Horas antes del esperado y fatídico partido de fútbol entre Australia y Perú se hizo viral la foto del boleto de un envite desquiciado: un sujeto apostó S/30,000 a la victoria de la selección de Gareca, con la expectativa de ganar S/54,000. Parecía una apuesta segura, ya vimos que no lo era tanto: acabó perdiendo todo. Pero donde algunos vieron locura otros identificaron un acto de genuina devoción. “Hincha apela a la fe”, tituló la edición digital de un diario que contaba la noticia (y que, luego del final del partido, cambió su encabezado). La fe –ya sabemos– es lo más lindo de la vida. Así nos lo ha hecho saber ‘Cuto’ Guadalupe, quien no por casualidad es también imagen de los comerciales de una casa de apuestas online. Y el caso es que ahora al parecer no basta con pintarse la cara o cantar a voz en cuello todas las tonadas de la selección; para ser un hincha a carta cabal no solo hay que dejarse la garganta, también parte del sueldo.
Al final, el sujeto de los treinta mil soles terminó cumpliendo una función social: en medio de tanta desolación, nos dio el consuelo de que, con todo lo mal que nos fue, nos podría haber ido peor.
Difícilmente sabremos cuánto dinero se embolsaron las casas de apuestas el lunes, solamente por capitalizar el pálpito esperanzado de miles de peruanos que creyeron en las posibilidades de su selección. Pero se debe contar por millones. Como cuenta Alessandro Azurín en este informe, las autoridades tienen identificadas al menos 17 casas de apuestas online que operan en el Perú. Deben ser más, a juzgar por la publicidad que inunda los medios de comunicación, y sobre todo si se toma en cuenta las marcas internacionales que no anuncian en el Perú, pero sí pueden recibir apuestas porque se puede acceder a sus sitios y aplicativos libremente. De acuerdo con el Mincetur, el mercado de las apuestas deportivas online movió unos S/4,000 millones en 2021 y registró un promedio 150 mil apuestas colocadas por día. Un promedio que, con seguridad, fue superado largamente el lunes. La gente tiende a jugar más cuando lo que se está jugando en la cancha es importante.
UN ‘BOOM’ GLOBAL Y RECIENTE
El fenómeno de las apuestas deportivas no es peruano. Es una tendencia global. Desde luego, el hábito de apostar existe desde hace mucho, pero se solía abordar con bastante pudor, o simplemente se actuaba como si no existiera. Hace pocos años era improbable escuchar a un periodista deportivo o comentarista hablando de cuotas, líneas o probabilidades. Sabíamos que existían las casas de apuestas porque cada tanto llegaban noticias de Europa en las que se decía que tal o cual bookie pagaba equis veces a quien acertara el nombre del próximo Papa o cuál sería el sexo de algún hijo por nacer de la familia real británica, curiosidades de ese estilo. En cuanto a los deportes, se solía asociar sobre todo con el boxeo, que no por nada tiene una de las peores famas, siempre bajo sospecha, siempre demasiado cerca de las mafias. Todo eso cambió en la última década, y sobre todo a partir de mayo de 2018, cuando en Estados Unidos se puso fin a la prohibición federal –antes de eso, solo se podía apostar en Nevada– y un grupo importante de estados empezaron a permitir la instalación de negocios de apuestas deportivas (sportsbooks), físicas y virtuales.
Lo que vino luego fue una explosión. Al día de hoy, ya son decenas los estados de la unión americana que han legalizado las apuestas. Según Bloomberg, en junio de 2018 se colocaron US$310 millones en apuestas deportivas en Estados Unidos, y para mayo de 2021 la cifra había crecido hasta US$7,000 millones, es decir se multiplicó por 20, con todo y pandemia de por medio. El covid, de hecho, golpeó duramente este negocio cuando obligó a suspender todas las competencias deportivas. Durante algunos meses el volumen de apuestas se redujo a casi cero, pero cuando se retomó la actividad las apuestas también regresaron, con más fuerza que antes.
En América Latina se ha seguido una ruta similar, pero con menos controles. Recién en los últimos años algunos países, como Colombia, han desarrollado marcos regulatorios para formalizar este mundo (en el Perú hay proyectos de ley, pero hasta ahora nada aprobado). Actualmente se estima que el mercado regional de apuestas online mueve cerca US$5,000 millones por año, de acuerdo con Gerardo Alciega, fundador de juegaenlinea.com.
¿UN PASATIEMPO NACIONAL?
