los asociales

Los asociales

"Personas y grupos a los cuales se margina y, en el peor de los casos, se les busca eliminar como si se tratara de un tumor canceroso, de manzanas podridas que no merecen existir."

Las ideologías totalitarias y antidemocráticas suelen crear sus propios chivos expiatorios, no sólo personas individualizadas sino también grupos enteros, sobre los cuales cargan la culpa de los males de la sociedad. Personas y grupos a los cuales se margina y, en el peor de los casos, se les busca eliminar como si se tratara de un tumor canceroso, de manzanas podridas que no merecen existir.

Ése fue el caso del nacionalsocialismo de Adolf Hitler, que encontró esos chivos expiatorios no sólo en los judíos, sino también en los gitanos, los comunistas, los homosexuales, los disidentes políticos, los discapacitados por razones genéticas, etc. Y también en las familias que sufrían el azote de la pobreza.

Éste es uno de los crímenes del nacionalsocialismo que ha sido poco documentado, a punto de que el diario alemán regional Die Rheinpfalz —en su edición del 25 de febrero de 2023— habla de “víctimas en la sombra”, a propósito del libro “Una familia palatina ‘asocial’: Cómo en la época del nazismo un caso social fue convertido en un caso de inferioridad moral” (“Eine ‘asoziale’ Pfälzer Familie: Wie in der NS-Zeit aus einem Sozialfall moralische Minderwertigkeit gemacht wurde”, Llux Agentur&Verlag, Ludwigshafen 2022), publicado en abril de 2022. El autor es Alfons Ludwig Ims (nacido en 1949), matemático titulado con larga experiencia en la ayuda al desarrollo en África, quien narra y documenta la estremecedora historia de su propia familia.

El éxodo del campo a la ciudad llevó a sus abuelos a migrar a fines del siglo XIX de un pueblo rural en el Palatinado del Norte a Kaiserslautern. De este modo se produjo el descenso social del abuelo, que pasó de ser un sastre independiente a un jornalero. El padre, Heinrich Ims, vino al mundo en 1900 como quinto de nueve hermanos en un ambiente de pobreza. Una vez concluida la escuela en 1916, no había dónde recibir una formación ni conseguir trabajo. De modo que el joven, apolítico en realidad, decidió unirse en 1923 al movimiento separatista vinculado al partido socialdemócrata, que instauró, durante lo que se conoce como la República de Weimar en el período de entreguerras, un estado separatista en territorios ocupados por fuerzas militares francesas y belgas, conocido como República Renana. Inaugurado en 1923, nunca obtuvo reconocimiento internacional y se disolvió en 1924. Esta circunstancia jugaría más adelante en su contra, pues a ojos de los nazis sería considerado un traidor.

En 1924 el jornalero Heinrich Ims se convirtió en padre. Cinco meses después se casaría con Anna Vollet, nacida en el pueblo de Wolfstein, y tuvo con con ella siete hijos más, de los cuales uno murió a los cuatro meses de edad. En la familia se corrió el rumor de que el pequeño había muerto de frío. Con un padre en desempleo permanente, una madre que no se da abasto para una prole tan numerosa, la familia se mudó en dos ocasiones a barracones en los barrios pobres de Kaiserslautern, en las zonas conocidas como Engelshof y Kalkofen.

Debido a su situación de precariedad social, la familia estuvo sometida continuamente al escrutinio de las autoridades: policía, autoridades escolares, oficina de juventud y autoridades judiciales, que informaban continuamente sobre falta de mobiliario, vestidos andrajosos, condiciones higiénicas catastróficas, es decir, el caos en el apenas amoblado barracón de dos habitaciones, sin baño ni agua corriente, resaltando con frecuencia la irresponsabilidad de la madre. Todo lo cual no trajo consigo apoyo y ayuda del Estado para mejorar la situación, sino la estigmatización y una continua y desesperante presión.

Cuando en 1933 el nacionalsocialismo sube al poder y todo comienza a regirse por la ideología nazi, que distinguía entre “familia numerosa” (deseada, promovida, premiada e incluso condecorada con la Cruz de Honor de la Madre) y “familia grande asocial” (no deseada, despreciable, sancionada), la presión se hizo mayor y finalmente los niños les fueron arrebatados a los padres e internados en un orfanato en Espira regentado por diaconisas de la Iglesia evangélica, siendo el motivo de esta medida en todos los documentos oficiales la “inferioridad moral” y “debilidad mental” de la prole. Además, la madre fue esterilizada forzosamente.

