Rik Ahrdo

Lo bueno, lo malo y lo feo de Trump

"Mientras EE.UU. debate si seguir usando gasolina, en Shanghái ya planean taxis autónomos voladores. Mientras Trump se indigna por las importaciones, China lidera la producción de autos eléctricos, 5G, inteligencia artificial y domina el mercado mundial de paneles solares"

Por: Rik Ahrdo

Donald Trump es, sin duda, un fenómeno político. Lo bueno —porque algo hay— es que sacudió el sistema. Rompió con la parsimonia de los políticos que viven para sus encuestas, debilitó el poder de los demócratas estilo “Caviares” y puso nerviosos a varios operadores de izquierda con aspiraciones globalistas. En su torbellino populista, algunos gallineros en el Perú se han quedado sin su Soros favorito.

Pero la historia no se detiene en lo bueno. Lo verdaderamente llamativo es lo malo. Enfrentarse a la cultura china, por ejemplo. Recordemos que Trump prometió un muro de casi 3.000 kilómetros en la frontera con México. Una proeza, según él, sin precedentes. Lástima que 25 siglos antes, los chinos ya habían construido una muralla de 21.000 kilómetros —sin drones, sin Caterpillar, sin Twitter—, solo con esfuerzo, piedra y convicción. La Gran Muralla China es patrimonio de la humanidad; el muro de Trump ni siquiera terminó de levantarse.

Y mientras Trump sueña con ladrillos y concreto, el mundo se mueve. China —y con ella el sudeste asiático e India— concentra más del 50% de la población mundial, y por tanto, del consumo. Ignorar ese mercado es como decidir que el océano no existe porque uno vive en el desierto. Pero Trump, aferrado a ideas de otra época, juega a manipular aranceles, a proteger industrias que ya no lideran, y a construir muros mentales frente a una economía global que avanza sin pedir permiso.

La comparación es inevitable. Mientras EE.UU. debate si seguir usando gasolina, en Shanghái ya planean taxis autónomos voladores. Mientras Trump se indigna por las importaciones, China lidera la producción de autos eléctricos, 5G, inteligencia artificial y domina el mercado mundial de paneles solares. El futuro tecnológico ocurre al otro lado del Pacífico, y EE.UU., con su nostalgia industrial, parece mirar más a 1985 que a 2050.

Y lo feo, por supuesto, es Trump mismo. No como persona —eso queda para sus allegados— sino como símbolo. Su estética vulgar, su desprecio por el conocimiento, su obsesión con lo grandilocuente, son el reflejo de una cultura que celebra la chabacanería por encima de la sustancia. No eleva a EE.UU.; lo reduce a él a un personaje de caricatura.

¿Legado?
Lo de Trump será recordado, quizás, como otro intento de construir un muro; esta vez para frenar el siglo XXI. Un muro bajito, de concreto, en un mundo que ya vive en la nube.

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China, Guerra comercial, Trump

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