Ya uno no sabe qué conclusión extraer respecto de las encuestas de autodefinición ideológica. Varían entre sí y a veces, dependiendo de la fecha en que se realizan, lo hacen sideralmente dentro de la propia encuestadora.
La última encuesta de Datum, por ejemplo, señala que el 27% de la ciudadanía se identifica de derecha, 21% de centro y 13% de izquierda. El resto de encuestadoras arroja casi un empate, con mayor predominio del centro.
Dicho sea de paso, una sugerencia a las encuestadoras: deberían repreguntar a los encuestados por qué se dicen de derecha, de centro o de izquierda. Ello podría ayudar mucho a trazar un mejor mapa de identidades ideológicas, aun cuando nos resulte claro que no es un predictor electoral (ya hemos visto el 2021 a gente de derecha, o autodefinida así, votando por Castillo)
Vamos a elegir, por ello, un aspecto de la respuesta que, para el caso, nos parece más relevante: 34% no se identifica con ninguna de ellas y en abril de este año solo decía no hacerlo el 21%. En la triada derecha-centro-izquierda, las cifras casi no se mueven entre ambas fechas.
Esta aparente desideologización sería el mejor reflejo del creciente hartazgo ciudadano por la política, esta sí corroborada por todas las encuestadoras. Y ese grueso sector poblacional es materia prima dispuesta a terminar votando por algún candidato radical antisistema, que prometa patear el tablero, poner el país de cabeza y refundarlo desde sus cimientos, por lo general una propuesta autoritaria y vertical.
Ese es el mayor peligro al que nos asomamos el 2026. Porque si le sumamos la inmensa fragmentación (habrá cerca de 60 candidatos), la posibilidad de que con un 7 u 8% de la votación un candidato pase a la segunda vuelta es muy alta, como sucedió el 2021, con las consecuencias políticas que hasta hoy sufrimos.