Pie Derecho

[PIE DERECHO] La izquierda peruana atraviesa hoy una severa crisis que no es electoral —todavía— sino moral e ideológica. Lo que debía ser una ocasión mínima de afirmación democrática —la condena judicial a Pedro Castillo por su intento burdo de golpe de Estado— ha servido, más bien, para desnudar una preocupante laxitud ética en amplios sectores de ese espacio político. En lugar de celebrar que el Estado de derecho haya funcionado, se ha optado por relativizar los hechos, victimizar al golpista y encuadrar la sentencia en un libreto de persecución política y racismo estructural. Excusas todas que no resisten el menor análisis.

Castillo no fue condenado por pensar distinto, por ser andino o por incomodar a las élites. Fue condenado por quebrar el orden constitucional de manera explícita, torpe y pública. Defenderlo —o peor aún, no atreverse a condenarlo sin ambigüedades— no es un gesto de empatía social, sino una renuncia expresa a los valores democráticos básicos. La democracia no es negociable según el pedigree del acusado ni según la causa que diga representar.

Pero el problema no termina allí. Esa misma displicencia ética se reproduce cuando se trata de marcar distancia frente a candidatos abiertamente antisistema o con discursos y prácticas incompatibles con una democracia liberal mínima. Los casos de Ronald Atencio o Roberto Sánchez no generan una línea roja clara, sino tibias justificaciones, silencios cómplices o un pragmatismo electoral que termina validando cualquier extravío en nombre de “las mayorías”.

Lo que estamos presenciando es una involución ideológica. Una izquierda que alguna vez reclamó derechos, instituciones fuertes y límites al poder, hoy parece cómoda con el autoritarismo si este se disfraza de épica popular. Esa deriva no solo empobrece el debate político; erosiona la confianza democrática y normaliza la ilegalidad como herramienta de cambio.

La preocupación no es teórica. La izquierda tendrá, con toda probabilidad, un rol protagónico en la contienda del 2026. Que llegue a esa cita sin haber resuelto su relación con la democracia, con el Estado de derecho y con la condena inequívoca al golpismo, no es un detalle menor. Es una amenaza latente. Porque cuando la democracia se defiende solo a ratos, termina por no defenderse nunca.

La del estribo: !Muy buena puesta en escena de Maybe baby! Dirigida por Norma Martínez, con las solventes actuaciones de Fiorella Pennano, Jordi Sousa, Claudia Pascal, Brian Cano y Montserrat Brugue. Va en el Teatro Ricardo Blume hasta hoy. !No se la pierdan!

 

[PIE DERECHO] Si, como todo lo hace suponer, esta semana sentencian a Martín Vizcarra a la cárcel, el tablero electoral volverá a moverse con la brusquedad de siempre. Y no por el hecho judicial en sí —que cada quien juzgará según su prisma— sino por el inevitable reacomodo político que generará la caída del caudillo más exitoso del “antiestablishment” peruano reciente. Vizcarra no podrá seguir endosando sus votos a favor de su hermano, el soso Mario, cuya candidatura nunca despegó porque pretendió heredar un carisma prestado que jamás le perteneció. Sin el ala protectora de Martín, Mario queda suspendido en el aire.

La pregunta, entonces, es obvia: ¿adónde irán a parar los votos del vizcarrismo? No hablamos de una corriente menor. Vizcarra, guste o no, ha logrado mantenerse como una fuerza electoral significativa, alimentada por un electorado desafecto, resentido con la clase política tradicional y convencido de que el expresidente encarnaba una suerte de “venganza” contra el sistema. Ese bolsón de votos no va a migrar hacia López Aliaga, ni hacia Keiko Fujimori, ni hacia Carlos Álvarez. Todos ellos, de un modo u otro, representan el statu quo que Vizcarra combatió. Son, además, enemigos declarados o adversarios naturales de su narrativa.

Lo más probable —y aquí conviene no engañarse— es que esos votos se desplacen hacia alguna candidatura de izquierda o hacia un nuevo emergente antisistema, si es que aparece a tiempo. Porque el vizcarrismo no es de izquierda por convicción; es de izquierda por rabia. Es el voto de la decepción, del castigo, del “que se vayan todos”. Y ese sentimiento suele buscar refugio en opciones que prometen ruptura, no continuidad.

