Pie Derecho

[PIE DERECHO] Keiko Fujimori no debería postular en el 2026. No solo porque no va a ganar —y lo sabe—, a pesar de que el reciente fallo del TC le dará la sensación de un ligero hipo político, sino porque su sola presencia en la contienda le arrebata votos valiosos a cualquier intento de recomposición del espacio de la derecha democrática.

La lideresa de Fuerza Popular se ha convertido en un lastre electoral, en una figura que divide en lugar de sumar, y que mantiene vivo un conflicto que la mayoría de peruanos ya quiere dejar atrás: el del fujimorismo versus el antifujimorismo. Esa grieta, que tanto daño ha hecho al país, vuelve a abrirse cada vez que Keiko asoma.

No es verdad, por lo demás, que el fujimorismo siga siendo hoy una suerte de dique ante la “marea roja”. Hace tiempo perdió ese papel. El voto popular, que alguna vez se sintió identificado con el discurso del orden, la autoridad y la mano dura, se ha desplazado hacia opciones mucho más antisistema, de izquierda o de derecha. Keiko dejó de representar al pueblo cuando su partido se convirtió en una maquinaria parlamentaria, encerrada en Lima, sin capacidad de conexión ni con los jóvenes ni con las provincias.

El fujimorismo, de la mano de Keiko, ha mutado: de movimiento plebeyo pasó a ser un club conservador de las clases altas y de algunos intereses empresariales que lo sostienen más por miedo que por convicción. No hay épica, no hay relato, no hay horizonte. Solo una obstinación personal.

Si Keiko insiste, no solo perderá ella. Condenará a la derecha a un nuevo ciclo de irrelevancia y facilitará el retorno de una izquierda populista que se nutre del resentimiento y del abandono. Si de verdad le interesa el futuro del país y no su revancha personal, debería dar un paso al costado. Por el bien del Perú, y también por el bien de su propio legado político, si algo de él queda.

La del estribo: !Buen teatro en Lima! Vayan a ver «El cuarto de Verónica«, de Ira Levin, dirigida por Rodrigo Falla y las muy buenas actuaciones de Alexandra Graña, Gustavo Mayer, Lilian Schiappa-Pietra y el propio Rodrigo Falla. !Va en el Teatro de Lucía hasta el 17 de noviembre! Entradas en Joinnus.

 

 

[PIE DERECHO] No deja de ser asombroso, aunque no sorprendente, el grado de ceguera política de cierta derecha peruana. Ayer, cuando el país entero presenciaba el derrumbe moral y político del gobierno de Dina Boluarte, los mismos que la sostuvieron a capa y espada durante casi dos años, pretendieron lavarse las manos, como si el hedor del cadáver institucional que ayudaron a mantener en pie no les alcanzara también a ellos.

Keiko Fujimori, César Acuña y Rafael López Aliaga intentan, con torpeza y cálculo, desmarcarse de un régimen que ellos mismos apuntalaron, pensando que la memoria colectiva es corta y que bastará con designar a un oscuro personaje como José Jerí para dar la impresión de renovación. Pero el pueblo no es tan ingenuo. Percibe la impostura, la maniobra burda, el oportunismo que se disfraza de rectificación moral.

El Perú vive una de las crisis más hondas de su historia republicana. Y la derecha, en lugar de ofrecer una alternativa liberal, moderna y democrática, ha preferido hundirse en el fango del mercantilismo y la componenda. No comprenden que al aliarse con lo más rancio y mediocre del poder han cavado su propia tumba electoral.

Mientras tanto, la izquierda radical, que no ha hecho mérito alguno para merecerlo, asoma como la única oposición coherente. No porque tenga razón, sino porque sus adversarios han abdicado de toda coherencia. Así, la derecha populista y reaccionaria le está sirviendo el país en bandeja a quienes destruirán lo poco que queda en pie.

La historia es implacable. Y el castigo popular, cuando llega, no perdona. Por haber confundido el poder con la impunidad y la política con el negocio, Keiko, Acuña y López Aliaga bien podrían terminar como lo que ya son: los sepultureros de la derecha peruana.