El crecimiento frenético del volumen de apuestas, y la consiguiente lucha entre las marcas por una mayor cuota de mercado ha supuesto una inyección de dinero irresistible para el mundo del deporte, siempre tan sediento de cash. Todos parecen beneficiarse del dinero de las casas de apuestas: los equipos venden las vallas de sus estadios y el pecho de sus camisetas, jugadores y exjugadores se convierten en orgullosos embajadores, la prensa deportiva se convierte en otro espacio de discusión sobre líneas, cuotas y posibles retornos, entra mucho dinero a los medios por concepto de publicidad. En el Perú, el campeonato de fútbol de primera división lleva el nombre de una importante casa de apuestas internacional. Y otra marca de apuestas deportivas es uno de los principales auspiciadores de la selección. De la pudorosa distancia, hemos pasado a un conveniente matrimonio.
Todo esto, ya lo dijimos, responde a una tendencia mundial. No basta, sin embargo, para explicar por qué en el Perú se apuesta más que en otros países. La consultora en marketing digital Sherlock Comunicaciones realizó un estudio en seis países (Brasil, Argentina, Colombia, México, Chile y el Perú), y encontró que los peruanos y los brasileños son los que apuestan más seguido. En ambos países, el 18% de los encuestados reconocieron realizar al menos una apuesta a la semana.
¿De dónde sale esa predilección de los peruanos por las apuestas? Quizás nos cueste reconocerlo, pero viene de mucho tiempo atrás.
Luego de pasar un par de meses en Lima, en 1803, Alexander von Humboldt compartió amargas impresiones sobre la ciudad en una carta a don Ignacio Checa, gobernador de Jaén. Escribió el célebre explorador y naturalista alemán: “En Europa nos habían pintado a Lima como la ciudad del lujo, de la elegancia y del bello sexo. No vi nada de todo aquello […] No vi casas magníficas, ni mujeres vestidas con lujo, y sé que la mayor parte de las familias están completamente arruinadas. La razón oculta de esta situación reside en las enemistades sociales y la pasión del juego. Excepto un teatro (mediocre y poco concurrido) y una plaza de toros (muy vistosa) no existe ninguna otra diversión […] En la ciudad de Lima, no hay ninguna tertulia a la que acudan más de ocho personas, y cuando están reunidas por el interés del juego, como hoy en casa de los Gaenzas o del Marqués de Medina, entonces esa efímera sociedad no dura más que hasta la hora en que pierde uno toda su hacienda”. Para Humboldt, la vida cultural y las opciones de entretenimiento que ofrecía aquella Lima todavía colonial eran mediocres en comparación a otras urbes americanas, como Buenos Aires, la Habana o Santiago de Chile. Había viajado mucho, así que sabía de lo que hablaba.
Los nuevos aires que llegaron con la independencia pusieron en cuestión esta pasión generalizada de los peruanos por el juego. En 1822, San Martín dio un decreto que consideraba a las apuestas como “un delito que ataca la moral pública” que debía ser castigado con penas de cárcel. Empezó así una etapa de persecución y criminalización que se prolongó durante décadas, pero que –todo esto está narrado con elegancia en el libro de Pablo Whipple, La gente decente de Lima– enfrentó la oposición permanente y férrea oposición de las élites. “Un artículo en El Comercio –escribe Whipple– sostenía en 1842 que la pasión por las apuestas estaba tan arraigada entre los limeños que si un extranjero, absolutamente ignorante de las costumbres del país, era invitado a una tertulia, creería estar frente a algún tipo de rito religioso. Su descripción sería la de un ferviente grupo de personas presididas por un sacerdote que daba y recibía ofrendas alrededor de un altar cubierto por un paño verde”.
El relato de Whipple da cuenta de una Lima (la del siglo XIX) en la que las apuestas eran una práctica generalizada: hasta los niños apostaban, sin mayor impedimiento, y los esfuerzos de las autoridades por perseguir el juego (considerado, al menos en el discurso oficial, como un vicio inmoral y peligroso) se estrellaban con una fuerte resistencia. Como propone una publicidad, Lima era la ciudad de ‘los reyes del ajuste’. ¿He ahí un auténtico pasatiempo nacional, aunque sea culposo? ¿O se apostaba, como elucubraba Humboldt, porque no había otras cosas más interesantes que hacer? Según esta mirada, nuestra ludopatía endémica sería consecuencia (¿o causa, tal vez?) de una presunta pobreza cultural. Cabría preguntarse cuánto ha cambiado esa realidad, descrita hace más de dos siglos. Lo cierto es que a la fecha se ven por la ciudad muchos más tragamonedas y agencias de apuestas que teatros. Ni hablar de bibliotecas o librerías.
En cualquier caso, esa pasión por las apuestas permaneció mayormente subterránea durante muchos años, hasta que el Estado tomó la decisión de legalizar el juego. Ahora mismo resulta difícil imaginar cualquier barrio de Lima (o cualquier ciudad mediana o grande del Perú) sin al menos un local lleno de tragamonedas y una agencia de apuestas deportivas (llena de gente), pero esa era la realidad antes de la década de 1990. Las apuestas (en público) estaban confinadas al ámbito del hipódromo y sus sucursales (los ‘telepódromos’). Los casinos y tragamonedas eran negocios prohibidos hasta 1992. No es casualidad que su legalización en el Perú se diera en el marco de las reformas económicas impulsadas por el fujimorismo, las mismas que acabaron con los controles de precios y la inflación, pero también nos dejaron como legado las combis asesinas y las universidades garaje.
