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¿Quién fue Pedro Castillo?

“¿Quién fue el presidente cuya salida del sillón de Pizarro provocó la mayor movilización social indígena de esta era? Acá algunas experiencias vividas dentro de la esperanza que alguna vez reflejó”

Este columnista termina de leer la última entrevista reciente al ex presidente Pedro Castillo. Y más allá de sus testimonios y su tristísima justificación en su actuar del golpe de estado que diera, hay mucha tela que cortar para dar cuenta de lo que alguna vez representó. Justamente de quien fuera el tipo que hizo que los “nadies” tuvieran por primera vez a alguien como ellos en el sillón presidencial. Y voy al hecho fáctico. A mis días de vivencias electorales, donde en carne propia y para poder escribirlo en mi libro, Generación Equivocada, tuve que salir a las calles para recoger experiencias que, desde luego, me abrirían un panorama social más amplio y me harían entender con más exactitud lo que es el Perú. Necesitaba saber quién era aquel hombre con sombrero bajando desde la montañas con un caballo, como mítico o salvador personaje que contaban muchos hombres en los andes, y con un lápiz al costado llegaría a sentarse en el codiciado sillón de Pizarro. Y que cuya salida fuera el detonante para que se iniciara la mayor movilización indígena de esta era.  

Todo comenzaría la tarde noche del cierre de campaña de primera vuelta, en la plaza Dos de Mayo, cuando un desconocido candidato llegaba para casi colmar aquella plaza emblemática. Y encima de un viejo camión de carretera y del que improvisarían como escenario para que diera su discurso al lado de Vladimir Cerrón y la ahora presidenta, en ironías de la vida, después de haber recorrido las calles de Lima. Por aquellos días la pandemia hacía estragos todavía, y a su vez había desnudado nuestro precario sistema de salud, llegando a ser el país con más muertes por persona en el mundo. Aquella vez, llegué para saber quién era ese candidato que pocos días atrás recién había aparecido sorpresivamente en las encuestas en primer lugar. Y al llegar, grata fue mi sorpresa al ver que compatriotas de todas partes del perú lo acompañaban. Por ese momento, no sabía que ese eco llegaría a ser la expresión renaciente de ese Perú que también existía.

Luego en la bella ciudad blanca de Arequipa, donde iría como fotógrafo para el debate electoral y de pasada sumar más experiencias para mi libro. Allá pude comprobar la efervescencia y noción de patria del sur. Y su sentido único de pertenencia a estas tierras. Y más allá del caudal impresionante de gente que lo recibía como un mesías, vería una de las escenas más conmocionantes de mi vida, y fue donde entendí por qué ese hombre era esa esperanza que habían esperado tanto muchos compatriotas.

Afuera del hotel donde se hospedaba, entre algunos simpatizantes, había una mamita lisiada, con su bebe detrás, llevándolo por la espalda, que con un esfuerzo sobrenatural se acercaría a Castillo para rogarle entre lágrimas que por favor hiciera un hospital en su pueblito, ya que es igual a ellos y entiende las necesidades que padecen, y que por favor no los defraudara, que eran su última esperanza. Aquella escena me marcaría.

Luego me encaminaría en días de vigilia y marchas, entre las dos facciones que llegarían a segunda vuelta. Mi sorpresa era la cantidad de personas de todas partes del Perú que llegaba a Lima y se aposentaban entre la casa del profesor como en el JNE donde hacían sus carpitas en la espera, de lo que ellos decían, “ de que hagan respetar sus votos”. Allí pude conocer historias de muchas personas cuyas voces estaban hartas de no ser escuchadas, como necesidad y motivos que los empujaba a dejar sus pueblitos y trabajos, para sumarse a esa gesta política. Y después de semanas de incertidumbre, así sería. Esos días fueron entre chichitas de jora, huaynitos y zapateos. Pero sobre todo, de lo que era el descubrir del Perú profundo.

Castillo habló en su idioma a un pueblo que no conoce de ideologías políticas y les prometió muchas cosas que al final no cumplió. Defraudó y traicionó no solo a su partido que lo llevó a consagrarse como el primer presidente campesino y rondero sino también a los millones que lo apoyaron a pesar que era el “demonio”, como así lo hicieron ver cierto sector, por no decirlo menos. Los “maquiavélicos” asesores consiguieron lo que en la guerra es una máxima suprema, “divide y vencerás”. Y así fue. Sus días de cárcel son el triste final para el outsider hecho del pueblo y para el pueblo, o esa era la intención, del que estuvo en el único lugar para cambiar la historia del Perú.

Ahora la división entre peruanos está muy exacerbada, con más de 60 muertes y con la deleznable narrativa del terruqueo a todo aquel que piensa distinto. Estas elecciones fueron históricas. Nos han abierto los ojos más que cualquier libro o documental del momento y que pasado los años seguramente tomaremos mayor dimensión. Me pregunto a dónde irán a parar ahora los sueños de aquellos peruanos, a quiénes irán a parar sus votos… 

El sentimiento del hombre andino es una expresión insondable, lleno de sufrimiento dentro de su aún esperanza. Como buscando entre sus memorias rememorar épocas gloriosas dentro de un sueño que pareciera no acabar. Y el cantar de su alma puede verse reflejado en letras como de la Coca Quintucha o como en los huaynitos que cantara el gran José María Arguedas. Cuánta falta nos hace ahora entender nuestro Perú entre el quechua y el castellano.

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ex presidente, Pedro Castillo

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