[El dedo en la llaga] El 14 de febrero de 2025, en el marco de la Conferencia de Seguridad realizada en Múnich (Alemania), el actual vicepresidente de los Estados Unidos, JD Vance, lanzó un discurso criticando a las democracias europeas sobre todo por haber permitido una migración masiva y limitar la libertad de expresión de sus ciudadanos. En sus propias palabras, «la amenaza que más me preocupa en Europa no es Rusia, no es China, no es ningún otro actor externo. Y lo que me preocupa es la amenaza desde dentro: el retroceso de Europa en algunos de sus valores más fundamentales. Valores compartidos con los Estados Unidos».
Lo paradójico del asunto es que las críticas provienen de una autoridad política de un país (Estados Unidos) que ocupa el puesto 29 en el Índice de Democracia 2024 de la revista The Economist —siendo catalogado como una democracia deficiente—, mientras que Alemania, país anfitrión de la Conferencia de Seguridad, ocupa actualmente el puesto 13 y es considerado una democracia plena. Es algo así como que el discípulo le quiera enseñar algo al maestro, escueleándolo con arrogancia. Porque este último ingrediente, compartido por quienes tiene la sartén por el mango en la administración Trump, no suele faltar en las intervenciones de esa cúpula ultraderechista y conservadora, como se evidenció recientemente —el viernes 28 de febrero— en las conversaciones públicas de Donald Trump y JD Vance con el presidente de Ucrania Volodímir Zelenski en la Oficina Oval de la Casa Blanca.
Regresando a Múnich, esto es lo que dijo JD Vance sobre el tema de la libertad de expresión:
«Me temo que la libertad de expresión está retrocediendo. Y, queridos amigos, en aras del humor, pero también de la verdad, estaré dispuesto a admitir que, a veces, las voces más fuertes a favor de la censura no provienen de Europa, sino de mi propio país, donde la administración anterior amenazó e intimidó a las redes sociales para que censuraran lo que ella llamaba desinformación. Desinformación, como por ejemplo la idea de que el coronavirus probablemente se había escapado de un laboratorio en China. Nuestro propio gobierno animó a las empresas privadas a silenciar a las personas que se atrevían a decir lo que resultó ser una verdad evidente».
Parece que JD Vance considera la libertad de expresión como un derecho absoluto, cuando en realidad en todas las legislaciones de países democráticos —incluso en los Estados Unidos— está sujeta a ciertas limitaciones. En muchos países se imponen restricciones cuando ciertas personas se amparan en la libertad de expresión para difamar, incitar al odio, a la violencia o para afectar derechos de terceros, entre ellos el derecho a la privacidad, sobre todo cuando ésta carece de todo interés público.
La desinformación atenta contra el derecho de los ciudadanos a conocer la verdad, pues niega o tergiversa hechos que han sido debidamente probados o corroborados. O determina hechos basándose en supuestos o creencias sin contar con ninguna evidencia anclada en la realidad. Como la misma afirmación que hace JD Vance de que el coronavirus se originó en un laboratorio en China, lo cual no sólo nunca ha sido demostrado ni corroborado, sino que resulta altamente improbable.
En el ámbito periodístico, cuando se presentan noticias existe la obligación de enfocarse en la objetividad y en la presentación de hechos verificables. Pero cuando se trata de opiniones, se trata de interpretaciones subjetivas, análisis, suposiciones sobre aquello que aún no se sabe o no ha sido debidamente aclarado, y en esto se goza de libertad plena. Siempre habrán opiniones distintas y alternativas. Peo lo que no puede haber son hechos alternativos, donde se presenta una narrativa distinta a hechos debidamente corroborados, simplemente porque no se ajustan a la propia ideología. Parece que se quisiera aplicar lo que decía el filósofo inglés John Locke (1632-1704), uno de los padres del liberalismo clásico: «si la realidad no coincide con mis palabras, peor para la realidad». La desinformación no puede tener carta libre en una sociedad democrática, pues atenta contra el derecho a saber la verdad.