Paradójicamente, este corrimiento podría equilibrar el endose que la derecha ha comenzado a recibir gracias a la vacancia de Dina Boluarte y al sorprendente nivel de aprobación del presidente José Jerí. Si la derecha crece por el lado institucional, la izquierda podría fortalecerse por el lado emocional. Y el país, otra vez, quedaría partido entre dos pulsiones: la demanda de orden y la tentación del castigo. Un equilibrio inestable, pero muy peruano.

La del estribo: algunas recomendaciones cinéfilas: Frankenstein, de Guillermo del Toro; Drácula, de Luc Besson; En la mano de Dante, de Julian Schnabel; y Sirat, de Oliver Laxe (candidata al Oscar como mejor película extranjera). La primera en Netflix, las demás en su proveedor favorito.

 

[PIE DERECHO] La caída del blanco, viciado y el “no precisa” de 49% a 42%, en la última encuesta de Ipsos publicada por Perú21, no es un dato menor: es una fisura que revela algo más profundo (y que se debe, en gran medida, a la alta aprobación del gobierno de Jerí, lo que resta posibilidades a los antisistema). No se trata de un simple ajuste estadístico, sino de una redistribución silenciosa del poder electoral. Y lo más inquietante: esos votos que se liberan no se van hacia los líderes, sino hacia aspirantes que ahora se ven como terceros, casi desperdigados, pero que al final podrían convertirse en los beneficiarios de este reordenamiento.

Keiko, López Chau y Acuña apenas suben un punto cada uno, un suspiro en un escenario que permanece, aparentemente, inmóvil. Si estos, junto al elenco que viene liderando desde hace meses las encuestas, no se disparan a pesar del drenaje del voto indefinido, la conclusión no puede ser otra: los electores que antes no sabían a quién votar podrían estar migrando hacia opciones alternativas, menos visibles. Esa es la foto real: el centro del escenario no se mueve, pero la periferia se arma.

Este fenómeno es una dinámica típica de un electorado en tránsito. A medida que el voto empieza a definirse, quienes hoy están “abajo” podrían consolidar un crecimiento explosivo. No es una sugerencia conspirativa, sino una observación fría del tablero: la fuga del voto indefinido no alimenta a los grandes partidos, sino a los outsider, excéntricos o institucionales, valga la definición.

Y si algo ha dejado en claro la polarización peruana, es que estas corrientes laterales pueden volverse centrales cuando menos lo esperamos. El votante inmovilizado ya no tiene paciencia para los candidatos tradicionales; quiere algo distinto, aunque ese algo distinto sea riesgoso.

Nada está decidido aún. La encuesta revela un electorado en busca de rumbo. Si la tendencia continúa, podríamos estar ante una sorpresa mayúscula: que el poder no recaiga, finalmente, en los mismos de siempre, sino en quienes ahora parecen estar rezagados, pero que recogieron lo que quedó abandonado cuando el voto flotante empezó a definirse.

La del estribo: ¡Tremenda obra Ana contra la muerte! Soberbias actuaciones de Alejandra Guerra, Grappa Paola y Lelé Guillén, con la magistral dirección de Carla Valdivia. Va en el CCPUCP hasta el 30 de noviembre. ¡Uno de los mejores estrenos del año!

 

[PIE DERECHO] El Congreso jamás será consciente del inmenso beneficio político que le ha brindado a la derecha al vacar a Dina Boluarte. No lo hizo por sentido de responsabilidad histórica ni por un cálculo fino del interés nacional, sino por sus pequeñeces habituales: el resentimiento acumulado, el reparto de cuotas, las venganzas viejas y el oportunismo sin pudor. Pero los hechos son testarudos. Con Boluarte en la presidencia, se asomaba el peor de los escenarios: no uno, sino hasta dos candidatos antisistema de la izquierda radical disputando la segunda vuelta, alimentados del rechazo a un gobierno mediocre y sin liderazgo, sostenido apenas por la resignación y el hartazgo.

La llegada de José Jerí a Palacio ha modificado ese paisaje. Su alta aprobación —que ojalá dure— ha diluido esa pulsión extremista que pretende arrasar con todo bajo el pretexto de la indignación popular. Jerí, con todas sus limitaciones, ha logrado construir un halo de normalidad y cierto respiro institucional que la ciudadanía parece valorar. En un país extenuado por la bronca permanente, hasta un mínimo orden se agradece. Y en política, cuando la temperatura baja, los extremos pierden vigor.

