¿Qué hubiera sido del mundo sin esas luchas y conquistas? Puede parecer fácil imaginarse una sociedad en la que la tripartición de un tercio del tiempo se dedica de manera natural y aceptada a las labores productivas, otro tercio al entretenimiento y otro tercio a dormir. Sin embargo, no siempre fue así. A partir de la Revolución Industrial en el siglo XIX, el tiempo de los trabajadores era acaparado por los empresarios, hasta el punto de que se pensaba que era normal trabajar doce, dieciséis y hasta dieciocho horas al día. Por simple sentido común, las demandas de los obreros por la jornada de las ocho horas eran absolutamente justas y necesarias. Pero, como sabemos, quienes detentan el poder económico y político no suelen soltar sus privilegios fácilmente. Por desgracia, a los trabajadores no les quedó más remedio que pelear por una vida mejor.
Fue así que a los pocos días de esa huelga de 1886, la policía masacró a los líderes, confirmando que solo la fuerza bruta sostiene el orden existente. En el país más capitalista del mundo, los Estados Unidos, se ha visto tanto la explotación despiadada como la resistencia heroica. Sin el ejemplo de los mártires de Chicago los obreros del mundo no hubieran logrado poco a poco presionar para que la legislación hiciera ley la jornada laboral de las ocho horas.
Ese derecho se ganó en el Perú recién en 1919 y se dio por sentado hasta que con el modelo económico neoliberal impuesto por Fujimori en los 1990s la jornada de las ocho horas y la estabilidad laboral empezaron a perderse. Nuestra desgracia como sociedad es haber normalizado la destrucción de los derechos ganados a sangre y pulso a principios del siglo XX. Ahora, en nuestro penoso siglo XXI, la conciencia de las luchas pasadas y la necesidad de organizarse en el presente parecen eludir la mirada y las aspiraciones de los trabajadores de hoy (y, por supuesto, la de los legisladores y sus mandamases los empresarios, interesados sobre todo en sus ganancias).
En el Perú el caso es más grave, pues con un 75% de economía informal, los derechos, ya no laborales, sino humanos de cientos de miles de trabajadores quedan en completo desamparo. ¿Cómo desear un Feliz Día de los Trabajadores a quienes son tratados sistemáticamente como máquinas y no como personas?
Y sin embargo no se pierde la esperanza. El trabajo es la verdadera fuente de riqueza y los obreros de todo tipo, formales e informales, amas de casas y trabajadoras domésticas, vendedores ambulantes y barrenderos, todos los que sostienen nuestra economía, algún día volverán a ganar sus derechos. De otro modo, nos seguimos encaminando al precipicio de una sociedad salvaje en la que la ley del más fuerte puede derivar en reacciones como las de los obreros de Chicago. Que Dios nos coja confesados.