-La del estribo: extraordinario el libro Los años de Castilla (1840-1865), de Natalia Sobrevilla, publicado por el Instituto de Estudios Peruanos, IEP. Lo que impresiona del ensayo no es solo su enjundia narrativa y precisión histórica, sino atestiguar la sorprendente cercanía de ese periodo con los avatares del siglo XXI por los que el Perú viene transitando.

[PIE DERECHO] Hoy enfrentamos un peligro que no es nuevo pero sí más virulento: la aparición de una derecha bruta y achorada, mercantilista hasta la médula, autoritaria en sus reflejos y conservadora en sus dogmas. No es la derecha liberal que defiende la libertad y la responsabilidad individual; es otra cosa: una corriente que concibe el Estado como botín, la cultura como adorno, la moral como escudo descalificador.

Lo preocupante no es sólo su agenda económica —la reducción delirante de lo público, la privatización burda de lo esencial, la deleznable subordinación del bien común a intereses privados— sino su manera de mirar el mundo. Para esa derecha, la democracia es vacía; los derechos humanos, una concesión; la igualdad de género, una fantasía subversiva. Ante cualquier propuesta que atente contra su dogma, desatan la maquinaria de la ofensa y la descalificación: todo pensamiento crítico es “neomarxismo”.

Permitir que esa visión llegue al poder sería infligir al país una herida profunda. No sólo socavaría instituciones —contrapoderes democráticos, prensa, universidades— sino que corroería la posibilidad misma de una república inclusiva. La violencia de su retórica prepara el terreno para la violencia institucional; la burla de la ciencia y la cultura es preludio de su desmantelamiento. Igual de letal que la izquierda autoritaria que pretende anular la iniciativa privada en nombre de la utopía, esta derecha promete el caos de la degradación.

La tarea de los demócratas es clara: no ceder ante el chantaje populista ni ante la demagogia de mercado. Hay que defender la educación pública, la salud, la cultura; proteger derechos y consolidar instituciones. Es una batalla por el alma del Perú: dejar que la derecha bruta y achorada avance sería renunciar al futuro. Rechacemos su discurso fácil, promovamos un debate serio y democrático, y trabajemos por una nación plural, culta y socialmente justa para las futuras generaciones.

-La del estribo: ¡Dos recomendaciones teatrales! !Muy buena comedia Laponia! Dirigida por Juan Carlos Fisher y con grandes actuaciones de Carlos Carlín, Melania Urbina, Magdyel Ugáz y Óscar López Arias. !Va en el Teatro Nos hasta el 19 de octubre! !Y soberbia actuación de Karina Jordán en Daño, obra dirigida por Mikhail Page! Puesta en el Teatro Británico hasta el 26 de noviembre, solo martes y miércoles. En ambos casos, entradas en Joinnus.

 

[PIE DERECHO] La izquierda peruana atraviesa un proceso de regresión que, más que un simple viraje ideológico, parece una renuncia a las lecciones más elementales de nuestra historia reciente y de la experiencia latinoamericana.

Durante las dos últimas décadas, existió la posibilidad de que los sectores progresistas nativos aprendieran de ejemplos virtuosos, como los de Chile o Uruguay, donde la izquierda supo conciliar reformas sociales con respeto irrestricto a la democracia y a la economía de mercado. Sin embargo, lo que observamos hoy en el Perú es lo contrario: un retorno a los peores vicios populistas y autoritarios que arruinaron a países como Venezuela o Nicaragua.

La candidatura de Alfonso López Chau podría representar una excepción alentadora. Académico con formación técnica y espíritu dialogante, intenta construir un espacio que reconcilie las demandas sociales con una visión moderna de desarrollo económico. Pero su fracaso en forjar alianzas y dar viabilidad política a su proyecto lo ha relegado a la marginalidad. Su voz amenaza con perderse en medio del ruido de discursos incendiarios, promesas inviables y retóricas de odio que poco o nada tienen que ver con un proyecto serio de país.

El resto de la izquierda parece complacerse en la repetición de fórmulas fracasadas: estatismo, clientelismo, desprecio por la inversión privada, retórica antiempresarial y una peligrosa indulgencia frente a modelos claramente dictatoriales. Esa fascinación por el autoritarismo disfrazado de “revolución” no solo empobrece el debate político, sino que pone en riesgo la institucionalidad democrática.

