[El dedo en la llaga] En el año 2023 se publicó Alemania el libro “Machtmissbrauch im pastoralen Dienst – Erfahrungen von Gemeinde- und Pastoralreferent:innen” (Herder), que puede traducirse como “Abuso de poder en el servicio pastoral – Experiencias de agentes pastorales”, el cual refleja los resultados de una encuesta en la que participaron 936 agentes pastorales de los cerca de 7,500 que hay en Alemania.
Hay que precisar que en Alemania la de agente pastoral es una profesión remunerada regida por leyes, que se ha hecho cada vez más necesaria debido al descenso de las vocaciones sacerdotales. Se trata de laicos y laicas que asumen laboralmente funciones pastorales que no son exclusivas de los sacerdotes y obispos.
Los agentes pastorales son de dos tipos: referentes pastorales y referentes de comunidad, que pueden ser tanto hombres como mujeres. Los referentes pastorales suelen tener un diploma o un máster en teología católica y una formación eclesiástica, generalmente intradiocesana. Los referentes de comunidad suelen tener un título universitario en pedagogía religiosa o teología práctica. Las áreas de trabajo y los perfiles de actividad se superponen en gran medida; sin embargo, la formación académica marca la diferencia.
Referentes de comunidad sólo hay en Alemania, mientras que referentes pastorales existen en Alemania, Austria, Suiza y los Países Bajos. Trabajan en la pastoral de una parroquia, una asociación de parroquias, un decanato u otra unidad pastoral. Por lo general, están subordinados a un párroco o a un decano. Además, pueden trabajar en áreas específicas como la pastoral hospitalaria y de hogares de ancianos, la pastoral universitaria, el sistema educativo, la educación de adultos, el trabajo juvenil, la administración eclesiástica, etc.
Un problema frecuente son las cláusulas de lealtad en los contratos de trabajo, que requieren de los agentes pastorales que lleven una vida conforme a los valores y principios de la Iglesia católica. En otras palabras, cualquier discrepancia con esos valores podría ser motivo de despido. Y esto también abre la puerta a abusos de poder, pues son los superiores jerárquicos de los agentes pastorales, en su mayoría clérigos, quiénes deciden qué hechos o conductas infringen la obligación de lealtad.
Pero lo que revela la encuesta, encargada por la Asociación Federal de Agentes Pastorales de Alemania (Bundesverband der Gemeindereferent*innen Deutschlands e.V.) va más allá de eso y presenta resultados estremecedores y preocupantes. A la pregunta «¿Ha tenido usted personalmente experiencias en el ámbito laboral que haya percibido como abusivas y/o como abuso de poder?», 70% responden con SÍ, 24% con NO y 6% con NO SABE. Cuando se desglosa la respuesta según el sexo de los participantes, con SÍ responden 60% de los hombres y 75% de las mujeres.
Cuando se pregunta por el tipo de abusos sufridos, un 72% señala el menosprecio u obstaculización de las propias competencias profesionales, 54% señala minusvaloración por no tener el sacramento del orden sacerdotal, el 44% señala bullying de parte de los superiores jerárquicos. Otros abusos mencionados son la inobservancia de derechos laborales, minusvaloración en razón de la identidad sexual (generalmente femenina), coerción de la libertad de opinión, insultos, acoso sexual verbal, minusvaloración debido al estilo de vida.
Cuando se pregunta quién comete mayormente los abusos, la respuesta en un 88% de los casos señala al sacerdote que ocupa el puesto de superior jerárquico inmediato del agente pastoral, aunque también se señalan a otras personas dentro de la estructura jerárquica eclesiástica con mucho menores porcentajes.
Cuando se pregunta por las consecuencias de los abusos sufridos, el 72% de los afectados señalan estrés psicológico o enfermedad mental; un 62%, insomnio; un 41%, angustia o ansiedad. Aunque también hay, en menor grado, afectados que adquieren enfermedades corporales, problemas familiares y sufren de ataques de pánico.
El informe presenta también ocho testimonios narrados, cuyos autores prefieren mantener el anonimato. He elegido uno para que se vea a qué extremos puede llegar el abuso de poder en la Iglesia católica.
Hace más de 30 años me casé y quería vivir una vida como esposo y padre de varios hijos. Cuando el más pequeño de nuestros cuatro hijos comenzó a ir al jardín de infancia, mi entonces esposa inició una relación sentimental con un sacerdote. Ella quedó embarazada, pero perdió al bebé. No pude consolarla en su duelo, simplemente no me era emocionalmente posible. Nos separamos y poco después fui llamado donde el vicario general. El sacerdote en cuestión ocupaba una posición destacada, y se me exigió que mantuviera todo el asunto en secreto. Sólo cumpliendo con esta condición se me permitió vivir en un pequeño apartamento cerca de mis hijos. Dado que dos de los niños tienen discapacidades, era necesario que me ocupara de muchas cosas. La indicación clara fue que si le decía a alguien por qué me había separado de mi esposa, sería trasladado a otra zona de la diócesis. También se me dio a entender que probablemente era culpa mía, que yo tenía una incapacidad relacional y que mi esposa había seducido al sacerdote. El sacerdote en sí fue protegido, y no pasaron dos años antes de que fuera reducido al estado laical, aunque aún se le permitió obtener un doctorado y hacer carrera. Es posible que esto haya estado vinculado al hecho de que era compañero de estudios de un clérigo en la dirección diocesana. En el moneto en que él dejó el sacerdocio, yo me encontraba muy mal psicológicamente. Y luego me enteré de que los representantes del empleador habían declarado abiertamente que todo el asunto giraba en torno a mi esposa y a mí. Yo había mantenido la obligación de mantener secreto, pero para la otra parte no se aplicaba. Me sentí traicionado. Había perdido tanto y al mismo tiempo se me transmitía que yo no estaba bien, que no encajaba en el sistema Iglesia.
