Alonso Rabí Do Carmo

Poeta soy yo

Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) es uno de los escritores latinoamericanos más interesantes de la escena contemporánea. Aunque inicia su carrera literaria como poeta (Bahía inútil, su primer poemario, data de 1998) es la narrativa el terreno en el que su obra ha logrado un unánime reconocimiento.

 

La trilogía formada por Bonsái (2006), La vida privada de los árboles (2007) y Formas de volver a casa (2011) posicionó rápidamente a Zambra como un narrador capaz de construir un universo personalísimo, que giraba en torno a la vocación por la escritura y por el que seguramente es uno de los fantasmas históricos más densos de Chile: la dictadura de Pinochet. Toda la trilogía está marcada por un lenguaje económico, de ánimo indudablemente minimalista.

 

La tentación de vincular a algunos personajes de esta trilogía con el propio Zambra –en especial a los que escriben o tienen alguna vinculación con la práctica literaria– es un riesgo permanente, pero si por algo existe la ficción es para tendernos un velo de misterio.

 

Otro libro de Zambra, Mis documentos (2013), además de ser su primera incursión en el relato breve, arroja luces más claras sobre ese vínculo, aunque el texto se mueve en una frontera híbrida, pues toma elementos no solo del cuento, también del ensayo, el diario y la memoria. Sin llegar a ser un texto declaradamente autobiográfico, la sensación de identidad con el autor material podría ser, en este caso, más intensa.

 

Dejo aparte, en este recuento, Facsímil (2014), un libro propiamente experimental, que se acerca mucho a la idea de obra abierta y cuya fórmula narrativa (un simulacro de examen de admisión universitario) ofrece en cada respuesta innumerables opciones de interpretación, un recurso que ya había usado Cabrera Infante en una página perdida de su notable Exorcismos de Esti(l)o (1976).

 

Poeta chileno (2020) es la reciente entrega de Zambra. Una novela de mayor aliento, que abandona esa obsesión por la brevedad y la concisión que se había constituido en uno de los más notorios rasgos de su estilo. El título nos coloca, una vez más, en el centro del universo de Zambra, esa mezcla de displacer cotidiano e impulso creador que afiebra frecuentemente a sus criaturas.

 

Uno de los personajes centrales de este libro, Gonzalo, busca afiliarse, pertenecer a un ámbito que no es otro que el de la poesía chilena, especie de familia alterna, pues la biológica, aquella de la que proviene, tiene un carácter disfuncional. Lo genuino y su impostura van formando, a lo largo de la narración, pares conceptuales: padre/padrastro, hijo/ hijastro, poeta/poetastro, familia/familiastra. Los sentidos se deslizan, creando contextos de ironía y por momentos de sarcasmo, a la vez que ponen al desnudo todo un mundo de carencias y conflictos afectivo-emocionales.

 

El propio Gonzalo tendrá, en Vicente (su hijastro) su contraparte. Gonzalo estudió literatura, con toda la carga de escepticismo que los otros suponen en sociedades como las nuestras y tiene claro que quiere ser poeta, que no es lo mismo que simplemente escribir poemas. El poeta es un constructo, desde el nombre: Gonzalo Pezoa, en clarísima alusión al gran poeta portugués, fue una entre varias posibilidades de nom de plum, felizmente desechada. Vicente, influido por Gonzalo, desea también seguir sus pasos. “Parrita”, lo llaman algunos, causándole un evidente fastidio.

 

Detrás del sarcasmo, los juegos de palabras, las inverosímiles combinaciones para un improbable bautizo poético, existe un velado tributo a la poesía chilena, hay que decirlo, una de las tradiciones más poderosas del mundo hispano. Del mismo modo, el retrato de las diferencias generacionales entre Gonzalo y Vicente, a veces crudas, no esquivan tampoco mostrar sus momentos de conmovedora cercanía. En esos contrastes habita, sin duda, la poesía.

 

Poeta chileno. Barcelona: Anagrama, 2020.

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