convertido en la peor versión de lo que la indignidad, el desprecio por la educación y la cultura y la pobreza espiritual como norma de comportamiento han provocado, a grandes rasgos, en todas las sociedades de este mundo que cada vez se afea y encanalla más. Por eso, las vías de escape que se nos ofrecen en cada festividad son abrazadas, a veces, con la desesperación de quien no quiere ahogarse y otras, con la certeza de que, aun cuando dure lo que dura una película, un recuerdo o una canción, es decir por muy efímera que sea esa distracción, uno sea capaz de disfrutarla, a pesar de la coyuntura.

En ese marco, la Navidad de este 2022 se siente diferente a las anteriores. Hasta la del 2021, con Pedro Castillo ya en el poder y el COVID-19 aun sin remitir del todo, tuvo algo que rescatar, pero este año hay algo triste en el ambiente. Quizás el año pasado fue un poco menos evidente porque nos encontrábamos sensibilizados por las pérdidas que generó la pandemia -me refiero a las vidas, por si acaso, no a las económicas- o porque Movistar no retiraba de su paquete de cable, como sí lo ha hecho este año, el canal de Hallmark que recubrió con su sobredosis de romanticismo y candor, la aburrida, indigna, jodida, cansada y dolorosa agenda noticiosa local. Y, en esas películas, brilla con luz propia un cancionero navideño que se mantiene inalterable, como una de esas vigas de madera que nos permiten flotar en medio de este fangoso 2022, a pesar de tener, algunos de sus títulos, centurias de antigüedad.

¿A qué sonaba la Navidad hace ochenta años? En los cuarenta y cincuenta la música navideña perteneció a atildados vocalistas especializados en el jazz romántico, los famosos “crooners”, palabra anglosajona que proviene de “croon”, que significa literalmente canturrear o cantar melodías suaves y melodiosas- como Bing Crosby, Dean Martin, Perry Como y Frank Sinatra. Las dos décadas siguientes fueron las estrellas del jazz, las orquestas de Ray Conniff y los coros de niños peruanos (Los Toribianitos, Colegio Manuel Pardo de Chiclayo), los encargados de musicalizar estas fiestas. En los ochenta y noventa, una avalancha variopinta de artistas -desde leyendas del country norteamericano hasta baladistas hispanos, estrellas del pop-rock, el jazz, la new age, el latin-pop, la salsa, etc., se dedicaron a grabar, con resultados diversos y desiguales, este amplio catálogo de canciones que nadie puede dejar de escuchar en diciembre.

Pero en los últimos veinte años ha sido André Rieu, violinista y director de orquesta holandés, quien hizo suyo el cancionero europeo y norteamericano de la Navidad con magistrales interpretaciones de los clásicos de la música de los siglos XVIII y XIX y las populares melodías de jazz y swing compuestas en décadas pasadas, combinándolas con otras piezas selectas que, si bien es cierto no son muy conocidas, se lucen de manera excepcional en medio de inconfundibles carols y villancicos. Los espectáculos navideños de André Rieu constituyen una cápsula del tiempo que nos hace volver a un mundo inexistente en la actualidad, un mundo en el que la elegancia, el humor blanco y la inocencia son expresadas a través de la música.

Rieu posee una discografía amplísima que se inició a mediados de los años ochenta. Sin embargo, lanzó su primer álbum navideño recién en los primeros dos miles, cuando él y sus cincuenta músicos -The Johann Strauss Orchestra- ya habían alcanzado el estatus de superestrellas de la música clásica tocada con precisión y libre de acartonamientos, llevándola a públicos masivos y a la vez selectos, recuperando el espíritu popular que tuvo esta música de salón en siglos pasados. Tal y como lo hicieron grandes directores y orquestadores del pasado como James Last (Alemania, 1925-2015), Bert Kaempfert (Alemania, 1923-1980), Frank Pourcel (Francia, 1913-2000), Paul Mauriat (Francia, 1925-2006), Paolo Mantovani (Italia, 1905-1980), Percy Faith (Canadá-EE.UU., 1908-1976), entre otros, el holandés se convirtió en la única alternativa moderna en este estilo y comenzó a llenar importantes teatros con sus conciertos, siempre con un elenco dispuesto a divertir(se) sanamente interpretando melodías entrañables y reconocibles por varias generaciones de melómanos, recibiendo aplausos del público e ignorando las críticas de los puristas que los catalogan de superficiales y poco serios.