GRAN NEGOCIO, GRANDES RIESGOS
Los casinos y tragamonedas fueron parte de ese paquete reformista, que buscaba abrir más espacios para la inversión privada y ofrecía a cambio una reducida o inexistente regulación. Por ese lado, es innegable que la idea funcionó. Actualmente, existen en el Perú 17 salas de casino y 713 salas de máquinas tragamonedas, según cifras oficiales del Mincetur. A ellas habría que sumar los establecimientos informales y las máquinas ilegales que, por lo menos hasta hace unos años proliferaban por todo el país, antes de que se popularizaran los juegos en línea. Tampoco se puede negar que han generado mucho empleo: cuando la pandemia obligó a cerrar las salas de juego durante más de un año, sus trabajadores salieron a reclamar y bloquearon la Vía Expresa. En esa ocasión sus voceros aseguraron que era importante reabrir pronto las salas, porque eran unos 85,000 puestos de trabajo los que estaban en riesgo.
Sucesivas leyes han intentado poner algo de orden y regular este negocio que tiene varias externalidades negativas: ofrece oportunidades para el lavado de dinero, sinergias con actividades ilícitas y causa ludopatía. Esto último no es menor: las apuestas sin control son un auténtico problema de sanidad pública que no se está enfrentando con la seriedad debida. Estudios internacionales señalan que la prevalencia de ludopatía en una población asciende a 1.8%, señala Carlos Bromley Coloma, especialista de la Dirección de Salud Mental del Ministerio de Salud. “Pero esos datos pueden estar desactualizados”, advierte. Otras fuentes señalan que la prevalencia puede estar entre 1% y 3%. Aun así, si damos por buena la cifra de Bromley, estaríamos hablando de no menos de 400 mil peruanos que podrían tener algún grado de adicción al juego. Sin embargo, al 8 de junio de 2022, el registro que lleva el Mincetur de personas prohibidas de acceder a casinos y tragamonedas apenas tiene 1,274 personas. Es voluntario, y casi nadie se apunta.
Tenemos poca evidencia a la mano, pero la que tenemos da cuenta de un preocupante incremento de los casos de ludopatía entre la población peruana. Según Carlos Bromley, hace pocos años los establecimientos de salud del Minsa atendían un promedio de entre 800 y 900 pacientes por adicción a las apuestas. El año pasado la cifra se multiplicó por tres: fueron 2,710 personas, y en lo que va de este año van 775. Estas cifras, admite Bromley, dan cuenta de un subregistro: hay muchos más ludópatas, y los que llegan a la consulta médica son, generalmente, los que ya lo han perdido todo, están endeudados o arruinados.
Llama la atención, también, la presencia de niños que son llevados por su padres, y que generalmente juegan a través de algún adulto. En 2021 fueron 117 niños y 1,120 adolescentes. Y en lo que va del 2022, han sido atendidos 62 y 268, respectivamente. Aunque sea como hipótesis de trabajo, cabe preguntarse si este en este incremento de la prevalencia de casos serios de ludopatía, sobre todo entre la gente más joven, tiene algo que ver el aluvión de publicidad de casas de apuestas en los medios de comunicación, así como la normalidad con la que ahora se aborda el tema, sin distingo de horarios ni advertencias de ningún tipo. Al respecto, Bromley considera que la publicidad de estos negocios debería estar sometida a restricciones similares a las de otros productos que representan potenciales riesgos a la salud pública, como el tabaco y las bebidas alcohólicas. Pero, al menos de momento, esa regulación en el Perú aún no existe. En lo que se refiere a las apuestas deportivas, no hay nada siquiera parecido a los octógonos que alertan sobre los riesgos de consumir ciertos alimentos.
El perfil típico del ludópata, explica Bromley, es un varón joven (en comparación, las mujeres empiezan a apostar mucho después). El estrés y la presión social de grupo son dos factores determinantes para que las personas incursionen en el mundo de las apuestas. Queda claro que la forma tan natural y carente de advertencias con que se aborda este tema de un tiempo a esta parte puede terminar agravando un problema de salud pública. Ya no se considera inmoral apostar, y eso está bien. Pero quizás habría que poner un poco de paños fríos: que ‘poner todo’ por tu equipo o tu selección no se convierta en una frase literal. Que siga siendo una alegre alegoría
(*) Un especial agradecimiento a mis amigos Miguel Villalobos y Jerónimo Pimentel, que aportaron referencias que ayudaron a enriquecer este texto.