Martin Scheuch

El director de cine más peligroso del mundo

"Luis Buñuel es considerado ahora un referente ineludible del Séptimo Arte, y varias de sus películas son incluidas unánimemente entre lo mejor que ha producido el arte cinematográfico en toda su historia."

En el año 1971 L’Osservatore Romano, el periódico del Vaticano, le aplicó el calificativo de “el director de cine más peligroso del mundo” a dos cineastas españoles, Luis Buñuel (1900-1983) y Jesús Franco (1930-2013).

Buñuel, quien se definía a sí mismo como “ateo por la gracia de Dios”, había abordado temas religiosos en sus películas de una manera subversiva, criticando a través de una imaginería surrealista antes que nada la versión burguesa del catolicismo y las clases sociales a las que aquélla representaba.

Ya su segunda película, “L’âge d’or” (“La edad de oro”, 1930), rodada en Francia y financiada por los esposos Marie-Laurie y Charles de Noailles, fue considerada blasfema por el Vaticano. Los Noailles, ambos católicos, tuvieron que sacarla de circulación en 1934 porque habían sido amenazados con la excomunión. La película recién pudo volver a verse en 1979, después de la muerte de ambos cónyuges.

Aunque Buñuel no tuvo mayores problemas ante las autoridades religiosas con las películas que rodó en México a partir de 1947, su película “Viridiana” (1961) —que pudo rodar en España tras un largo exilio— fue considerada blasfema por L’Osservatore Romano, el órgano oficial del Vaticano. Buñuel había tomado precauciones debido a la censura española y había enviado los negativos a París para la edición final. El film se estrenó en el Festival de Cannes como la película que representaba a España y obtuvo la Palma de Oro. Pero en la misma España de Francisco Franco la noticia de la condena vaticana cayó como un balde agua fría y prevaleció sobre la del galardón cinematográfico que honraba al país. El gobierno no sólo prohibió la exhibición del film, sino que mandó destruir todas las copias. Recién se podría ver en el país ibérico 16 años después.

Pero no sólo la mordaz sátira religiosa —que llega a su clímax en “Simón del desierto” (1965) y “La voie lactée” (“La Vía Láctea”, 1969)— parecen haber influido en la decisión vaticana de bajarle el dedo a Buñuel—, sino también el erotismo presente en varias obras de su etapa francesa, que abarca filmes realizados durante la década de los 60 y los 70, destacando “Belle de jour” (“Bella de día”, 1967), donde explora las fantasías sexuales con ingredientes sadomasoquistas de una típica ama de casa burguesa, interpretada por Catherine Deneuve.

Y esta vertiente erótica es lo que más parece haber haber influido en la decisión de incluir a Jesús Franco, conocido internacionalmente como Jess Franco, bajo la sombra del polémico calificativo de “el director de cine más peligroso del mundo”. Pues Franco no había hecho películas de tesis como las de Buñuel. Lo suyo era el cine de género —terror, thriller, espionaje, comedia—, incursionando también a fines de los 60 e inicios de los 70 en el género erótico, con cintas como “Necronomicon” (1968) —recibida muy bien por la crítica internacional y elogiada por el legendario director de cine Fritz Lang—, ademas de dos adaptaciones de obras del Marqués de Sade —“Marquis de Sade’s Justine” (“Marqués de Sade: Justine”, 1969) y “Eugenie …the Story of Her Journey Into Perversion” (“Historia de una perversión”, 1970)- y “Vampyros Lesbos” (“Las vampiras”, 1971), una obra donde confluían el terror vampírico y la sexualidad lesbiana en una puesta en escena psicodélica.

Ya desde finales de los 60 Jesús Franco había comenzado a hacer películas para productoras internacionales, pues en España chocaba continuamente con la censura del régimen franquista, la cual establecía qué estaba permitido filmar y qué no, y paulatinamente el cineasta se estaba convirtiendo en un indeseable proscrito cultural. Él mismo lo explica en el libro “Memorias del tío Jess” (2004):

«…el amor es bueno, procrear en vez de destruir; […] la libertad sexual es una parte de la LIBERTAD. …desde el Cantar de Cantares a Picasso, desde Sade a Rodin, el arte siempre había magnificado el amor carnal, el sexo del que todos los mortales nacimos un día.