Para este recital navideño, cuyo título en alemán es Weihnachten rund um die welt -Navidad alrededor del mundo- y que fue lanzado primero como DVD por el sello Polydor Records de la gigante productora Universal Music Group, André Rieu selecciona temas clásicos como Silent night (1818), Winter wonderland (1934), Cantique de Nöel (O holy night, 1843) o Rudolph the red nose reindeer (1949) y los combina con melodías universales como el Ave María de Franz Schubert (1825), Adeste fideles (también conocida como O come all ye faithful, 1744), Sah ein Knab ein Röslein stehen de Franz Léhar (1789) y el Hallelujah de George Friedrich Haendel, una de las melodías de su oratorio El Mesías (1741), quizás el opus más conocido del compositor germano-británico. Asimismo, incluye cautivantes composiciones menos populares como The star of Bethlehem, compuesta en 1959 por el checo Miklos Rosza para la película Ben-Hur, una canción de cuna irlandesa titulada Slumber my darling (1862), y un espacial arreglo llamado The angel (Vocalise), en el que suaves violines acompañan a una etérea voz femenina (no confundir con la pieza titulada Concerto pour une voix, escrita en 1969 por el francés Christian Saint-Preux Langlade y que André Rieu también incluye en sus repertorios desde el año 2010).

André Rieu no tiene ningún temor de presentar la música clásica en su forma original sin caer en el elitismo. Por el contrario, demuestra que, aun en estos tiempos de géneros escatológicos como el reggaetón, el repetitivo latin-pop, el R&B al estilo de Jennifer López o la informal y desafinada versión peruana de la timba, es posible para un artista de formación clásica realizar un espectáculo agradable para el público masivo, más allá del prejuicio extendido que considera a la música orquestal académica como un género anticuado, aburrido, difícil de digerir o poco rentable. Las ventas millonarias de sus lanzamientos en audio y video -más de cincuenta a la fecha- y la entusiasta concurrencia a sus conciertos en todo el mundo son pruebas irrefutables de ello.

Además de su versátil orquesta, Rieu presenta, en Christmas around the world -título en inglés del espectáculo- a tres talentosas sopranos: la holandesa Suzan Erens y las brasileñas Carmen Monarcha y Carla Maffioletti, tres voces magníficas que realizan varias apariciones a lo largo del programa, tanto individuales como haciendo celestiales armonías. Adicionalmente, incluye a The Little Angels of Nagasaki, un coro integrado por 35 niños y niñas japoneses cuyas edades fluctúan entre los 4 y los 11 años, que participan con un set de tradicionales canciones japonesas, además de hacer tiernos y graciosos coros en tres clásicos de la música navideña: We wish you a merry Christmas, Silent night y Deck the halls, escrito originalmente a mediados del siglo XVI en Inglaterra y uno de los que más se escuchan en las modernas películas de estación que combinan la Navidad con la comedia romántica de estilo noventero.

Christmas around the world es un recital en el que la orquesta y coros de André Rieu combinan la interpretación musical con divertidas rutinas para beneplácito de los espectadores, haciendo gestos y usando llamativas vestimentas -pelucas blancas, vestidos de colores pastel, ternos y corbatines- basadas en la moda cortesana de siglos pasados. Cada canción es presentada con coreografías y movimientos milimétricamente preparados para darle una dinámica de vaudeville, alegre y familiar, una actitud relajada que promueve la participación del público con aplausos, emociones y cantos a coro. Cada año, el violinista de 73 años realiza este show navideño, como concierto y especial de televisión, en el sensacional Palacio de Invierno de su tierra natal, Maastricht.

Esta fórmula, que Rieu aplica a todos sus espectáculos temáticos, queda muy bien en contextos pascueros, por lo que tiene un lugar asegurado en el nuevo catálogo de clásicos modernos que acompañarán esta y las próximas Navidades a aquellas familias amantes de la buena música, tanto como los recitales que hace, desde hace ya más de una década, el cantante canadiense Michael Bublé, quien ofrece una versión actualizada de aquellos inolvidables especiales de temporada navideña del norteamericano Andy Williams, los Muppets o los Hermanos Osmond, tan populares en los años sesenta y setenta.

La música de Navidad, sinónimo de todas aquellas emociones y conductas que se ubican en las antípodas de lo que nos ofrece la actualidad política, social y del entretenimiento -inocencia infantil versus vulgaridades y perversiones del mundo adulto, armonía y solidaridad versus corrupción y egocentrismo, unión familiar versus enfrentamientos de toda clase-, puede ser todo lo repetitiva que quieran pero se alza como un bálsamo de escapismo -incluso si la despegamos de su sentido específico de celebración entre lo religioso, histórico y comercial- para aliviar un poco la asfixia de una realidad que se lleva por delante todo atisbo de buenas intenciones. Por eso, la existencia de artistas como André Rieu debe celebrarse y promoverse. Porque busca rescatar lo mejor que hicimos como humanidad, aunque sea una causa perdida.

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