Pie Derecho

[PIE DERECHO] La derecha se comporta como una aristocracia decadente: distraída, ensimismada en sus peleas internas, convencida de que su turno es un derecho natural. No ve que el país hierve de rabia contra los mismos de siempre, contra los que controlan el poder, contra quienes prometen orden y solo entregan privilegios. Allí, en esa indignación, es donde la izquierda radical pesca con facilidad.

El riesgo no es hipotético. Es inminente. Mientras los candidatos de derecha se devoran entre sí, como hemos visto estos últimos días, un outsider antisistema irrumpirá con un discurso feroz, emocional, de revancha. Y ese mensaje, aunque irracional, conectará con la furia de las mayorías.

Si la derecha política sigue anestesiada por encuestas engañosas, y los poderes fácticos de la sociedad civil (empresarios, medios, líderes de opinión) no se activan en la línea correcta, el despertar será demasiado tarde, cuando ya nos encontremos en segunda vuelta a un adversario extremista o, lo que sería peor, dejando la suerte del país en manos de dos radicales, a falta de uno, que no dudarán en dinamitar lo que queda en pie del sistema destruyendo lo mucho o poco de democracia y de economía de mercado que se ha logrado construir en las últimas décadas. No es una advertencia ligera: es la crónica de un desastre anunciado.

La del estribo: ¡Qué hermosa novela corta La perla, de John Steinbeck! Con ésta, la segunda entrega del escritor norteamericano luego de la magistral Las uvas de la ira, en el club del libro de Alonso Cueto. Y dos recomendaciones cinemeras: Polvo serán, de Carlos Marqués-Marcet. Como siempre, con su proveedor favorito. Y Higuest 2 Lowest, de Spike Lee, con la actuación de Denzel Washington, en Apple y también con su proveedor de confianza.

SUMILLA: “Mientras los candidatos de derecha se devoran entre sí, como hemos visto estos últimos días, un outsider antisistema irrumpirá con un discurso feroz”

 

[PIE DERECHO] Un informe publicado por Sudaca revela que la PNP estaría impulsando –contra viento y marea– la contratación de un servicio para proteger la red privada de datos, gestión de seguridad y acceso a internet de toda la infraestructura policial a nivel nacional (CP-SM-2-2025-DIRECFIN-PNP-1), direccionando bases del concurso para que gane la empresa Bitel. Esto pondría en riesgo información confidencial que, a su vez, pondría las investigaciones en curso a merced de las organizaciones criminales que nuestros servicios de inteligencia policial combaten.

Resulta extraño, por cierto, que las entidades que fiscalizan este tipo de contrataciones guarden un silencio cómplice respecto a un evidente sobrecosto en el servicio. El pago mensual que realiza la PNP al actual proveedor (Bitel), que contrató en forma directa por desabastecimiento, supera los 10 millones soles. El servicio del proveedor anterior apenas superaba los 4 millones de soles por mes. No existió ninguna mejora tecnológica ni logística que lo justifique.

La modalidad de direccionamiento en esta contratación 2025 repite el mismo recurso de la contratación directa 2024. Un estudio de mercado que deja de lado a Telefónica del Perú (inhabilitada) y a Claro (no respondiendo sus consultas técnicas), y poniendo a una empresa de fachada (Global Fiber) que claramente no cumpliría los requisitos de ciberseguridad exigidos, quedando Bitel como único postor habilitado. Una simulación de competencia que no existe. Pero nadie dice nada al respecto. Nuestras fuentes revelan que existen manos oscuras moviendo los mismos hilos en el Ministerio de Educación y en Corpac, temas que seguiremos investigando.

¿Por qué las instancias de control interno de la PNP no dicen nada? ¿Por qué la Oficina de Control Institucional y la Dirección de Tecnología guardan silencio tras meses de advertencias? ¿Por qué la Contraloría no interviene ni actúa? El gobierno debe tomar cartas en el asunto de inmediato y detener un proceso que tendría claros vicios de origen.

Los grandes afectados siempre serán los ciudadanos. No podemos permitir que el erario asuma el pago de estos sobrecostos, y mucho menos que la seguridad de nuestros datos de inteligencia esté a merced de las organizaciones criminales. Detengamos este proceso de contratación cuanto antes, y evitemos una situación de vulnerabilidad que promueva más filtraciones de información confidencial. Los funcionarios que resulten involucrados deberán recibir todo el peso de la ley por conductas que lindan con una criminalidad de Estado. La seguridad ciudadana no se negocia.