Esto no significa, por supuesto, que la derecha tenga el camino despejado. Más bien, está obligada a no desperdiciar esta inesperada ventana de oportunidad. Si vuelve a insistir con los mismos rostros chamuscados, los mismos discursos huecos y las mismas promesas imposibles, el rebrote radical será solo cuestión de tiempo. El país ha demostrado que cuando la derecha se vuelve soberbia o cínica, la revancha llega desde abajo con furia.

Pero, por ahora, lo cierto es que el giro en el tablero ha sido favorable. La vacancia de Boluarte ha evitado —al menos temporalmente— la consolidación de una alternativa antisistema capaz de arrasar en segunda vuelta. Ese solo hecho, por más que el Congreso no lo entienda y menos aún lo haya buscado, ha ofrecido una posibilidad inédita para la centroderecha y la derecha democrática. Que la sepan aprovechar. Aquí no habrá segundas oportunidades.

La del estribo: !Qué buena obra teatral Herederos! Va en Campo Abierto, escrita por Eduardo Adrianzén, dirigida por Giovanni Arce y un excelente elenco actoral del grupo Dilectos Teatreros. ¡Va hasta el 23 de noviembre! ¡Entradas en Joinnus!

[PIE DERECHO] La derecha dura peruana se está suicidando con una eficacia digna de mejor causa. No necesita enemigos: se basta a sí misma para desangrarse en una guerra intestina tan mezquina como estéril. En lugar de migrar inteligentemente hacia una alternativa moderna, liberal y democrática frente al caos populista que asola al país, sus líderes se dedican a destruirse unos a otros con un encono casi tribal, anestesiados por los lugares expectantes que les brindan las precoces encuestas. Cada quien se considera el elegido, el único capaz de redimir a la nación, y mira a los demás como impostores o traidores.

El resultado de esta absurda refriega es un espectáculo lamentable: un archipiélago de egos heridos, ambiciones personales y resentimientos acumulados. En vez de presentar un programa que hable de crecimiento con justicia, de Estado eficiente y transparente, de educación pública de calidad o de una política social que emancipe al pobre en lugar de condenarlo a la limosna, la derecha ultra se ha convertido en una suma de caudillismos sin ideas. No hay visión de país, sino cálculo electoral; no hay convicción, sino táctica; no hay grandeza, sino pequeñez.

Mientras tanto, la izquierda —desorganizada, anticuada y moralmente fatigada— contempla la escena con deleite. No necesita hacer mucho: le basta esperar a que la derecha extrema siga cavando su tumba, más aún si se tiene en cuenta el pasmo del centro. Y el voto antisistema, que podría canalizarse hacia una opción reformista y racional, terminará otra vez en manos del populismo autoritario o del radicalismo que promete destruirlo todo para empezar desde cero.

El Perú, huérfano de liderazgo y de ideas, asiste impotente a este duelo fratricida. Pero no hay que equivocarse: no es el país el que está condenado, sino sus elites políticas. Si la derecha conservadora, mercantilista y autoritaria no abandona la mezquindad y el sectarismo, si no es capaz de elevar su mirada por encima de sus odios, entonces no merecerá gobernar. Porque una derecha sin visión ni generosidad es tan destructiva como la peor de las izquierdas.

La del estribo: notable el cuento Duelo de caballeros, del gran Ciro Alegría. Contado en base a un testimonio de primera mano de cuando estuvo purgando prisión por haber participado de la revolución de Trujillo -fue aprista militante-, Alegría nos trae un cuento épico de proporciones. Otra cortesía del gran Club del Libro de Alonso Cueto.

[PIE DERECHO] Keiko Fujimori no debería postular en el 2026. No solo porque no va a ganar —y lo sabe—, a pesar de que el reciente fallo del TC le dará la sensación de un ligero hipo político, sino porque su sola presencia en la contienda le arrebata votos valiosos a cualquier intento de recomposición del espacio de la derecha democrática.

La lideresa de Fuerza Popular se ha convertido en un lastre electoral, en una figura que divide en lugar de sumar, y que mantiene vivo un conflicto que la mayoría de peruanos ya quiere dejar atrás: el del fujimorismo versus el antifujimorismo. Esa grieta, que tanto daño ha hecho al país, vuelve a abrirse cada vez que Keiko asoma.

