El asesinato de Arturo Cárdenas, secretario general del Sindicato de Trabajadores en Construcción Civil de Lima y Balnearios es tremendamente grave. Es el equivalente a que las mafias del oro ilegal hubieran asesinado al gerente de la Sociedad Nacional de Minería, Petróleo y Energía.
Constituye un escalamiento de la violencia asesina por parte de los sindicatos mafiosos que quieren controlar los cupos que se pagan en las obras de construcción y que el gremio formal combate desde hace décadas.
Si tuviéramos un gobierno decente y solvente, ello hubiera merecido de inmediato una convocatoria de emergencia al ministro del Interior por parte de la presidenta Dina Boluarte, la convocatoria del Consejo de Estado, la invitación a una conferencia de prensa o un mensaje en cadena nacional.
Pero no, nada de eso ocurrió. La presidenta no convocó ni al ministro del Interior (no figura en su agenda y aquél se la pasó reunido con el titular del Congreso hablando sabe dios de qué pavadas), no invitó a las principales autoridades llamadas a combatir la delincuencia, más bien, se entretuvo dando un espectáculo penoso junto a su ministro de Educación jugando una pichanguita de vóley en el patio de honor de Palacio de Gobierno.
Han hecho bien los principales gremios empresariales y sindicales en hacer un enérgico llamado conjunto a que el gobierno tome acciones, han actuado con propiedad los líderes políticos que le exigen al régimen mayor seriedad y desvelo en el manejo del tema.
La mediocridad y frivolidad de este gobierno ya no admite tolerancia. Y hace bien la derecha fáctica y política en manifestarse irritada. El monopolio de la indignación por un gobierno chicha, corrupto, incapaz y mercantilista no puede ser de la izquierda.
No hay nada, lamentablemente, que nos haga pensar que este gobierno va a ser algo serio, coherente y bien diseñado sobre el tema de la creciente inseguridad ciudadana. El país será dominado por las mafias delictivas, por las verdaderas organizaciones criminales y no por las inventadas abusivamente por fiscales ignorantes o envenenados por el odio a sus adversarios.
Como en muchas otras cosas, habrá que esperar a que el 2026 -u ojalá antes- las urnas lleven a Palacio a alguien que mire el país con seriedad y sentido del deber cívico, lejos del dechado de frivolidad e indolencia que hoy nos gobierna.