Hay carreras artísticas que terminan justo antes de empezar, a veces por caprichos del destino y otras, por decisiones personales que motivan un cambio absoluto de ritmo vital. Esto último fue lo que ocurrió con la cantante y artista plástica Mary Susan Anway (1951-2021), quien tomó la determinación, en 1992, de abandonar a una prometedora pero, hasta el momento de su renuncia, poco conocida banda, formada entre Boston y New York y que ella integró desde el día 1, gracias a la invitación que le hiciera su líder, compositor, multi-instrumentista y director Stephin Merritt (1965).
«La audición -cuenta Anway en una entrevista reciente concedida a Gail O’Hara, una de las productoras del documental Strange powers: Stephin Merritt and The Magnetic Fields (2010), sobre la saga del grupo, en el cual ella, sorprendentemente, no aparece-, fue en el departamento de Stephin en Boston. En la habitación no había nada excepto por un solo micrófono, unos teclados, una computadora MAC, alfombras y un libro de H. P. Lovecraft en el suelo. Yo pensé que odiaría mi forma de cantar sus composiciones pues sonaba como un clon de Judy Collins. Pero, después de las primeras líneas de Crowd of drifters –tema que no llegó a grabar y apareció recién en el tercer álbum, The charm of the highway strip (1994), cantado por Merritt-, me detuvo y comenzamos a construir juntos la canción. Como si lo hubiéramos hecho por años».
The Magnetic Fields se convirtió, poco después de que Susan liara bártulos y se llevara sus cosas, su familia y su talento a Arizona, en uno de los grupos de culto más respetados, merced de la creatividad y agudeza de Stephin Merritt, quien hizo suyo el lenguaje oscuro y, a un tiempo, infantil del indie pop, además de revelarse como un vocalista especial, con tonos de ultratumba al estilo de Leonard Cohen, Nick Cave o Ian Curtis y una idiosincrática forma de escribir, entre la amargura antisocial y el idealismo nerd, acerca de cuestiones fundamentales como la vida y la muerte, el amor y la amistad, el sexo y el romanticismo, la angustia y las relaciones interpersonales. Un crítico musical, evidentemente fanatizado, escribió alguna vez que «junto a Merritt, Lou Reed parecía Anita La Huerfanita». Haciendo a un lado la exageración, la frase sirve para entender la onda de Merritt y sus campos magnéticos.
La discografía de The Magnetic Fields, absolutamente desconocida para las grandes masas, es casi una joya para segmentos minoritarios en los extramuros del público consumidor de música no convencional. Por un lado, los superficiales hipsters, capaces de banalizar todo lo que tocan y, por el otro, la crítica especializada, se rinden por igual al perfil culturoso, atribulado y anti-establishment de Merritt -homosexual militante, vegano, hipocondríaco- que envuelve sus ácidas letras de (des)amor en ukeleles, marimbas, pianos de juguete y capas electroacústicas que van de lo sutil a lo denso, como las letras de sus canciones.
Personalmente, encuentro álbumes como Holiday (1994) y Get lost (1995), bastante aburridos y repetitivos en lo musical -con guiños, por momentos, a la angustia catatónica de Joy Division y uso exagerado de sonidos infantiloides, como cuando Jimmy Fallon se junta con The Roots-, aunque no dejan de soltar algunas brisas agradables como en The flowers she sent and the flowers she said she sent o With whom to dance?, en los que la combinación de estos elementos con guitarras distorsionadas y la yuxtaposición del tono gutural de Merritt con las voces susurrantes de Claudia Gonson y Shirley Simms (añadida al grupo en 1999) generan armonías de buena factura, que calzan a la perfección con la estética indie que se desarrolló al margen del grunge, el «rock alternativo» y el britpop noventeros.
Susan Anway, fallecida hace un mes a los 70 años, participó en los dos primeros álbumes del grupo, Distant plastic tres (1991) y The wayward bus (1992) grabados en el estudio personal de Merritt y publicados por el sello independiente PoPuP Records. En esa época, la escena musical pop-rock era dominada por Nirvana, Pearl Jam, Collective Soul (EE.UU.), Oasis, Blur y Garbage (Inglaterra), en el espectro guitarrero, tributario de todo lo ocurrido las dos décadas anteriores (Beatlemanía, blues-rock, punk, heavy metal) y por el techno y la música dance, ecos de la onda electro-pop británica (Human League, Depeche Mode, New Order). El sonido lánguido, melancólico de The Magnetic Fields se ubica en las afueras de estas modas. Y la voz de Anway, como las de Hope Sandoval (Mazzy Star) o el tándem escocés Isobel Campbell y Sarah Martin (Belle And Sebastian), entre otras, fue creando su propio público entre jóvenes universitarios y cafés literarios, con ciertos componentes extraídos del folk sesentero pero mirando al futuro.