Me largué otra vez [de España], pero rompiendo mis lazos con este lindo y funesto país que me vio nacer, mientras el poder estuviera en manos de esos pajilleros asesinos. Viví en Roma el proceso de Burgos y me pagué el lujo de apedrear la Embajada española integrado en aquella masa colérica que ladraba contra el anciano y funesto general [Francisco Franco]. En una especie de delirio libertario, rodé, por fin, a Sade, y como eran producciones americanas, me autorizaron a rodar en algunos de los sets más extraordinarios del mundo occidental: desnudé a Romina Power y a Rosalba Neri (esta vez de verdad, en el Tinell y el parque Güell en Barcelona). Allí lo mejor de la juventud contestataria colaboró conmigo, y hasta Pere Portabella y Ricard Bofill interpretaron papeles que había ofrecido a actores españoles. Teresa Gimpera y Serena Vergano, primero, y Montse Prous y Lina Romay, después, hablaron por primera vez en castellano, conmigo, mientras Colita las retrataba. Fue una serie de films en los que yo escupí toda la bilis y la rabia almacenada. Eran, además, producciones importantes con medios y actores de gran calidad, que funcionaron muy bien en el mundo y que —claro— no se estrenaban en España, donde se me ignoraba completamente, si no era para hablar con desprecio de aquel pornógrafo asqueroso. Ahí fue cuando el Vaticano me anatemizó junto a don Luis Buñuel. Nunca había soñado con un palmarás tan definitivo, sobre todo con tal compañero de viaje. Comprendí que yo era un director importante para merecer ese reconocimiento».

Cuando se habla de Jesús Franco, las opiniones se dividen, no sólo en cuanto al contenido moral de su cinematografía —que abarca más de 200 películas—, sino también en cuanto a la calidad artística y cinematográfica de su obra. Para unos es el Ed Wood español, que ha rodado bodrio tras bodrio cada uno más infumable que el otro; para otros es el ejemplo de cineasta independiente que ha rodado lo que ha querido —«lo que me sale de los cojones», como se expresaba él mismo— y ha hecho lo mejor posible con los limitados recursos a su disposición. Porque, a decir verdad, el cine de Jesús Franco es cine barato de bajo presupuesto, destinado a los circuitos cinéfilos de segunda categoría o grindhouses —como los llamaban en los Estados Unidos—, y aunque, por lo general, casi ninguna de sus películas ocasionó pérdidas económicas, tampoco fueron éxitos comerciales, aunque el “tío Jess” tenga una legión de fans a nivel internacional que consideran su cinematografía como cine de culto.

Ciertamente, no le faltan méritos. Cuando Orson Welles rodó en España su obra maestra “Campanadas a medianoche” (1965), eligió a Jesús Franco como director asistente de la segunda unidad tras ver fragmentos de su película “La muerte silba un blues”. Es el primero que osó hacer una película de terror en la España franquista, gatillando con “Gritos en la noche” (1962) —convertido en un clásico— el subgénero del fantaterror español. Es el iniciador del subgénero de “mujeres en prisión” con el film “99 Women” (“99 mujeres”, 1969), subgénero al que regresaría en varias ocasiones, con mayor crudeza y erotismo, durante la década de los 70. Su cinta “El conde Drácula” (1970) es considerada la adaptación más fiel a la novela original de Bram Stoker —aunque, como en toda adaptación, siempre hay diferencias— y contó con la participación de nada menos que de Christopher Lee en el papel del vampiro, quien admitió que de todas las películas en que había interpretado a Drácula, ésta era la que más le satisfacía. Incluyendo este film, Jesús Franco dirigió a Christopher Lee en siete ocasiones, y a Klaus Kinski —quien también aparece en “El conde Drácula”— en cuatro ocasiones. Después reinterpretaría los mitos del vampiro y Frankenstein en películas extrañas, de atmósferas oníricas y surrealistas no sin una fuerte carga de erotismo, como “La maldición de Frankenstein” (1972), “La fille de Dracula” (“La hija de Drácula”, 1972), “La comtesse noire” (“El ataque de las vampiras”, 1973) y “Drácula contra Frankenstein” (1973). Y así, rodando películas como un desaforado —para las cuales generalmente escribía los guiones y componía también la música, de influencias jazzísticas—, llegó en algunas ocasiones a rodar ocho películas en un año. En palabras del mismo Jesús Franco en “Memorias del tío Jess”:

«Yo seguía mi camino de director compulsivo. En España todos me ignoraban. El ministerio había decretado mi defunción, sobre todo desde el día en que “el diario del Vaticano” me nominó, junto a Luis Buñuel, al Oscar del pecado, el sacrilegio y la impudicia. Pero no fui agredido, ni quemado en la pira, en plena Puerta del Sol, porque no era lo bastante importante como para mover a las masas, ni siquiera en contra mía, que siempre es más fácil. O porque se olvidaron de la resina para la tea, o de las cerillas para prender la leña. Seguí haciendo films, ante la total ignorancia de todos —ni siquiera figuraba en los anuarios corporativos—. Yo era un deleznable pornógrafo que sólo hacía basura, aunque esta basura fuera “Jack el destripador”, con Klaus Kinski y Josephine Chaplin o “Al otro lado del espejo”, con una maravillosa Emma Cohen, premio del CEC por la película, más Françoise Brion, Phillipe Lemaire, Howard Vemon y Robert Woods. A pesar de ser el CEC, el Círculo de Escritores Cinematográficos de España, ni siquiera ellos mismos dieron la noticia del premio. Ya no me importaba, siempre que yo pudiera seguir rodando».

A partir de entonces el elemento infaltable en sus películas —realizadas en los 70 para la productora francesa Eurociné y para el productor suizo Erwin C. Dietrich a través de su productora Elite-Film, y en los 80 para su propia productora en España— sería un marcado erotismo, destacando las adaptaciones que hizo de obras del Marqués de Sade. Y aunque en algunas de sus películas de los 70 se incluyen ya algunas escenas propiamente pornográficas, recién en los 80 se dedicaría a hacer películas dentro de este género, comenzando con “Lilian (La virgen pervertida)” (1984), que fue la primera película pornográfica producida legalmente en España. Regresaría ocasionalmente al thriller, al terror, al cine de acción y al erotismo no pornográfico, aunque sus películas de aquí en adelante no alcanzan la calidad cinematográfica ni técnica de las que hizo en los 60, los 70 y la primera mitad de los 80.

Jesús Franco era un cineasta desconocido por el público y olvidado por la crítica cinematográfica mainstream cuando la Cinémathèque française organizó en París, del 18 de junio al 31 de julio de 2008, una retrospectiva de sus películas con el título de “Jess Franco: Fragments d’une filmographie impossible” (“Jess Franco: Fragmentos de una filmografía imposible”). Al año siguiente le sería otorgado el Goya de Honor durante la ceremonia de 2009 de los Premios Goya, el máximo galardón cinematográfico en España.

Al respecto, Jesús Franco declaró al periódico español ABC:

«No creo que merezca ningún reconocimiento. Soy un tío que hace películas porque ama el cine, y no espero recompensa por ello. No pretendo nada, excepto quizás vivir decentemente. No ser rico, porque eso implica una serie de esclavitudes que no valen la pena. Este revival mío de ahora viene del año pasado, cuando la Filmoteca Francesa me dedicó una retrospectiva de 69 películas. Si no llegan a hacer eso, el Goya no me lo dan ni de broma».

Luis Buñuel es considerado ahora un referente ineludible del Séptimo Arte, y varias de sus películas son incluidas unánimemente entre lo mejor que ha producido el arte cinematográfico en toda su historia. No sucede lo mismo con Jesús Franco, un desconocido para el público en general y cuyos filmes no suelen estar a disposición en las plataformas de streaming más populares. Sea como sea, la “peligrosidad” de ambos directores declarada por el medio periodístico más importante de la Iglesia católica nunca se ha verificado. Más bien, lo que sí se ha podido verificar, a la luz de todos los abusos que han salido a la luz, es que la Iglesia católica es una de las instituciones religiosas más peligrosas del mundo, sobre todo para menores de edad y personas vulnerables.

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