Que la izquierda peruana se empecine en imitar a Caracas o Managua en lugar de aprender de Montevideo o Santiago constituye una pésima noticia. Significa que el país, en su frágil democracia, carece de una opción progresista razonable, capaz de equilibrar justicia social con modernización económica.

El Perú queda atrapado, una vez más, entre una derecha mercantilista y achorada, y una izquierda que coquetea con el totalitarismo. Y en ese callejón sin salida, quienes terminan perdiendo son siempre los ciudadanos, condenados a elegir entre males mayores, resignados a la mediocridad de sus dirigentes.

-La del estribo: Estupendo el último libro de Fernando Ampuero, Marea Alta. Erudito, divertido, pedagógico. Invita a leer o releer libros, a conocer o reconocer autores, a ver o revisitar películas. Así nomás, ya me hizo sacar de la estantería un par de libros y pedirle a mi proveedor favorito todas las películas de Fellini para volverlas a ver con una mirada más sapiente, gracias a una crónica del excelente libro que recomiendo. Otra: ¡muy recomendable la obra teatral Buenas personas, dirigida por Juan Carlos Fisher, con Jimena Lindo, Paul Martin, Milene Vásquez, Gabriela Velásquez y otros! ¡Va en el ICPNA de Miraflores! Entradas en Joinnus.

 

[PIE DERECHO] Desde hace más de cuarenta años me reconozco, sin titubeos ni disimulos, en el campo de la derecha liberal. No de la izquierda, que ha probado en tantas ocasiones su capacidad para arruinar al país con dogmas trasnochados y políticas estatistas que conducen a la ruina económica y a la servidumbre política. Tampoco de la extrema derecha, esa derecha bruta y achorada, conservadora, mercantilista y autoritaria, que en nombre de valores que en realidad no practica defiende privilegios y clientelas, confundiendo el orden con el abuso y la libertad con la prepotencia.

Mi voto, de cara a las elecciones del 2026, será por un candidato liberal auténtico, convencido de que el progreso solo es posible en una democracia abierta, con instituciones sólidas, economía de mercado y respeto irrestricto a los derechos individuales. ¿Quién será ese candidato? No lo sé aún. Dependerá de las encuestas en los últimos días previos a la elección. Votaré por aquel que tenga más posibilidades de pasar a la segunda vuelta y derrotar tanto a la izquierda como a la ultraderecha, porque de nada sirve sostener un ideal si se traduce en un gesto testimonial sin eficacia política.

Sueño con que ese voto liberal, pragmático y responsable, sea la semilla de un ciclo histórico distinto: dos gobiernos consecutivos de derecha moderna que, sin complejos ni nostalgias, se propongan y logren rescatar al Perú de la crisis social, económica y política que lo asfixia. Gobiernos que entiendan que la libertad no es un lujo para las élites, sino la condición indispensable para que los más pobres puedan prosperar.

Ese es mi compromiso ciudadano: apostar, como lo he hecho durante cuatro décadas, por el único camino que garantiza dignidad y progreso. El del liberalismo democrático, abierto al mundo, enemigo de los dogmas y del autoritarismo, y dispuesto a dar la batalla contra quienes, desde la izquierda o desde la derecha cavernaria, pretenden condenarnos a repetir la misma historia de fracasos.

La del estribo: Entrañable la obra Cenizas, dirigida por Alberto Isola, con la dramaturgia de Eduardo Adrianzén, y las soberbias actuaciones del gran Pepe Bárcenas, Irene Eyzaguirre y Álvaro Pajares. Va en el Británico solo hasta el lunes 29! Y ya con entradas para ver Un huracán nos había azotado, de la genial Massiel Arregui, con la dirección de Lita Baluarte y las actuaciones de María Rubio y Elsa Olivero. Va en la Sala Quilla, de Barranco. La temporada es corta, va hasta el 5 de octubre! Las dos obras se venden por Joinnus.