No es verdad, por lo demás, que el fujimorismo siga siendo hoy una suerte de dique ante la “marea roja”. Hace tiempo perdió ese papel. El voto popular, que alguna vez se sintió identificado con el discurso del orden, la autoridad y la mano dura, se ha desplazado hacia opciones mucho más antisistema, de izquierda o de derecha. Keiko dejó de representar al pueblo cuando su partido se convirtió en una maquinaria parlamentaria, encerrada en Lima, sin capacidad de conexión ni con los jóvenes ni con las provincias.

El fujimorismo, de la mano de Keiko, ha mutado: de movimiento plebeyo pasó a ser un club conservador de las clases altas y de algunos intereses empresariales que lo sostienen más por miedo que por convicción. No hay épica, no hay relato, no hay horizonte. Solo una obstinación personal.

Si Keiko insiste, no solo perderá ella. Condenará a la derecha a un nuevo ciclo de irrelevancia y facilitará el retorno de una izquierda populista que se nutre del resentimiento y del abandono. Si de verdad le interesa el futuro del país y no su revancha personal, debería dar un paso al costado. Por el bien del Perú, y también por el bien de su propio legado político, si algo de él queda.

La del estribo: !Buen teatro en Lima! Vayan a ver «El cuarto de Verónica«, de Ira Levin, dirigida por Rodrigo Falla y las muy buenas actuaciones de Alexandra Graña, Gustavo Mayer, Lilian Schiappa-Pietra y el propio Rodrigo Falla. !Va en el Teatro de Lucía hasta el 17 de noviembre! Entradas en Joinnus.

 

 

[PIE DERECHO] No deja de ser asombroso, aunque no sorprendente, el grado de ceguera política de cierta derecha peruana. Ayer, cuando el país entero presenciaba el derrumbe moral y político del gobierno de Dina Boluarte, los mismos que la sostuvieron a capa y espada durante casi dos años, pretendieron lavarse las manos, como si el hedor del cadáver institucional que ayudaron a mantener en pie no les alcanzara también a ellos.

Keiko Fujimori, César Acuña y Rafael López Aliaga intentan, con torpeza y cálculo, desmarcarse de un régimen que ellos mismos apuntalaron, pensando que la memoria colectiva es corta y que bastará con designar a un oscuro personaje como José Jerí para dar la impresión de renovación. Pero el pueblo no es tan ingenuo. Percibe la impostura, la maniobra burda, el oportunismo que se disfraza de rectificación moral.

El Perú vive una de las crisis más hondas de su historia republicana. Y la derecha, en lugar de ofrecer una alternativa liberal, moderna y democrática, ha preferido hundirse en el fango del mercantilismo y la componenda. No comprenden que al aliarse con lo más rancio y mediocre del poder han cavado su propia tumba electoral.

Mientras tanto, la izquierda radical, que no ha hecho mérito alguno para merecerlo, asoma como la única oposición coherente. No porque tenga razón, sino porque sus adversarios han abdicado de toda coherencia. Así, la derecha populista y reaccionaria le está sirviendo el país en bandeja a quienes destruirán lo poco que queda en pie.

La historia es implacable. Y el castigo popular, cuando llega, no perdona. Por haber confundido el poder con la impunidad y la política con el negocio, Keiko, Acuña y López Aliaga bien podrían terminar como lo que ya son: los sepultureros de la derecha peruana.

-La del estribo: extraordinario el libro Los años de Castilla (1840-1865), de Natalia Sobrevilla, publicado por el Instituto de Estudios Peruanos, IEP. Lo que impresiona del ensayo no es solo su enjundia narrativa y precisión histórica, sino atestiguar la sorprendente cercanía de ese periodo con los avatares del siglo XXI por los que el Perú viene transitando.

[PIE DERECHO] Hoy enfrentamos un peligro que no es nuevo pero sí más virulento: la aparición de una derecha bruta y achorada, mercantilista hasta la médula, autoritaria en sus reflejos y conservadora en sus dogmas. No es la derecha liberal que defiende la libertad y la responsabilidad individual; es otra cosa: una corriente que concibe el Estado como botín, la cultura como adorno, la moral como escudo descalificador.

Lo preocupante no es sólo su agenda económica —la reducción delirante de lo público, la privatización burda de lo esencial, la deleznable subordinación del bien común a intereses privados— sino su manera de mirar el mundo. Para esa derecha, la democracia es vacía; los derechos humanos, una concesión; la igualdad de género, una fantasía subversiva. Ante cualquier propuesta que atente contra su dogma, desatan la maquinaria de la ofensa y la descalificación: todo pensamiento crítico es “neomarxismo”.

