Constantino fue el emperador romano que cambió la historia del mundo al llevar al cristianismo al poder. Era el siglo IV y el territorio del imperio era tan vasto que abarcaba culturas y tradiciones de pensamiento muy diversas. Como consecuencia, apenas arribaron al poder, los cristianos se dividieron en dos grandes bandos: los romanos que creían en la Trinidad, es decir que Padre, Hijo y Espíritu Santo tenían la misma naturaleza, y los arrianos, los seguidores de Arrio, que consideraban que Jesús tenía una naturaleza distinta, de cierta forma menos que la del Padre. La fecha de nacimiento que proponía cada bando tenía por tanto un significado político.
Dado que Constantino se la tenía jurada al obispo de Roma, el papa Liberio, poco antes de ser desterrado, impuso la postura romana y decretó el 25 de diciembre como la fecha del nacimiento de Jesús. La fecha fue acatada por todo el imperio y un par de siglos más tarde, ya dividido el territorio romano, en la mitad ortodoxa de Oriente se empezó a celebrar el nacimiento con un banquete para los allegados. Primero en Constantinopla, luego en Antioquía, después en Egipto. La Navidad no era entonces una fiesta de regalo para niños o meramente familiar. Durante la Edad Media, se trataba eso sí de una fiesta de camaradería. Buen ejemplo de ello fue lo ocurrido con San Francisco (el joven rico que se desprendió de sus bienes para vivir en pobreza cristiana) en el siglo XIII. El fraile partió de Asís hacia el Oriente como parte de las Cruzadas, soñando convertir musulmanes. Al retornar con logros de otro tipo (digamos) se dio con que durante su ausencia, sus frailes se habían peleado entre sí y cundía la desorganización. Como parte de las estrategias para recomponer su Orden, montó el primer nacimiento, el pesebre, cosa que todos los frailes se acercarían a celebrar el nacimiento del Dios que los mantendría unidos en la pobreza.
Cuando España impuso la celebración de la Navidad en el Perú, al banquete y al nacimiento, le habían agregado procesiones, bailes y obras de teatro al estilo aún medieval y popular. Luego fueron reapropiadas por nuestras poblaciones originarias. Como en España los regalos y el festejo llegaba a su momento más álgido en la Bajada de Reyes, por eso hay muchas comunidades y pueblos peruanos que hasta hoy celebran más el 6 de enero que la fiesta de diciembre.
Históricamente, el protagonismo de los niños en la Navidad coincide con el uso del árbol. Sea o no una tradición precristiana, lo cierto es que recién cuando las ciudades empezaron a crecer y a crecer, llevar el árbol a la casa a fines del siglo XVIII se convirtió en Alemania una manera de celebrar la fiesta regalando a los niños. Conforme las modernas naciones empezaron a reconocer a la infancia como un momento de la vida que requería cuidado y atención, el árbol se fue expandiendo y popularizando, de forma que hoy es un ícono que para muchos ha reemplazado al nacimiento medieval. Cuando la tradición de Europa pasó a Estados Unidos, la cultura capitalista introdujo las compras navideñas mediante el personaje de Santa Claus sentado a conversar con niños en las grandes tiendas comerciales. Esa celebración, si bien está centrada en los niños, trae problemas y frustración para quienes viven en condiciones de pobreza. En nuestro país sabemos que la quinta parte de nuestros niños carecen de recursos básicos. En Navidad, instituciones y familias consiguen al menos un regalo para los niños más cercanos. Pero en muy pocas ocasiones conseguimos que el regalo sea un cambio de verdad: alimentación de calidad en sus casas y escuelas, ministros que los protegen, docentes que los respetan y fortalecen, entornos solidarios para que puedan dar rienda suelta a sus sueños, sus alegrías. Asegurar una buena Navidad, parece que tarde o temprano pasará por lo político.