 

[PIE DERECHO] La derecha se comporta como una aristocracia decadente: distraída, ensimismada en sus peleas internas, convencida de que su turno es un derecho natural. No ve que el país hierve de rabia contra los mismos de siempre, contra los que controlan el poder, contra quienes prometen orden y solo entregan privilegios. Allí, en esa indignación, es donde la izquierda radical pesca con facilidad.

El riesgo no es hipotético. Es inminente. Mientras los candidatos de derecha se devoran entre sí, como hemos visto estos últimos días, un outsider antisistema irrumpirá con un discurso feroz, emocional, de revancha. Y ese mensaje, aunque irracional, conectará con la furia de las mayorías.

Si la derecha política sigue anestesiada por encuestas engañosas, y los poderes fácticos de la sociedad civil (empresarios, medios, líderes de opinión) no se activan en la línea correcta, el despertar será demasiado tarde, cuando ya nos encontremos en segunda vuelta a un adversario extremista o, lo que sería peor, dejando la suerte del país en manos de dos radicales, a falta de uno, que no dudarán en dinamitar lo que queda en pie del sistema destruyendo lo mucho o poco de democracia y de economía de mercado que se ha logrado construir en las últimas décadas. No es una advertencia ligera: es la crónica de un desastre anunciado.

La del estribo: ¡Qué hermosa novela corta La perla, de John Steinbeck! Con ésta, la segunda entrega del escritor norteamericano luego de la magistral Las uvas de la ira, en el club del libro de Alonso Cueto. Y dos recomendaciones cinemeras: Polvo serán, de Carlos Marqués-Marcet. Como siempre, con su proveedor favorito. Y Higuest 2 Lowest, de Spike Lee, con la actuación de Denzel Washington, en Apple y también con su proveedor de confianza.

SUMILLA: “Mientras los candidatos de derecha se devoran entre sí, como hemos visto estos últimos días, un outsider antisistema irrumpirá con un discurso feroz”

 

[PIE DERECHO] Un informe publicado por Sudaca revela que la PNP estaría impulsando –contra viento y marea– la contratación de un servicio para proteger la red privada de datos, gestión de seguridad y acceso a internet de toda la infraestructura policial a nivel nacional (CP-SM-2-2025-DIRECFIN-PNP-1), direccionando bases del concurso para que gane la empresa Bitel. Esto pondría en riesgo información confidencial que, a su vez, pondría las investigaciones en curso a merced de las organizaciones criminales que nuestros servicios de inteligencia policial combaten.

Resulta extraño, por cierto, que las entidades que fiscalizan este tipo de contrataciones guarden un silencio cómplice respecto a un evidente sobrecosto en el servicio. El pago mensual que realiza la PNP al actual proveedor (Bitel), que contrató en forma directa por desabastecimiento, supera los 10 millones soles. El servicio del proveedor anterior apenas superaba los 4 millones de soles por mes. No existió ninguna mejora tecnológica ni logística que lo justifique.

La modalidad de direccionamiento en esta contratación 2025 repite el mismo recurso de la contratación directa 2024. Un estudio de mercado que deja de lado a Telefónica del Perú (inhabilitada) y a Claro (no respondiendo sus consultas técnicas), y poniendo a una empresa de fachada (Global Fiber) que claramente no cumpliría los requisitos de ciberseguridad exigidos, quedando Bitel como único postor habilitado. Una simulación de competencia que no existe. Pero nadie dice nada al respecto. Nuestras fuentes revelan que existen manos oscuras moviendo los mismos hilos en el Ministerio de Educación y en Corpac, temas que seguiremos investigando.

¿Por qué las instancias de control interno de la PNP no dicen nada? ¿Por qué la Oficina de Control Institucional y la Dirección de Tecnología guardan silencio tras meses de advertencias? ¿Por qué la Contraloría no interviene ni actúa? El gobierno debe tomar cartas en el asunto de inmediato y detener un proceso que tendría claros vicios de origen.

Los grandes afectados siempre serán los ciudadanos. No podemos permitir que el erario asuma el pago de estos sobrecostos, y mucho menos que la seguridad de nuestros datos de inteligencia esté a merced de las organizaciones criminales. Detengamos este proceso de contratación cuanto antes, y evitemos una situación de vulnerabilidad que promueva más filtraciones de información confidencial. Los funcionarios que resulten involucrados deberán recibir todo el peso de la ley por conductas que lindan con una criminalidad de Estado. La seguridad ciudadana no se negocia.

