Jorge-Luis-Tineo

Artaud: Rock y poesía entre presidentes

Por lo general, las noticias sobre política oficial suelen ser acartonadas y aburridas, una sucesión de hechos y discursos predeterminados y repetitivos, con ligeras variaciones de forma pero, en el fondo, sin alma. Las cumbres presidenciales y sus fotos de grupo son la máxima expresión de lo protocolar, en repúblicas no monárquicas como las nuestras, actos aparentemente serios y trascendentes, ejecutados por personajes macilentos y fingidos, carentes de emoción y credibilidad, cuando no abiertamente deshonestos y mentirosos de toda clase.

Pero la semana pasada ocurrió algo especial, un hipo de la historia que nos invita a revisitar una obra maestra del rock en español que, de repente, dio el gran salto de la marginalidad a la exposición pública por el gusto compartido de dos jefes de Estado sudamericanos. El universo creativo de un destacado cantante, guitarrista y compositor propone una tregua a los convencionalismos habituales y funde, en un abrazo significativo y, a la vez, fugaz, a dos países quebrados históricamente por la corrupción, el militarismo y la represión a sus artistas.

Como noticia de consumo masivo este acontecimiento no tiene la menor importancia. El presidente argentino, Alberto Fernández, le regala a su homólogo chileno, Gabriel Boric, en la ceremonia oficial de asunción de mando de este último, un disco de vinilo. Los conductores de nuestra televisión googlean. «Se trata de Artaud -leído como se escribe, olvídense la pronunciación en francés-, disco de la banda argentina de rock Pescado Rabioso, liderada por Luis Alberto Spinetta, dedicado a un poeta francés». Un par de datos más por aquí y por allá, sacados de internet, y listo. Cambiemos el tono de la información: … el lunes 28 se debate la vacancia de Pedro Castillo, salió la última bronca entre reggaetoneros, liberaron a Fujimori, el fin de semana llega Lapadula…

Los versos y ensayos esquizofrénicos y suprarrealistas del escritor francés Antonin Artaud (1896-1948) inspiraron este álbum grabado a mediados de 1973 en los legendarios Estudios Microfón de Buenos Aires. Sus canciones son un retorno a las formas acústicas que «El Flaco» Luis Alberto Spinetta (1950-2012), había explorado previamente con su primera banda, Almendra, influenciado por los Beatles y el tango, pero con algo de ese fuego rockero y psicodélico que introdujo en los dos discos que hizo al frente de Pescado Rabioso, Desatormentándonos (1972) y el doble Pescado 2 (1973). El nombre de la banda, vanguardista y punk, nos da una idea del talante de Spinetta en esta etapa de su aun floreciente carrera musical.

Aunque Artaud, el disco, es siempre mencionado como el tercero del grupo, se trató en realidad de un trabajo casi en solitario, con la compañía de algunos amigos como Rodolfo García (batería) y Emilio del Guercio (bajo), ex integrantes de Almendra, y de su hermano Gustavo (batería). Pero el núcleo básico que había concebido obras cumbre del blues-rock en español como Blues de Cris, Post-Crucifixión, Como el viento voy a ver, Despiértate nena, Madre-Selva o Me gusta ese tajo, no participó en las grabaciones de aquel LP de la carátula verde-amarilla y ese empaque tan irregular y deforme, imposible de acomodar en estantería alguna. Cuentan que Carlos Cutaia (teclados), David Lebón (bajo, voz) y Juan Carlos «Black» Amaya (batería), los otros integrantes de Pescado Rabioso, se alejaron de Spinetta hasta dejarlo solo, con sus extrañas elucubraciones musicales y filosofías cósmicas.

Artaud es considerado, desde hace tiempo, como el mejor disco de rock argentino. ¿Discutible? Sí, pero lo que no puede negarse es su exquisitez musical, algo que no evitó su ausencia en nuestras radios. En el Perú, la única pista de su existencia nos llegó en los ochenta, a través una balada del álbum debut de los Enanitos Verdes en que el vocalista, Marciano Cantero, le pregunta al público, con nostalgia por los tiempos idos «¿Te acordás del flaco Spinetta cuando cantaba Todas las hojas son del viento?» (Aun sigo cantando, LP Enanitos Verdes, 1984) pero no recuerdo a ningún disc-jockey de la época programando esa suave melodía, ni para contextualizar siquiera, en la que Luis Alberto da consejos y juega con la fragilidad de la niñez y de las hojas secas, la educación y el futuro. En los noventa, una banda de rock local, de las más activas de esa década, tomó como nombre el título de otro de sus cortes. Me refiero, por supuesto, a Cementerio Club.