En su momento, esos discos no tuvieron mayor resonancia, aunque pasó poco tiempo antes de que la banda se pusiera a la vanguardia del nuevo pop independiente, intimista y minimal. Conceptos como depresión, letargo, crisis emocional, comportamientos bipolares y desfachatez romántica fueron los insumos centrales de Merritt, canalizados a través de voces femeninas, una de ellas la de Anway, en temas como 100,000 fairflies o Tokyo à go-go, hoy considerados himnos del indie pop. Merritt escribió al anunciar su muerte que «era una persona adorable y será extrañada por todos nosotros», a pesar de que no hablaron más desde que Susan se mudó, alejándose del radar musical.
La consagración real de The Magnetic Fields llegó con una extensa producción, un álbum triple titulado 69 love songs (Merge Records, 1999) que, como su nombre indica, contiene 69 piezas musicales en las que Merritt, ya afianzado como vocalista principal, vuelve a desnudar su alma para tocar ciertas sensibilidades, hablando abiertamente de relaciones disfuncionales, desde múltiples opciones sexuales, crímenes pasionales y otros tópicos relacionados al amor pero desde puntos de vista absolutamente alejados de todo lo percibido como “normal”. Aun cuando es una prolongación sonora de lo que venían haciendo, la gruesa cantidad de información del disco consolidó el perfil de Merritt y su banda, algo así como lo que le pasó a Wayne Coyne y The Flaming Lips tras el lanzamiento de Zaireeka (Warner Bros. Records, 1997) -cuatro discos que deben ser escuchados en simultáneo-, no porque sean similares sino porque se trata de otro álbum conceptual, clásico del indie pero absolutamente inexistente para el gran público. No había marcha atrás para Merritt y su estatus de poeta maldito del nuevo pop ajeno a las radios y las ventas millonarias.
Entre 2004 y 2010, The Magnetic Fields dio un ligero vuelco a su propuesta electroacústica con otra producción triple, está vez por separado, conocida como «la trilogía sin sintetizadores». En los discos que la conforman, i (2004), Distortion (2008) y Realism (2010), Merritt y sus colaboradores prescinden de todo artilugio electrónico y construyen una selección de canciones suaves, pausadas y, al mismo tiempo, divertidas por todos los detalles que se esconden tras cada compás, usando bloques de madera, guitarras acústicas, pianos, cellos, flautas, glockenspiels, tamboras, tablas, acordeones, etc., en una paleta sónica desenchufada y honesta, alejada de marcianadas ruidistas o distorsiones artificiales, coartadas que utilizan algunos actos indie para disimular su carencia de destreza instrumental o los revisionismos que rozan al plagio. Esta etapa del grupo se cierra, precisamente, con el documental Strange Powers…, en el que incluso reciben elogios de Peter Gabriel, con quien Merritt intercambió canciones en el proyecto doble de covers Scratch my back/And I’ll scratch yours, del famoso ex vocalista de Genesis. Aunque siempre se refiere que Merritt «es» The Magnetic Fields, se trata de una banda estable desde 1999, completada por Claudia Gonson (piano, percusión, voz), Sam Devol (cello), John Woo (guitarras, banjo) y Shirley Simms (violín, voz), además de tener un elenco diverso de colaboradores. Luego vendrían otros álbumes como 50 song memoir (2016) -un ejercicio autobiográfico en que Merritt escribe una canción sobre sucesos de cada año de su vida- y, ya en pandemia, Quickies (Nonesuch Records, 2020), un comprimido set de 27 temas que van de los 17 segundos a los 2 minutos y medio.
Pero detrás de toda esta sofisticación de corte «arty» han aparecido, desde hace tiempo, señales de desgaste y auto repetición, cosas que por supuesto no pasaron en aquellos dos iniciáticos discos en los que asomó por vez primera el sonido de The Magnetic Fields, con la voz aterciopelada, cansina, de media tarde austera y sin mayores pretensiones de Susan Anway. La cantante, que nunca actuó en vivo con la banda, solía imitar a divas como Shirley Bassey o Aretha Franklin cuando ensayaba. Se retiró a las montañas a pintar y hacer música electrónica, de mucha menor resonancia incluso para los estándares de lo indie, con su propio grupo Diskarnate. Su fallecimiento fue anunciado el 9 de septiembre de este año, por complicaciones del mal de Parkinson. Una buena razón, aunque no muy agradable, de redescubrir la magia de Distant plastic tres y The wayward bus, que fueran reeditados como un solo álbum en 1994.
Campos Magnéticos: A un mes de la partida de Susan Anway
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