[PIE DERECHO] En Bolivia acaba de ocurrir un hecho que debería encender las alarmas en el Perú. Un outsider que apenas registraba un modesto 7% en las encuestas semanas atrás, terminó ganando la primera vuelta, capitalizando el desconcierto y la fatiga de un electorado que había perdido la fe en los partidos tradicionales y, sobre todo, en la izquierda gobernante.

El dato no es menor: en Bolivia, poco antes de las elecciones, un 30% de los votantes se declaraba indeciso. En el Perú, ese porcentaje es todavía más dramático: llega al 50%. La mitad del electorado no sabe aún a quién entregar su voto, y eso constituye un terreno fértil para una sorpresa de magnitudes históricas.

Pero mientras en Bolivia el rechazo se volcó contra la izquierda oficialista, aquí en el Perú será la derecha gobernante la que pagará la factura. Porque Dina Boluarte, aunque llegó de la mano de Pedro Castillo, ya no es percibida como una prolongación de él ni de Vladimir Cerrón. Su gobierno, marcado por la represión, la ineficacia y el sometimiento a un Congreso corrupto, ha quedado asociado en el imaginario popular a la derecha más cínica y mercantilista: la de Keiko Fujimori, la de César Acuña, la de los grupos que usufructúan de la desgracia nacional con descaro y sin pudor.

Es esa derecha, autoritaria y oportunista, la que el pueblo siente como responsable del desastre. De allí que la reacción, cuando llegue, no será tibia ni matizada: será un rechazo frontal, visceral, de consecuencias imprevisibles. Así como en Bolivia emergió un outsider que canalizó la rabia ciudadana, en el Perú podría irrumpir una figura inesperada, alimentada por la indignación contra Boluarte y quienes hoy se reparten el poder como si fuera un botín.

Estamos, pues, frente a un escenario que preludia lo inesperado. La historia latinoamericana enseña que cuando el pueblo se siente traicionado y sin salida, se aferra al primer caudillo que encarne su frustración y su esperanza. Y en el Perú, hoy, esa marea de indecisos parece aguardar la chispa que active el incendio político que, tarde o temprano, consumirá este orden decadente.

 

[PIE DERECHO] Donde la figura de la memoria está aislada y la justicia se convierte en rehén de las circunstancias, las leyes no son más que un ardid que el poder utiliza para imponerse sobre la ciudadanía. Lo que acaba de suceder con la reciente amnistía aprobada por el Ejecutivo para militares y policías que cometieron violaciones de derechos humanos durante el conflicto armado interno es una norma que empeora las cicatrices, no las sana; no reconcilia, sino que mantiene abierto el abismo entre los heridos y sus agresores.

Como es obvio, no se trata de juzgar a los combatientes que respetaron la ley contra el terrorismo con la misma vara que a aquellos que se convirtieron en verdugos. El primer grupo merece respeto y agradecimiento por haber defendido, en medio de uno de nuestros momentos más nefastos en la historia, la democracia. Los segundos, sin embargo, son una mancha sin remedio.

Con esta medida, el régimen de Dina Boluarte —cada vez más bañado de ilegitimidad— ha consagrado una de sus páginas más oscuras en una corta historia. Ha hecho estallar uno de los bastiones de la República bajo el pretexto de «cerrar capítulos» y «pacificar el país»: el Estado de Derecho. Porque eso acontece cuando la ley se pervierte para beneficiar a un pequeño grupo.

Al hacerlo, menosprecian a las víctimas, sus familias y prácticamente a toda la sociedad. La verdad y la justicia estarán ausentes, y la memoria de todas las personas que sufrieron languidecerá en un rincón desagradable donde el poder prefiere no recordar. Es la santificación de la impunidad. Sin embargo, eventualmente, la historia paga sus deudas y el hecho de que hubo un gobierno dispuesto a intercambiar justicia por conveniencia política resonará a través de la posteridad.

El perdón es una virtud. La amnistía, en general, ataca a la democracia. Y eso es uno de los delitos más graves que un régimen puede cometer.

 

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