[PIE DERECHO] En Bolivia acaba de ocurrir un hecho que debería encender las alarmas en el Perú. Un outsider que apenas registraba un modesto 7% en las encuestas semanas atrás, terminó ganando la primera vuelta, capitalizando el desconcierto y la fatiga de un electorado que había perdido la fe en los partidos tradicionales y, sobre todo, en la izquierda gobernante.

El dato no es menor: en Bolivia, poco antes de las elecciones, un 30% de los votantes se declaraba indeciso. En el Perú, ese porcentaje es todavía más dramático: llega al 50%. La mitad del electorado no sabe aún a quién entregar su voto, y eso constituye un terreno fértil para una sorpresa de magnitudes históricas.

Pero mientras en Bolivia el rechazo se volcó contra la izquierda oficialista, aquí en el Perú será la derecha gobernante la que pagará la factura. Porque Dina Boluarte, aunque llegó de la mano de Pedro Castillo, ya no es percibida como una prolongación de él ni de Vladimir Cerrón. Su gobierno, marcado por la represión, la ineficacia y el sometimiento a un Congreso corrupto, ha quedado asociado en el imaginario popular a la derecha más cínica y mercantilista: la de Keiko Fujimori, la de César Acuña, la de los grupos que usufructúan de la desgracia nacional con descaro y sin pudor.

Es esa derecha, autoritaria y oportunista, la que el pueblo siente como responsable del desastre. De allí que la reacción, cuando llegue, no será tibia ni matizada: será un rechazo frontal, visceral, de consecuencias imprevisibles. Así como en Bolivia emergió un outsider que canalizó la rabia ciudadana, en el Perú podría irrumpir una figura inesperada, alimentada por la indignación contra Boluarte y quienes hoy se reparten el poder como si fuera un botín.

Estamos, pues, frente a un escenario que preludia lo inesperado. La historia latinoamericana enseña que cuando el pueblo se siente traicionado y sin salida, se aferra al primer caudillo que encarne su frustración y su esperanza. Y en el Perú, hoy, esa marea de indecisos parece aguardar la chispa que active el incendio político que, tarde o temprano, consumirá este orden decadente.

 

[PIE DERECHO] Donde la figura de la memoria está aislada y la justicia se convierte en rehén de las circunstancias, las leyes no son más que un ardid que el poder utiliza para imponerse sobre la ciudadanía. Lo que acaba de suceder con la reciente amnistía aprobada por el Ejecutivo para militares y policías que cometieron violaciones de derechos humanos durante el conflicto armado interno es una norma que empeora las cicatrices, no las sana; no reconcilia, sino que mantiene abierto el abismo entre los heridos y sus agresores.

Como es obvio, no se trata de juzgar a los combatientes que respetaron la ley contra el terrorismo con la misma vara que a aquellos que se convirtieron en verdugos. El primer grupo merece respeto y agradecimiento por haber defendido, en medio de uno de nuestros momentos más nefastos en la historia, la democracia. Los segundos, sin embargo, son una mancha sin remedio.

Con esta medida, el régimen de Dina Boluarte —cada vez más bañado de ilegitimidad— ha consagrado una de sus páginas más oscuras en una corta historia. Ha hecho estallar uno de los bastiones de la República bajo el pretexto de «cerrar capítulos» y «pacificar el país»: el Estado de Derecho. Porque eso acontece cuando la ley se pervierte para beneficiar a un pequeño grupo.

Al hacerlo, menosprecian a las víctimas, sus familias y prácticamente a toda la sociedad. La verdad y la justicia estarán ausentes, y la memoria de todas las personas que sufrieron languidecerá en un rincón desagradable donde el poder prefiere no recordar. Es la santificación de la impunidad. Sin embargo, eventualmente, la historia paga sus deudas y el hecho de que hubo un gobierno dispuesto a intercambiar justicia por conveniencia política resonará a través de la posteridad.

El perdón es una virtud. La amnistía, en general, ataca a la democracia. Y eso es uno de los delitos más graves que un régimen puede cometer.

 

[PIE DERECHO] La derecha peruana, siempre tan convencida de que la razón, la historia e incluso la providencia la respaldan, ha vuelto a caer en el error que la ha condenado durante décadas: el individualismo suicida.

Los principales candidatos de la derecha y centro-derecha, los que lideran las encuestas, tras semanas de rumores, conversaciones discretas y algunos intentos de acercamiento, han terminado confirmando lo que ya era un secreto a voces: vencido el plazo anoche, irán a la contienda sin pacto, sin una lista única, sin siquiera un gesto de grandeza que ponga lo común por encima de la vanidad personal.