Ignorando no sólo este principio sino también las legislaciones de países democráticos al respecto, JD Vance prosigue:
«Y creo que, en el fondo, permitir que nuestros ciudadanos expresen su opinión los hará aún más fuertes.
Lo que, por supuesto, nos lleva de vuelta a Múnich, donde los organizadores de esta conferencia prohibieron a los legisladores que representan a los partidos populistas de izquierda y derecha participar en estas conversaciones.
Ahora bien, tampoco estamos obligados a estar de acuerdo con todo o parte de lo que dicen las personas, pero cuando las personas, cuando los líderes políticos representan a un distrito importante, al menos tenemos la responsabilidad de dialogar con ellos. Sin embargo, para muchos de nosotros, al otro lado del Atlántico, todo esto se parece cada vez más a viejos intereses bien establecidos que se esconden detrás de palabras horribles de la era soviética como desinformación y mala información, y que simplemente no les gusta la idea de que alguien con un punto de vista diferente pueda expresar una opinión distinta o, Dios no lo quiera, votar de manera diferente o, peor aún, ganar una elección».
JD Vance parece estar aquí defendiendo la libertad de expresión que ejerció Adolf Hitler, cuando le echaba la culpa a los judíos de los males que sufría Alemania, sin ningún sustento en la realidad. Hitler era un maestro de la desinformación, y basándose sobre ella fomentó el odio contra grupos determinados de la sociedad alemana de la época, no sólo contra los judíos, sino también contra los gitanos, los comunistas, los homosexuales y los discapacitados.
En la Alemania contemporánea, la negativa a colaborar con partidos populistas —como, por ejemplo, la Alternativa para Alemania— se justifica en el rechazo a discursos que fomentan el odio y el desprecio hacia determinadas minorías, los cuales constituyen delito. Atribuirle a la migración la crisis económica o el aumento de la delincuencia no condice con los datos que manejan los expertos. Más bien, la migración ha contribuido a que Alemania mantenga cierto nivel económico, siendo las causas de la crisis otras distintas, causas que no ha sabido enfrentar adecuadamente el gobierno del saliente canciller Olaf Scholz. La libertad de expresión no debe tolerar que se busque un chivo expiatorio y se fomente el odio contra migrantes —muchos de ellos musulmanes— sólo por no encajar con el perfil de “lo alemán”, entelequia ideológica de los partidarios de la ultraderecha, similar en muchos puntos al concepto de “lo ario” que manejaba el nazismo.
Eso nos recuerda la paradoja de la tolerancia que planteaba el filósofo austriaco-británico Karl Popper (1902-1994) en el año 1945:
«La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto como ellos, de la tolerancia. Con este planteamiento no queremos significar, por ejemplo, que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente. Pero debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si es necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a imponérsenos en el plano de los argumentos racionales, sino que, por el contrario, comiencen por acusar a todo razonamiento; así, pueden prohibir a sus adeptos, por ejemplo, que prestan oídos a los razonamientos racionales, acusándolos de engañosos, y que les enseñan a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas. Deberemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes».
JD Vance termina su discurso de la siguiente manera:
«Creer en la democracia es comprender que cada uno de nuestros ciudadanos tiene sabiduría y voz. Y si nos negamos a escuchar esa voz, incluso nuestras luchas más fructíferas no llegarán a ninguna parte. Como dijo una vez el papa Juan Pablo II, que en mi opinión es uno de los mayores defensores de la democracia en este continente y en cualquier otro, no tengan miedo. No debemos tener miedo de nuestro pueblo, incluso cuando expresa opiniones que no están de acuerdo con sus líderes».
Coherente con su incoherencia, el vicepresidente estadounidense culmina su discurso con información falsa, pues el tema de la democracia apenas aparece en los discursos de Juan Pablo II y durante su pontificado se aprobó el Catecismo de la Iglesia Católica, donde la palabra “democracia” brilla por su ausencia.
Y si bien es preocupante el avance de la extrema derecha en Alemania, en una cosa le doy la razón a JD Vance. El domingo 23 de febrero el pueblo alemán expresó su voluntad en las urnas. Y cerca del 80% de los votantes le dieron la espalda a la ultraderechista Alternativa para Alemania.