Los informes del personal de la institución certifican “la degeneración moral congénita y la debilidad mental”, heredadas genéticamente de los progenitores, de todos los hermanos Ims. Por lo tanto, se les catalogó como “no educables” y de esta manera se legitimó la decisión de excluirlos de toda forma de educación escolar. Después de que tres de los hermanos fueron traslados a la institución para discapacitados de Frankenthal, de infame recuerdo, está se incendió durante un bombardeo de los aliados. Y quizás de esta manera los menores escaparon del destino que se les deparaba: la eutanasia, aplicada sistemáticamente por el gobierno nazi a minusválidos y personas con discapacidad. Los tres serían trasladados a Queichheim, cerca de la ciudad de Landau, y terminada la guerra, serían internados en el manicomio regional de Klingenmünster.

En vano protestaron Anna y Heinrich en repetidas ocasiones contra la medida que los privaba de sus hijos. En Espira la madre tenía permiso para visitar algunas veces a sus hijos. Pero su salud estaba deteriorada y murió en 1943 a la edad de 40 años.

Heinrich será enviado al frente, pero ese mismo año se casa con Ludwina Rimmelsbacher. Tras la guerra logrará con el tiempo dejar atrás los barrios pobres y, junto con su nueva esposa, iniciar una vida nueva, aunque modesta y humilde, en el barrio de Sonnenberg en Kaiserslautern.

A su madre Ludwina le dedica Alfons Ludwig Ims su historia, pues para él ella es la verdadera heroína. ¿Por qué se casó con un viudo que tenía siete hijos y decidió acompañarlo en su situación de pobreza y de marginación social? ¿Por qué dejo su puesto en un lagar y bodega de vinos en Bad Dürkheim para mudarse a un barrio pobre en Kaiserslautern? Ludwina tenía 33 años y, debido a que tenía la boca ligeramente chueca y una oreja deforme, tenía miedo de que los nazis la “desaparecieran” por razones eugenésicas.

Pero ella logró lo imposible. Con imperturbable tenacidad y altruismo logra liberar poco a poco a sus hijastros de las garras de las instituciones y traerlos a vivir consigo en condiciones domiciliarias relativamente estrechas. A pesar de que ya los nazis no estaban en el poder y había un gobierno democrático en Alemania, la estigmatización de sus hijastros continuaba. A los dos menores, dos mellizos de 15 años que serían los últimos en ser liberados, simplemente no los regresará al manicomio de Klingenmünster después de sus “vacaciones navideñas” . El personal médico protestaría y elaboraría un nuevo dictamen más devastador que los anteriores. Ludwina ignoró todos las reclamaciones escritas y los solicitudes de dinero para cubrir costos de la institución y de vestimenta durante los últimos años. Las reclamaciones dejan de llegar después de mayo de 1952 y ahí termina el asunto.

«Mi madre nunca hubiera hecho aspavientos de su actitud: seguía un canon de valores claros y quería que las cosas volvieran a su lugar. Era una fuerte moral interior la que le movía a escribir petición tras petición, siempre en nombre de mi padre, pero invariablemente es su letra», declara Alfons Ludwig Ims a Die Rheinpfalz, quien, sin dorar la píldora, ha relatado con gran empatía la dolorosa historia de su estigmatizada familia y de sus siete medio hermanos, excluidos de toda educación escolar. A partir de los siete hermanos se ha formado una familia con 40 nietos, 54 bisnietos y 17 tataranietos, con lo cual no puede decir que le falten sobrinos y sobrinas.

¿Final feliz? En cierto sentido, sí. Pero, por otra parte, no todos los familiares de Alfons han estado de acuerdo con que cuente de manera pública la historia familiar. Pues todo lo padecido ha dejado huellas profundas, y hay quienes aún se sienten avergonzados de provenir de una familia que fue declarada “asocial”.

Esta misma historia se repite bajo otras modalidades en otras latitudes. Las fuerzas antidemocráticas y totalitarias necesitan estigmatizar a otros por razones populistas y para mantenerse en el poder. Sucede en la Nicaragua de Ortega, el cual les ha arrebatado la nacionalidad a más de 300 nicaragüenses, convirtiéndolos en apátridas y presuntos asociales. Ocurre en El Salvador de Bukele, que declara irreformables y terroristas a todos aquellos a los que ha metido presos, la mayoría pandilleros pero también muchos inocentes. Y ocurre en el Perú, donde se les niega toda forma de inserción social a quienes han cumplido sus condenas de terrorismo, o simplemente se terruquea a poblaciones y etnias enteras —sobre todo de provincias— que nunca participaron de la insania terrorista, y se les niega el derecho a la autodeterminación, a la educación, a la salud, a un trabajo digno, a la ciudadanía en todo su significado.

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