Juan Carlos Tafur

¿A quién beneficia al desmadre?

“Cuando se presente la circunstancia electoral, la gente no va a distinguir entre derecha e izquierda necesariamente, sino, sobre todo, por ver quién representa la mayor contestación al establishment”

No hay una sola política pública o entidad estatal que haya mejorado con la gestión de Castillo. Todas han ido para peor, llegando, en algunos casos, a niveles cataclísmicos de ineficiencia.

Ese hecho, que para muchos es la mejor causal del deterioro del gobierno, es, lamentablemente, también, motivo de que el ánimo antiestablishment crezca en la población más necesitada del Estado, aquella, que por su condición de pobreza requiere del aparato público para subsistir (educación, salud, alimentación, etc.).

El malestar ciudadano que se siente ahora o que se va a sentir al cabo de lo que dure este nefasto gobierno, va a crecer con el paso de los días. La ciudadanía más pobre deposita enormes expectativas en el Estado, es la presencia del ente llamado a dar, como derechos, servicios, que infelizmente da menos o simplemente ya no da, por obra y gracia de la inconmensurable mediocridad del régimen.

Y cuando se presente la circunstancia electoral, la gente no va a distinguir entre derecha e izquierda necesariamente, sino, sobre todo, por ver quién representa la mayor contestación a ese establishment, al Estado, al orden de cosas que se ha ido deteriorando, y que se refleja, según todas las encuestas, en irritación por el alza del costo de vida, la corrupción pública y la inseguridad ciudadana (vamos a ver, entonces, si el lema “vamos a fusilar a los corruptos” no levanta adhesiones masivas).

Es innegable que el desprestigio de las izquierdas (la de Cerrón y la de Mendoza), luego de este gobierno, va a ser gigantesca y merecida, y en principio, debería sacarla del protagonismo electoral, pero no hay que olvidar que subterráneamente corren fuerzas antisistema que se superponen a las categorías ideológicas señaladas y en situaciones de crisis, las desbordan (pasó en la última elección y ocurrió, sobre todo, en la de 1990).

Si a ello le sumamos la dispersión absurda e insensata del centro y la derecha -los supuestos receptores del desprestigio de las izquierdas-, se entenderá el temor de que, a pesar del desastre que estamos viviendo, en la próxima contienda electoral vuelva a aparecer un disruptivo radical que, contra la confianza ilusa que muchos albergan, termine por sorprender y al final llevarse el triunfo inesperadamente. Sería una tragedia a la que la centroderecha, la clase política y empresarial, está contribuyendo con creces.

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Gobierno, Pedro Castillo

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