Jorge Luis Tineo - Sudaca.Pe

Lima en canciones: Entre jaranas y pogos

A pesar de que, para bien o para mal, Lima ya no es aquella ciudad a la “que dieron colorido Montes y Manrique, padres del criollismo” (Acuarela criolla, Manuel Raygada Ballesteros, 1965), el aniversario de su fundación española -que se conmemora hoy, lunes 18 de enero- nos trae a la memoria esas canciones del folklore costeño que hacen remembranza de aquel talante señorial, esa elegancia mestiza poscolonial que, con todo su anacronismo, aún sirve como afirmación de una identidad cada vez más desaparecida, esa “Lima de antaño”, añorada en poéticos y populares valses escritos hace casi seis décadas, que hoy yace sepultada entre bocinazos de combis, balbuceos reggaetoneros y gritos de cantantes de cumbia norteña.

¿Por qué regresamos a esas tradicionales melodías de tiempos idos e irrecuperables? Quizás porque así escapamos de la realidad abyecta que aplasta a nuestra urbe desde las épocas del genial Sebastián Salazar Bondy (1924-1965) y sus proféticas descripciones de una Lima que, para él, ya era horrible pero que parecía, definitivamente, un Edén comparada al caos actual. Con todos los reparos que algunos sectores suelen encontrarle a la música criolla -machismo, excesos de cursilería o nostalgia por una aristocracia centralista-, no podemos negar que fue el género que más y mejor le cantó a esa Lima que ya fue.

Escuchemos, por ejemplo, Limeño soy (Augusto Polo Campos, 1964), vals picadito y jaranero que popularizara el Trío Los Chamas: “Y aunque pasen los años, tú eres la misma, mi vieja Lima de ayer y hoy. Llanto de un campanario, noches, luna de plata, luces que te iluminan como un rosario, rejas que siempre escuchan mi serenata”. O la alegrona Lima de octubre (Mario Cavagnaro, 1964), en la que el Conjunto Fiesta Criolla, con Panchito Jiménez y Óscar Avilés en las voces, le cantan al Señor de los Milagros.

Por esas épocas, un veinteañero Gerardo Manuel (que, entonces, firmaba como Gerardo Rojas) adaptó al español un tema del grupo vocal de soul/doo-wop The Drifters, On Broadway (1963), y lo retituló En Lima, para incluirlo en el LP Segundo volumen de Los Shain’s (1967), quinteto peruano de rock y psicodelia nuevaolera. Esta canción -que en 1978 revivió como exitoso single en la experta guitarra jazzera del norteamericano George Benson-, fue una de las primeras canciones no criollas dedicadas a la capital.

La naturaleza rebelde del rock se manifestará con más fiereza durante la movida subterránea, en los ochenta, con bandas como Leusemia y Narcosis que, en 1985, ya no les cantaban a los balcones, la procesión y las tapadas sino que expresaban, a grito pelado, el desorden y la fealdad de una ciudad que se había vuelto hostil, oscura y peligrosa.

Entre jaranas y pogos, la “Ciudad de los Reyes” pasó de ser “romántica y altiva, alegre y primorosa” (Lima de novia, Mario Cavagnaro, 1964) a ser “angustiada, violenta, injusta, mórbida” (Astalculo, Daniel Valdivia, más conocido como Daniel F., primer LP de Leusemia, 1985), en apenas 20 años. Para mediados de los noventa, en plena corrupción fujimontesinista, Los Mojarras ya hablaban de la “nueva” Lima. Una Lima serrana, una Lima provinciana (Nostalgia provinciana, álbum Ruidos de la ciudad, 1994), la que ahora se hace llamar “de todas las sangres” pero que (no tan) en el fondo continúa padeciendo de las mismas taras discriminatorias de siempre.

Pero si se trata de cantarle a Lima, nadie mejor que Chabuca Granda (1920-1983). Desde las archiconocidas La flor de la canela, estrenada por el Trío Los Morochucos en 1953, y José Antonio, vals con fuga de tondero en que son protagonistas, además del criador de caballo peruano de paso José Antonio de Lavalle, el distrito de Barranco y Amancaes, la flor oficial de Lima (¿algún joven fanático/a de realities y TikTok sabrá eso actualmente?); hasta temas menos difundidos como Zeñó Manué (dedicada al periodista y cronista taurino Manuel Solari Swayne) o Lima de veras (considerada su primera composición), estas canciones describen personajes asociados a una Lima tradicional, con un lenguaje preciosista poco común en nuestro folklore y, a la vez, encierran mensajes que, vistos de cerca, revelan admiración por ese clasismo rancio que hoy todos combaten o dicen combatir.

Manuel Acosta Ojeda (1930-2015), el recordado compositor e investigador de nuestro folklore, anotó –en un artículo titulado Canto inspirado a Lima, que se publicó en el semanario Variedades, del Diario Oficial El Peruano- un detalle interesante y acaso, contradictorio, acerca de la música dedicada a Lima, que hoy cumple 486 años. Los tres cantautores que más escribieron sobre las tradiciones de nuestra capital, Chabuca Granda, Mario Cavagnaro y Augusto Polo Campos, son provincianos. De Apurímac, Arequipa y Ayacucho, respectivamente.

Esto no se aleja mucho de la realidad moderna, en la que grupos de rock o alguna de sus variantes más extremas, formados en su mayoría por hijos de migrantes, vomitan insultos contra la Lima actual. Algunos títulos que demuestran eso: Lima se pudre (Los Malditos Gatos, 2017), Pauperrilima (Suda, 2005), La danza de los gallinazos(La Sarita, 2012). O Cielo sobre Lima (2005) del dúo experimental The Electric Butterflies, integrado por los no-músicos Wilder González Ágreda y Roger Terrones, un alucinante viaje de catorce minutos de sonidos sintéticos, computarizados, una agresiva metáfora de la irritante neurosis en la que vivimos.

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