Debido a la cantidad de tareas que las personas realizan, actualmente, de forma simultánea, es posible que el nivel de atención que le dedicamos a alguien que nos está hablando disminuya. Sin embargo, más allá de las circunstancias, existen personas que, constantemente, están esperando a que la otra persona deje de hablar para decir lo que ellos quieren.
A estos “malos oyentes”, que necesitan más de un auditorio que de un interlocutor, un artículo de Forbes los identifica por al menos cuatro situaciones comunes que los caracteriza: interrumpen constantemente, preguntan por algo que ya fue dicho, gritan para tener la razón, quienes le rodean dejan de contarle cosas importantes porque no las tendrán en cuenta.
Aunque pueda parecer un aspecto más en la personalidad de alguien, no saber escuchar a los demás trae consecuencias importantes en la vida familiar, personal y profesional. Leslie Shore, autor del libro “Listen to Succeed”, citado en el portal Fast Company señala la importancia de escuchar en el momento mismo de la conversación.
«Cuando comenzamos a trabajar en una respuesta antes de que el hablante haya terminado, perdemos tanto la información completa que se ofrece como la comprensión del tipo de emoción presente en la expresión de la persona», explica.
Formas de mejorarlo
Si bien ser consciente de estos errores ya implica un avance hacia convertirse en un mejor oyente, también se requiere trabajar en tener más tolerancia y paciencia con los demás. En un estudio realizado por los especialistas en liderazgo, Jack Zenger y Joseph Folkman, apenas 5% de más de 3,400 ejecutivos entrevistados fueron percibidos como “oyentes efectivos”.
“Escuchar bien es mucho más que estar en silencio mientras la otra persona habla. Por el contrario, las personas perciben que los mejores oyentes son aquellos que periódicamente hacen preguntas. Sentarse allí y asentir en silencio no proporciona evidencia segura de que una persona esté escuchando, pero hacer una buena pregunta le dice al orador que el oyente no solo ha escuchado lo que se dijo, sino que lo comprendió lo suficientemente bien como para querer información adicional”, concluyen en un artículo para Harvard Business Review.
Por lo tanto, un buen oyente debería no solamente prestar atención y tener un lenguaje corporal que indique que está escuchando, sino también intervenir eventualmente para hacer del proceso algo realmente interactivo.
En suma, el buen oyente es alguien con quien se puede intercambiar ideas y, en lugar de absorber las ideas y la energía del otro, las amplifica, y aclara los pensamientos que se tengan. Es alguien que no solo hace sentir mejor absorbiendo pasivamente lo que se dice, sino apoyando activamente.