Juan Carlos Tafur

La democracia bajo fuego cruzado

“Empiezan a crecer movimientos radicales, tanto a la izquierda como a la derecha, que pregonan abiertamente su desdén por las fórmulas democráticas y anuncian mano dura, autoritarismo y legalismo al filo del reglamento”

El enorme riesgo que comporta la crisis de legitimidad de la clase política es que va a terminar extendiéndose a la democracia misma; al sistema y no solo a sus inquilinos.

Ya la democracia en el Perú está mellada por el desprestigio pavoroso de la transición democrática post Fujimori, que defraudó la esperanza de millones de que la vuelta a la democracia iba a suponer no solo la cura del autoritarismo precedente sino también de la corrupción reinante en los 90. Lamentablemente, los sucesivos gobernantes hicieron poco o nada al respecto y ya vemos cómo la crisis ha terminado por carcomer la confianza ciudadana en la democracia.

El Latinobarómetro, que estudia las democracias de la región, es muy revelador al respecto. En 1996, el 63% de la población apoyaba a la democracia en el Perú. El 2020 era apenas el 46%. Y somos, después de Argentina, el país donde la mayor parte de la población considera que la democracia conlleva “grandes problemas” (el 56% de los encuestados). Y al 47% de los peruanos no le importaría que asuma el poder un gobierno no democrático si resuelve los problemas existentes.

De por sí, la democracia es un sistema problemático, lleno de altibajos críticos y cargado de expectativas sobredimensionadas, pero claramente sigue siendo el menos malo de los sistemas (Churchill dixit), a pesar de todos sus problemas de eficacia, de capacidad de reformas y, particularmente en nuestra región, de valla contra la galopante corrupción que afecta a todos los Estados latinoamericanos, incluido el nuestro.

Como resultado de esa crisis, empiezan a crecer movimientos radicales, tanto a la izquierda como a la derecha, que pregonan abiertamente su desdén por las fórmulas democráticas y anuncian mano dura, autoritarismo y legalismo al filo del reglamento.

Sería terrible para el país que estas colectividades prosperen al punto de tornarse en opciones de gobierno en las próximas elecciones generales. A pesar de la corrupción campante en las gestiones precedentes -con honrosas excepciones- y a pesar del desastre que ha significado la elección de Pedro Castillo, la democracia, cuando funciona correctamente, es capaz de corregir sus propios errores.

Por lo pronto, ya ha servido, por el equilibrio de poderes vigente, para refrenar los ímpetus radicales del régimen. Ojalá la presión democrática (de la oposición, los medios y la sociedad civil) logre ahora que el gobierno enmiende rumbos respecto de la barbarie burocrática que está perpetrando al copar mediocremente el Estado.

Y si Castillo no escarmienta y persiste en el desmadre, hay mecanismos constitucionales, perfectamente democráticos, para cambiar el estado de cosas. Sería una cabal demostración de que la democracia es un sistema que permite corregir errores cometidos a su amparo.

 

Tags:

Crísis, Gobierno, Pedro Castillo

Mas artículos del autor:

"La izquierda huérfana de ideas"
"La centroderecha debe hablar"
"Perdieron todos"
x