Perú: la cólera que parte a hombre en niños

En este año vallejiano como ninguno, no puede menos que venir a la mente el verso «la cólera que parte al hombre en niños», extraído de los Poemas humanos, para referirnos al desmadre de estas dos últimas semanas en el panorama político y social peruano.

Al suicidio político del presidente Pedro Castillo el miércoles 7 de diciembre al querer cerrar el congreso siguieron su captura y el voto apurado de ese mismo congreso altamente impopular para desbancarlo y nombrar como su sucesora a Dina Boluarte, la vicepresidenta que había declarado antes que si Castillo era desaforado ella se iría con él.

La abogada andahuaylina no solo no se fue, sino que ese mismo día juró como nueva presidenta y anunció que buscaría un gobierno de «unidad nacional». Cuando al día siguiente empezaron las protestas, justamente en su tierra natal de Apurímac, el problema se le escapó de las manos al empezar el sangriento conteo de víctimas que hasta ayer sábado subía por lo menos a veintiuna.

Sí, en diez días este gobierno ha alcanzado el penoso récord de un número de asesinados por las fuerzas policiales y militares en manifestaciones que se multiplicaron en diversas regiones del país. La decisión de entrar a un «estado de emergencia», limitando severamente los derechos ciudadanos solo revela la desesperación de esta alianza entre Boluarte y el congreso por ganar el control del país a como dé lugar.

Graciosamente, ante la propuesta de Boluarte de adelantar las elecciones para dentro de un año, este viernes 16 de diciembre el congreso votó en contra, con lo que revela sus intenciones de quedarse en el poder hasta el 28 de julio del 2026.

Todo esto solo indica que el Ejecutivo se ha vuelto el títere de un congreso que si bien fue elegido democráticamente, se ha apropiado de todas las funciones del estado para imponer su visión del Perú. La mayoría de los congresistas, ligados al fujimorismo y a las fuerzas de la derecha más tradicional, pretenden imponer su agenda contra la asamblea constituyente que Castillo enarboló en su campaña y contra una serie de reformas destinadas a la democratización de la riqueza nacional.

El pueblo no es tonto y ya no aguanta. Después de dos años y medio de pandemia, la situación ha empeorado para muchos peruanos de a pie. La pobreza ha subido al 35%, la inflación continúa, muchos siguen luchando día a día para poder llevar un pan a la mesa y con suerte hasta fin de mes.

La esperanza que representó Castillo de acortar la brecha de la desigualdad se vio mutilada desde el primer día de su mandato con un hostigamiento brutal, como nunca antes se ha visto contra un presidente elegido. Obviamente, la poca preparación política de Castillo fue un factor a considerar, pero más grande ha sido el racismo y la lumpenería con que los congresistas y los medios masivos de comunicación han actuado, coactando cualquier iniciativa del Ejecutivo.

Lo que ahora tenemos de facto es una dictadura militar y policial que hace lo mismo que todas las dictaduras de ese tipo: reprimir por la violencia, usando la excusa del terruqueo y el vandalismo. Sin necesidad de justificar los desmanes de algunos de los airados en las calles (entre los que habría que ver cuántos son «ternas» de la misma policía), tampoco puede justificarse que miembros de las Fuerzas Armadas y la policía disparen a mansalva a manifestantes desarmados o armados con tremenda desigualdad de medios.

Solo este hecho deslegitima al poder político actual. Cada muerto y cada herido es una mancha moral más en el prontuario de la clase política tradicional. «La cólera que parte al hombre en niños» está llegando a su límite. Qué pena, qué pena por el Perú. Muy mal Boluarte; muy mal los ambiciosos congresistas.

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