Liz Meléndez

Violación sexual: una forma de control patriarcal

“Las principales víctimas de violaciones sexuales son las mujeres, especialmente las niñas, niños y adolescentes. Cuyos cuerpos vulnerables y estigmatizados son abusados. Sin embargo, el abuso sexual es también una práctica utilizada entre varones en espacios en donde se requiere reafirmar una masculinidad hegemónica, patriarcal y abusiva”

La violencia sexual es asunto de poder. Una forma criminal de humillar, de poseer un cuerpo que se desprecia y sobre el cual se quiere reafirmar la superioridad.

Es decir, los ataques sexuales no tienen que ver con los deseos sexuales, ni con una libido irrefrenable.  Se relaciona directamente con una conducta que refleja el odio y despojo de la humanidad de la otra persona, a quien solo se le considera como un objeto de abuso, desprovisto de derechos.

Es una cruel expresión del patriarcado feroz, que invade el cuerpo y lo subyuga, vulnerando un aspecto profundamente íntimo y privado como es la sexualidad. 

Las principales víctimas de violaciones sexuales son las mujeres, especialmente las niñas, niños y adolescentes. Cuyos cuerpos vulnerables y estigmatizados son abusados. Sin embargo, el abuso sexual es también una práctica utilizada entre varones en espacios en donde se requiere reafirmar una masculinidad hegemónica, patriarcal y abusiva. 

La violación sexual es utilizada como castigo patriarcal, como forma de reafirmar poder incluso entre hombres. El origen perverso es el mismo.

Así, hechos recientemente conocidos como la denunciada violación sexual múltiple contra un estudiante en la escuela de suboficiales de la Policía Nacional del Perú -que se ha hecho pública- es indignante y lamentablemente no es una práctica aislada. 

Según la víctima, este hecho quiso justificarse como “una tradición” de quienes conforman o pretenden conformar la institución pública. La víctima no recibió un apoyo inmediato y, por el contrario, superiores trataron de persuadirle apelando a que los agresores tenían una familia detrás que se vería perjudicada y que el caso no debería volverse un “escándalo”. Lo cual es cruel e inadmisible.

Infelizmente, aunque son pocos los hechos denunciados, sumando que para los hombres hay estigmatizaciones directamente relacionadas a la masculinidad hegemónica, se sabe que estás prácticas han existido (y al parecer persisten) como rituales de iniciación en las fuerzas armadas y la Policía Nacional del Perú. 

Estos hechos deshumanizantes vulneran derechos fundamentales, dejando graves secuelas en las víctimas que, de acuerdo a los estándares internacionales de derechos humanos, muchas veces pueden ser equiparables a la tortura.

Urge que estas denuncias se investiguen, se sancione a los responsables, se proteja a quien denuncia de manera inmediata y se implementen medidas para la no repetición de estos hechos, en los espacios de formación como las escuelas de oficiales y suboficiales. 

El Estado tiene que erradicar, efectivamente, estás prácticas en todas sus instituciones, incluyendo los espacios formativos de la Policía Nacional del Perú y de todas las escuelas vinculadas a las Fuerzas Armadas. Esta es una obligación ética y legal.  Al no hacerlo y mantenerse indiferente, las autoridades se convierten en cómplices de un crimen atroz.

La violencia sexual es un asunto que el Estado debe prevenir, centrando sus esfuerzos no solo en la sanción (que es sumamente relevante) sino además en la prevención. Esto último involucra un trabajo a nivel de todo el Estado y la transformación de aquellas masculinidades patriarcales hegemónicas, que tanto hace sufrir a las mujeres y también a los hombres. 

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