Permitir que esa visión llegue al poder sería infligir al país una herida profunda. No sólo socavaría instituciones —contrapoderes democráticos, prensa, universidades— sino que corroería la posibilidad misma de una república inclusiva. La violencia de su retórica prepara el terreno para la violencia institucional; la burla de la ciencia y la cultura es preludio de su desmantelamiento. Igual de letal que la izquierda autoritaria que pretende anular la iniciativa privada en nombre de la utopía, esta derecha promete el caos de la degradación.

La tarea de los demócratas es clara: no ceder ante el chantaje populista ni ante la demagogia de mercado. Hay que defender la educación pública, la salud, la cultura; proteger derechos y consolidar instituciones. Es una batalla por el alma del Perú: dejar que la derecha bruta y achorada avance sería renunciar al futuro. Rechacemos su discurso fácil, promovamos un debate serio y democrático, y trabajemos por una nación plural, culta y socialmente justa para las futuras generaciones.

-La del estribo: ¡Dos recomendaciones teatrales! !Muy buena comedia Laponia! Dirigida por Juan Carlos Fisher y con grandes actuaciones de Carlos Carlín, Melania Urbina, Magdyel Ugáz y Óscar López Arias. !Va en el Teatro Nos hasta el 19 de octubre! !Y soberbia actuación de Karina Jordán en Daño, obra dirigida por Mikhail Page! Puesta en el Teatro Británico hasta el 26 de noviembre, solo martes y miércoles. En ambos casos, entradas en Joinnus.

 

[PIE DERECHO] La izquierda peruana atraviesa un proceso de regresión que, más que un simple viraje ideológico, parece una renuncia a las lecciones más elementales de nuestra historia reciente y de la experiencia latinoamericana.

Durante las dos últimas décadas, existió la posibilidad de que los sectores progresistas nativos aprendieran de ejemplos virtuosos, como los de Chile o Uruguay, donde la izquierda supo conciliar reformas sociales con respeto irrestricto a la democracia y a la economía de mercado. Sin embargo, lo que observamos hoy en el Perú es lo contrario: un retorno a los peores vicios populistas y autoritarios que arruinaron a países como Venezuela o Nicaragua.

La candidatura de Alfonso López Chau podría representar una excepción alentadora. Académico con formación técnica y espíritu dialogante, intenta construir un espacio que reconcilie las demandas sociales con una visión moderna de desarrollo económico. Pero su fracaso en forjar alianzas y dar viabilidad política a su proyecto lo ha relegado a la marginalidad. Su voz amenaza con perderse en medio del ruido de discursos incendiarios, promesas inviables y retóricas de odio que poco o nada tienen que ver con un proyecto serio de país.

El resto de la izquierda parece complacerse en la repetición de fórmulas fracasadas: estatismo, clientelismo, desprecio por la inversión privada, retórica antiempresarial y una peligrosa indulgencia frente a modelos claramente dictatoriales. Esa fascinación por el autoritarismo disfrazado de “revolución” no solo empobrece el debate político, sino que pone en riesgo la institucionalidad democrática.

Que la izquierda peruana se empecine en imitar a Caracas o Managua en lugar de aprender de Montevideo o Santiago constituye una pésima noticia. Significa que el país, en su frágil democracia, carece de una opción progresista razonable, capaz de equilibrar justicia social con modernización económica.

El Perú queda atrapado, una vez más, entre una derecha mercantilista y achorada, y una izquierda que coquetea con el totalitarismo. Y en ese callejón sin salida, quienes terminan perdiendo son siempre los ciudadanos, condenados a elegir entre males mayores, resignados a la mediocridad de sus dirigentes.

-La del estribo: Estupendo el último libro de Fernando Ampuero, Marea Alta. Erudito, divertido, pedagógico. Invita a leer o releer libros, a conocer o reconocer autores, a ver o revisitar películas. Así nomás, ya me hizo sacar de la estantería un par de libros y pedirle a mi proveedor favorito todas las películas de Fellini para volverlas a ver con una mirada más sapiente, gracias a una crónica del excelente libro que recomiendo. Otra: ¡muy recomendable la obra teatral Buenas personas, dirigida por Juan Carlos Fisher, con Jimena Lindo, Paul Martin, Milene Vásquez, Gabriela Velásquez y otros! ¡Va en el ICPNA de Miraflores! Entradas en Joinnus.

 

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