Carla Sagástegui

Dios, el Estado y el Paro

"Cuando la población sí reclama sus derechos, se describe como una amenaza y se busca pretexto para dispararles a matar. Pero nuestra presidenta, a quien ya vimos que la vida le importa poco, esta vez tendrá que explicar qué ocurre en las calles de Lima, con este paro tan grande que se va a desplegar. Veamos qué les dirá a sus colegas que han venido a negociar la economía del Pacífico en un país donde no nos dejamos engañar."

A lo largo de la historia, fenómenos como la peste, grandes inundaciones, terremotos, eran tomados como castigos divinos. La población solía refugiarse en las iglesias a pedir perdón y mostrar su solidaridad con los damnificados. La modernidad y la industrialización no pusieron fin a estos temores, pero el saber qué produce, dónde se originó una pandemia o cómo el Estado se debe organizar para combatirla, se supuso que había puesto fin a esta variante de cómo explicar la naturaleza como un objeto divino. 

Sin embargo, durante la pandemia pudimos observar de manera sorpresiva, cómo el miedo colectivo se centró no en la culpa, sino en el negacionismo y la sospecha de conspiración. Interpretada esta reacción como una respuesta paranoica (que no consigue lidiar con la culpa) permite al agresor sentirse víctima y acusar a la víctima de agresor, contra quien le brote una profunda cólera, vengativa, agresiva contra quien engaña para dañarlo. Una reacción tanto individual como colectiva que da permiso para agredir. 

Cuando los gobiernos están mostrando absoluta indiferencia a la protección de los derechos humanos y al recrudecimiento de los fenómenos naturales debido al calentamiento global, un amplio sector de la población en el continente americano y otros países del mundo entero, ha optado por negar la obligación de vivir plena y seguramente, asegurando que se trata de un malvado plan comunista que toma los derechos como pretexto para tomar el Estado y arruinar un país (con ejemplos de quienes sí lo han hecho, es cierto). Y aunque nieve en desierto de Arabia Saudita y se inunde medio planeta, no tenemos por qué cambiar nuestros hábitos ni tampoco aceptar migrantes ajenos. La ciencia y la evidencia son engaños. Un trastocamiento difícil de superar.

Como consecuencia, ahora que convivimos a través de medios que nos separan físicamente, poco importa el otro del que sólo sé a través de lo que la pantalla me indica. Quebrado el vínculo comunal y presencial, parecen surgir un nuevo dios y un nuevo estado. Un dios que viene con un libro, el Antiguo Testamento de la Biblia, capaz de sustentar una verdadera ciencia que niega los derechos humanos y el cambio climático, asegurando la salvación familiar sin importar la del resto. Y un Estado que puede trabajar libre de estos gastos excesivos como la salud, alimentación, vivienda y educación,  y que por lo tanto, reducirá la necesidad de impuestos que corresponde a los empresarios y propietarios con mayores riquezas. Esos admirados hombres que consiguen llegar al poder, como hoy Trump y Musk, Milei y Bukele, hasta buena parte de nuestros congresistas y gobernantes regionales, que van tomando el poder bendecidos por el dios de sus electores. El dinero, sin importar cómo se consiga, es el único síntoma de la salvación.

Y cuando la población sí reclama sus derechos, se describe como una amenaza y se busca pretexto para dispararles a matar. Pero nuestra presidenta, a quien ya vimos que la vida le importa poco, esta vez tendrá que explicar qué ocurre en las calles de Lima, con este paro tan grande que se va a desplegar. Veamos qué les dirá a sus colegas que han venido a negociar la economía del Pacífico en un país donde no nos dejamos engañar. 

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