Por lo menos, hoy existen YouTube y Spotify para que los interesados se sumerjan en las filigranas acústicas de Todas las hojas son del viento o La sed verdadera; el pesado pulso rítmico de Las habladurías del mundo y Bajan -versionada en 1993 por Gustavo Cerati, quien además incorporó el melódico solo del blues aletargado Cementerio Club en la versión en vivo de Té para tres (Comfort y música para volar, Soda Stereo, 1996)-; la atmósfera esotérica de Por -casi dos minutos de sustantivos inconexos y una preposición- y Superchería, que recuerda la sonoridad misteriosa de Figuración, clásico del álbum debut de Almendra; la densidad de A Starosta, el idiota; o el velado erotismo de Cantata de puentes amarillos -basada en el famoso cuadro de Vincent Van Gogh, El puente de Langlois en Arles (1888). De hecho, uno de los textos de Artaud que tanto impactó a Spinetta, al punto de dedicarle todo un disco, fue sobre el genio holandés, titulado Van Gogh, el suicidado de la sociedad (1947). El otro fue sobre Heliogábalo, un emperador romano del siglo III de la era cristiana, que fue condenado y asesinado por su homosexualidad.

Esta vocación por combinar poesía y rock fue la base de su prolífica carrera pero, en este disco, a los 23 años, su don para el escapismo metafórico y la ingravidez sonora se manifiesta en estado de gracia. Poco antes de lanzar Artaud, a fines de octubre de 1973, Spinetta presentó algunas de sus canciones en un íntimo recital, solo con una guitarra acústica, en el Teatro Astral de Buenos Aires, en el que además presentó su manifiesto Rock: música dura, la suicidada por la sociedad -título 100% artaudiano-, en defensa del rock como forma artística trascendental. Ese mismo año fundó su tercera banda, el trío Invisible, con la que produjo tres extraordinarios álbumes: Invisible (1974), Durazno sangrando (1975) y El jardín de los presentes (1976).

Las historias políticas recientes de Chile y Argentina tienen una tradición vergonzosa y oscura de maltrato, censura y represión: El asesinato de Víctor Jara, el exilio de Mercedes Sosa, las amenazas y presiones a Sui Generis para que cambie letras en diversas canciones, el veto a Los Prisioneros en Viña del Mar. Pescado Rabioso, en una escena del documental Rock hasta que se ponga el sol (1973), que registra su presentación en el festival Buenos Aires Rock del año anterior, hacen una alegoría del poder inmortal del rock frente a las mezquindades de la oficialidad. Un presunto agente del gobierno militar le dispara a David Lebón. El guitarrista, sin inmutarse pero con el estómago ensangrentado, se acerca al pistolero y le reclama. Luego, durante el concierto, Spinetta ridiculiza a un patrullero colocándose una circulina en la nuca y caminando, jorobado y con paso simiesco, por todo el escenario. De hecho 1973, año del lanzamiento de Artaud, fue el mismo año en que subió al poder, por segunda vez, Juan Domingo Perón, electo tras dos décadas de dictaduras militares y en medio de la convulsión política y social ocasionada por el golpe de Estado de Augusto Pinochet en Chile. Aquel mandato fue interrumpido por la muerte del líder y fundador del peronismo, de un paro cardiaco, al año siguiente.

Alberto Fernández, presidente de Argentina de 62 años, acompañó el regalo a Gabriel Boric, presidente de Chile, de 36, con una carta escrita a mano con frases de Spinetta, y declaró su complacencia por «compartir ese fanatismo». Para muchos puede resultar banal y poco importante pero es, de alguna forma, una demostración de sensibilidad artística comúnmente ajena a los políticos. Puede ser, desde luego, que nos estén engañando pero, en todo caso, me inspira más confianza un político admirador de un músico elevado y poco popular que uno asociado a representantes de la farándula escandalosa para «empatizar con las mayorías».

Que un disco de rock de los años setenta sea, en la actualidad, un producto cultural representativo de Argentina, evidencia el orgullo que genera, en el corazón del establishment de ese país, la figura y trayectoria de un músico como Luis Alberto Spinetta, capaz de trascender épocas e ideologías como lo hicieron Carlos Gardel, Atahualpa Yupanqui o Facundo Cabral. Y, como bien apuntó el politólogo Carlos León Moya, en su programa de YouTube Voto Irresponsable, es una muestra más de cuánto nos superan los gauchos en cuestiones de iconos rockeros: “¿Qué podría ofrecer el Perú que sea equivalente, un disco de Líbido?”

Por todo esto, es relevante y, en cierto modo, hasta esperanzador, que una pieza de arte sonoro, etérea e indescifrable, contracultural y volátil, se convierta en el nexo entre dos individuos de diferentes generaciones que, más allá de ser, después de todo, un par de políticos -terrenales, ambiciosos de poder, corruptos en potencia- muestren un aspecto inesperado de su personalidad. Ocurrió con Václav Havel (1936-2011), último presidente de Checoslovaquia y primero de la República Checa tras la disolución en 1992, quien fue amigo de rockeros, escritores y actores de cine -él mismo era un hombre de teatro y literatura-, una figura refrescante en el entramado político de esa zona del mundo. El arte y la política no suelen estar del mismo lado. Y cuando pasa, es necesario prestar atención antes de dilucidar si se trata de una feliz coincidencia -que no garantiza, en sí misma, una mejora en sus respectivos gobiernos- o si solo es un caso más de utilización política de prestigios ajenos.

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Cultura, Música, sociedad

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