Como ya muchos analistas lo han señalado, estamos viviendo un cambio en el orden mundial. Como todo orden de esa magnitud no se trata de un simple y nuevo ranking de poder económico liderado por los países imperialistas, sino de un reordenamiento de los territorios junto con el otro reordenamiento, el de la población. Un nuevo orden que tarde o temprano se incorpora dentro de cada habitante de este planeta, traducido en los hábitos, las costumbres y su inevitable representación y reflexión cultural. Por ejemplo, las décadas que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial y su redistribución del territorio, estuvieron enmarcadas bajo la Guerra Fría. Fuimos educados socialmente bajo la amenaza del comunismo soviético (y luego chino, cubano, africano…) al capitalismo estadounidense y europeo (con su estilo poscolonial asiático, latinoamericano, africano…).
En Perú, la Guerra Fría fortaleció nuestros lazos con el mercado norteamericano y tras el paréntesis que nos distanció durante el gobierno militar de Juan Velasco, (que nos acercó a los modelos cooperativistas alternativos al comunismo extremo), la dependencia de Estados Unidos retornó con fuerza. Ya no se trataba tan sólo de superhéroes en cómics. Culturalmente, toda la producción estadounidense cinematográfica, televisiva de entretenimiento, junto con la prensa, fueron diseñadas para convencernos de nuestra postura respecto de esa guerra: la Rusia estalinista era el origen de todos los males y los argumentos de las series y películas pusieron la evidencia. Los rusos eran espías, científicos lava cerebros, soldados, bailadores de ballet, boxeadores, que mostraban convincentemente que Rusia era el enemigo que todos debíamos vencer.
El año 1978, el Partido Comunista Chino comenzó con las reformas para crear una economía socialista de mercado, alejándose cada vez más del comunismo. Pero en Perú Abimael Guzmán con su lectura del Maoísmo y justamente, su rechazo a la reforma china, nos hizo vivir la versión terrorista del comunismo. Para él, debía ser sangriento. Los años de la dura guerra entre el Estado y Sendero Luminoso, alimentaron en nuestra cultura el rechazo al comunismo. Alberto Fujimori, muy sagaz, se encargó de montar su fama como el vencedor de Sendero. De esta manera, en el Perú todo lo que no fuera Fujimorista se convirtió en terrorista.
El año 1989 cayó el muro de Berlín y de pronto el orden mundial pareció vivir una temporada de bienestar: el capitalismo estaba dispuesto a terminar con la pobreza, cerrar brechas con programas sociales y acoger a las minorías incorporando la diversidad como nueva forma de convivencia. La única presión venía de los países musulmanes y su control del petróleo. Pero en América, el comunismo no había sido vencido, quedaban Cuba y Venezuela. Hugo Chávez y luego Nicolás Maduro representaban el demonio más cercano. Y cuando se agravó la diáspora venezolana por las duras medidas de Donald Trump, la descuidada apertura del Perú a migrantes con antecedentes delictivos, alimentó el encono contra el comunismo. Ya no era necesaria una campaña de cine y televisión, bastaban las redes sociales. Las ideologías de la conspiración cobraron suficiente protagonismo como para convencer a todo un continente a qué debíamos temer.
Mientras tanto, en Rusia Vladimir Putin la estaba pasando muy bien desde que tomó el poder al finalizar el siglo XX. Fortaleció a un poderoso sector de la oligarquía, reemplazó a la Unión Soviética con la Federación de Rusia y si bien económicamente no anda tan bien por las medidas de Europa contra la invasión de Ucrania, sigue teniendo el mayor arsenal de armas nucleares del mundo.
¿Por qué se habla de un nuevo orden mundial? Porque de pronto, sus formas burdas de gobernar, persiguiendo poblaciones y recuperando territorios, han hecho de Rusia un modelo de capitalismo federativo que le ha interesado en demasía a Donald Trump y que al seguirlo ha dejado boquiabierto al mundo entero. El antes país enemigo es ahora el principal aliado. Tendremos entonces que aprender que Rusia ya no es comunista, sino capitalista oligarca, como Trump y Elon Musk. Que sus enemigos son las economías que pueden hoy desafiar a esa alianza ruso estadounidense; y que de todas, Unión Europea, Canadá, México, China es la primera potencia económica actual. Principal mercado y principal exportadora en el mundo entero.
Este nuevo orden, comienza con Trump imponiendo aranceles del 20% a China, 25% al resto, rompiendo tratados de comercio, sin anunciar cómo se enfrentará el impacto en los precios de los productos chinos en su país. ¿Putin se atreverá a desafiar a China? En Perú, China es nuestro primer mercado para la exportación e importamos muchísimos de sus productos. Tenemos además una gran colonia china y con ella, una de nuestras principales cocinas. Hoy, cada vez son más los colegios que enseñan chino mandarín. El puerto automatizado de Chancay ha sido resultado de un acertado acuerdo entre China y la minería peruana. Pero nuestra gobernante, interesada en aliarse con Trump, hasta ahora no responde cómo el Estado peruano va a afrontar el retiro de la ayuda humanitaria de Estados Unidos en el Perú. Sus intereses y preocupaciones son otras, vinculadas a las investigaciones a las que ella y su gabinente están sometidos por sus componendas. El Congreso está dedicado a tomar leyes contra las minorías de la población (en eso sí se acerca al nuevo orden que buscan Putin y Trump), pero su meta es legislar para favorecer a delincuentes y empresarios ilegales. ¿Así es como vamos a responder a un oleaje que no sabemos hacia qué nuevo orden nos va a llevar?