Roberto Lerner

¿Trabajo híbrido?

 

Las escuelas y universidades son para que personas que, en general, no producen ni se reproducen se preparen para hacerlo en otros lugares; como casas —o habitaciones de cierto tipo— donde padres e hijos, puede ser que otros parientes, resuelven tareas ligadas al ciclo de vida socio afectivo; o como oficinas, tiendas, fábricas, negocios, en los que se crece desde el punto de vista económico y profesional.

Todo lo anterior parecía un orden natural, actividades y espacios indiscutibles, de los que derivaban protocolos, costumbres, reglas. Casi podría decirse que se trataba de un escenario inamovible en el que todos hacíamos lo nuestro. Por supuesto que es una exageración, que estamos hablando de instituciones, por lo tanto sometidas a una historia que las vio transformarse con matices en diferentes culturas. Pero como que era el default.

Hasta que vino la pandemia y se hizo evidente que el lugar donde habitualmente hacíamos ciertas cosas, por ejemplo trabajar, es menos determinante de lo que asumíamos y que se puede realizar con iguales o mejores resultados desde otras coordenadas. El trabajo y el estudio remotos eran posibles, un nuevo mundo se abría, los horizontes laborales y educacionales se ensanchaban. Antes del virus habían precursores que en la década previa iban en ese sentido, pero ahora se trataba de un camino sin retorno.

 

Hablemos solo del trabajo.

¡Flexibilidad es la voz! Los ejecutivos no están dispuestos a seguir trabajando para organizaciones que no ofrecen alternativas: tanto tiempo en la oficina, tanto fuera de ella. Trabajo híbrido, a pesar de que el término de asocia a seres contrahechos. Y aunque muchas organizaciones parecen creer que traerá lo mejor de ambos mundos, de la presencialidad y la virtualidad, los datos que poseemos hasta ahora no son tan claros.

En primer lugar ambas circunstancias tienen modelos mentales diferentes. Desde las maneras de focalizar, para hablar de un asunto neuropsicológico, hasta la susceptibilidad a la crítica, para hablar de uno que es esencialmente emocional, responden a variables distintas en remoto y presencial. No importa el arreglo, pasar de un modelo a otro requiere de ajustes y esos ajustes demandan energía. Ya se comienza a escuchar voces sobre el agotamiento de la hibridez.

No solamente eso. El clima laboral también cambia cuando uno tiene a una parte de los equipos lejos y otra dentro. ¿Tendrán los presentes más ventajas ante los ojos de sus jefes que los ausentes, se llevaran los segundos las cosas más fácilmente?, ¿tendrán los líderes —para quienes todo lo anterior significa ajustes mentales y conductuales importantes— que ceñirse a nuevos ejercicios de inclusividad al no olvidar dirigirse, además de a ellas y ellos, a virtuales y presenciales?

La cosa no está, literalmente, en el lugar. El asunto, por el contrario, es qué parte y tipo de  trabajo se hace dónde y cómo. Quizá la revolución radica en que iremos a un lugar que no es la oficina para documentarnos e inspirarnos, a la oficina para lo operativo, nos quedaremos en la casa para profundizar y documentar, y acudiremos a otro sitio para negociar, dar o recibir retroalimentación muy importante. Algunos de esos lugares serán propios de cada empresa, otros comunes a varias empresas, algunos estarán en la nube otros en la interacción cara a cara.

Para terminar, no es dónde trabajamos, sino en qué lugares vamos a hacer qué parte de nuestro trabajo. Seamos sinceros: no la tenemos clara y durante un tiempo lo híbrido será un viaje por territorio desconocido y nos deparará muchas sorpresas, requiriendo de todos creatividad y coraje.

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