En el Perú de hoy, la centroderecha es algo así como un fantasma: está ahí, pero no está presente. Su silencio, su timidez, su miedo casi patológico a participar públicamente la hace irrelevante.
Con muy pocas excepciones, sus miembros tienden a susurrar entre bambalinas en lugar de pronunciarse con declaraciones públicas firmes. Y aún así, deben saber que, en política, el silencio es rendirse.
Frente a una extrema derecha que ha monopolizado el lenguaje de la indignación y una izquierda radical para quien la protesta se aproxima a una forma de arte, ahí está, impotente: la centroderecha, callada, calculadora. Esa moderación tibia y sin pasión no despierta.
El público no anhela esfinges que respeten códigos discretos de conducta privada; anhela líderes que puedan encontrar las coordenadas éticas de la vida pública, incluso desde un punto de vista centrista. Se puede ser un centrista con la pasión de un radical, defendiendo los valores liberales mientras otros proclaman las utopías poco prácticas que tienen en mente.
La centroderecha peruana resulta ser un drama más moral que estratégico. Es el miedo al riesgo, al debate, a la impopularidad transitoria que es el precio a pagar por defender la democracia liberal en una época de populismo demagógico.
Pero aquellos que no están dispuestos a luchar por esa visión del mundo al final serán avasallados por las visiones de otros. Si no se deshace de este perfil bajo, de su moderación política, la centroderecha terminará devorada, primero por el extremismo conservador que promete orden a toda costa, y luego por el populismo de izquierda que promete redención sin sacrificio.
En un país que necesita volverse más sensato,pero también más valiente, la centroderecha debería resurgir como una opción disruptiva: de valores firmes, soluciones creativas, comunicación audaz. Ya no basta con tener la razón; hay que saber defender la propia verdad en el foro público, empuñar palabras vivas, un espíritu combativo.
Lo que el Perú no necesita es otro silencio cómplice; necesita voces valientes que, bien posicionadas desde el centro, arriesguen el presente.