Durante el tiempo de la separación, el obispo visitó nuestra parroquia debido a una confirmación, y en un receso vino a mi pequeño apartamento, donde a veces tenía que acomodar a todos mis hijos. Él vio cómo vivía yo, pero no dijo nada. Solo preguntó si me había reconciliado con mi esposa o si podría reconciliarme. Ninguna palabra sobre que él sabía lo difícil que era todo para mí. Ninguna pregunta sobre lo que podría ayudarme. Ninguna compasión. Hoy en día, en una situación así, hablaría con franqueza, pero en aquel entonces no me atreví. El sacerdote que era mi superior jerárquico en ese momento vivía en una relación sentimental con una mujer, y cuando se le iba a trasladar en secreto, intentó instrumentalizar a sus seguidores en la parroquia para quedarse. Tuve que hablar con él para evitar una división en la comunidad. Él fue protegido, como se protegía a los sacerdotes. Yo no recibí ninguna protección. Se me impuso que no podía iniciar una nueva relación sentimental. Tuve relaciones sentimentales, pero siempre en secreto, siempre tenía que ingeniármelas. Era como un virus que brotaba una y otra vez y me hacía sufrir, sintiendo que, tal como soy y como vivo, nunca podría volver a formar parte de todo eso en plenitud.
Aproximadamente 20 años después de la separación, finalmente nos divorciamos. Habíamos esperado tanto tiempo debido a razones financieras. Un año después, comencé una relación con mi actual pareja. Ella también trabajaba para la Iglesia católica. De nuevo tuvimos que ingeniárnoslas. Más de 10 años después, compramos una casa juntos. Tuvimos que cumplir con la condición de que debían ser dos apartamentos separados. Tuve que presentar al obispado un certificado de separación de viviendas en una misma edificación. Mi superior en el trabajo tuvo que visitarme y preguntarme: “¿Realmente vives en la planta alta?” Si alguien me preguntaba cómo habían sido mis vacaciones, tenía que contarlo como si me hubiera ido solo de viaje. Y aún así, el sentimiento predominante no era la ira por este trato, sino el sentimiento de estar de alguna manera equivocado. Desde joven me habían inculcado las normas sexuales de la Iglesia. No las había seguido, pero no en libertad, sino siempre acompañado de una mala conciencia.
Y luego llegó “#OutinChurch” [una iniciativa en la cual, el 24 de enero de 2022, 125 personas vinculadas a la Iglesia católica —incluidos algunos sacerdotes— salieron públicamente del clóset]. ¡Tantos aspectos que los afectados mencionaron también se aplicaban a mí! Muchas cosas salieron a la superficie cuando empecé a enfrentar esto. Caí en una depresión y estuve de baja por enfermedad durante un largo período, incluso más allá de la fase realmente difícil.
El derecho laboral eclesiástico en sí mismo causa un gran daño —no solo a las personas con identidad de género diversa, sino también a vidas como la mía—. Y estoy seguro de que no soy el único. Detrás de ese derecho se encuentran ideas espirituales y hasta enseñanzas escatológicas que ponen estas normativas por encima exageradamente. Se supone que deben protegerme y ayudarme a llevar una vida agradable a Dios. No sólo el derecho en sí es problemático, sino también su manejo, especialmente el uso de un doble rasero. Se protege a los sacerdotes y se afirma que una ruptura del celibato no afecta el derecho divino, mientras que divorciarse y volverse a casar, sí lo afecta. Lo peor de todo es la justificación de las normas sobre la base de una supuesta voluntad divina reconocida por la dirección de la Iglesia. Este elemento me muestra que también en las normas legales puede haber abuso espiritual.
¿Qué fue lo que me destruyó tanto? Eso es algo que una y otra vez me he preguntado. Creo que estoy muy cerca de encontrar la respuesta.
Problemas similares pueden haber también en otras latitudes donde se halla presente la Iglesia católica y cuenta con colaboradores remunerados o voluntarios, pues la raíz del problema estaría en un verticalismo que favorece el abuso de poder. Ya me lo decía en los años 90 un adherente sodálite (persona casada con vínculo institucional con el Sodalicio de Vida Cristiana), que alguna vez trabajó en una de las tantas empresas del Sodalicio: “Puedes colaborar apostólicamente con ellos, pero nunca trabajes para ellos”.