En lugar de un frente sólido o dos o tres bloques capaces de disputar efectivamente el poder, tendremos un zoológico político donde pululan mini candidatos, cada uno convencido de su gracia profética, cada uno afilando su lengua para insultar a su vecino ideológico. El espectáculo ya ha comenzado: ataques mutuos, insinuaciones maliciosas, disputas sobre quién, en definitiva, representa a la derecha de la derecha. Es el preludio de una campaña fratricida en la que, como en aquellas viejas guerras civiles de repúblicas caudillistas, se matarán entre sí para dejar el camino libre al adversario.

Porque la izquierda, a diferencia de sus rivales, ha aprendido la lección. No es que esté unida por afinidad doctrinal –sus diferencias son, en algunos casos, abismales– sino por la convicción práctica de que el poder se conquista y se retiene con disciplina. Mientras la derecha se enreda en sus disputas laberínticas, la izquierda se acerca en varios bloques, sin que se desangre por hemorragias internas, con el ojo acerado puesto en el objetivo esencial.

La próxima votación amenaza con ser una repetición de la historia: un mosaico de candidaturas de derecha que se neutralizan entre sí, perdiendo la oportunidad de ofrecer al país una alternativa clara y competitiva. No será la primera vez que la derecha peruana confunde la política con un torneo de egos y termina pagando un precio que, lamentablemente, no solo pagan ellos, sino todo el pueblo.

La del estribo: notable el libro El loco de Dios en el fin del mundo, del escritor español Javier Cercas, que discurre alrededor de un viaje del papa Francisco a Mongolia y al que invita al autor de Soldados de Salamina y Anatomía de un instante, entre otros, de una valiosa producción literaria.

 

[PIE DERECHO] Mañana, con ese aire de solemnidad impostada que no engaña a nadie, la señora Dina Boluarte se dirigirá al país. Lo hará, como tantas veces en nuestra accidentada historia republicana, no para anunciar un rumbo, una idea clara, un propósito noble, sino para rubricar con su retórica hueca un pacto tácito con la descomposición. Su mensaje será anodino, gris, burocrático, como salido de la pluma de un mal asesor que no cree en lo que escribe, ni espera que alguien lo escuche con verdadera atención.

No será un discurso, será un epitafio anticipado a otro año perdido. La continuidad del desgobierno, del canje impúdico de favores con un Congreso que, en un gesto de cinismo sin pudor, ha elegido como Mesa Directiva a personajes que parecen salidos de una sátira de la política criolla. Ahí están, sonrientes y satisfechos, los representantes de lo peor: el clientelismo, el oportunismo, el mercadeo del poder. Ninguno de ellos es capaz de articular una visión del país, porque no la tienen ni la buscan. Les basta con la cuota, el presupuesto, la impunidad.

¿Y el país? El país asiste, como espectador resignado, a esta comedia sin gracia. Los ciudadanos, hastiados, han aprendido a desconfiar de todo. El hartazgo se palpa en las calles, en los mercados, en las esquinas donde antes se discutía de política con pasión, y ahora solo con desprecio. La democracia, esa gran promesa que nos hizo soñar con un futuro distinto, se ha convertido en una rutina indolente, administrada por mediocres sin imaginación.

Lo peor no es el mensaje de mañana. Lo peor es lo que vendrá después: más de lo mismo. Un Perú sin horizonte, condenado a la inercia. Porque mientras Dina y su corte parlamentaria juegan al poder, el país verdadero se hunde en la abulia, ese cáncer silencioso que corroe las naciones antes de su colapso final.

La del estribo: notable el número de la proverbial revista mexicana Letras Libres (la número 318) dedicado a rendirle homenaje a Mario Vargas Llosa. Entre el dossier de columnistas aparece nuestro escritor Gustavo Rodríguez, y sobresalen las colaboraciones de Enrique Krauze, Carlos Granés, Arturo Fontaine, entre otros.

 

[PIE DERECHO] Por más que uno busque, con paciencia de entomólogo y generosidad de arqueólogo, no se encuentra en la derecha peruana una voluntad auténtica de enmienda ni una inteligencia política que le permita trascender sus miserias internas. A pocos días de que venza el plazo para la inscripción de alianzas, lo único que se advierte es el ruido de sables herrumbrosos y egos inflamados. Salvo el tímido y tardío pacto entre el Partido Popular Cristiano y el general Roberto Chiabra, la derecha parece decidida a confirmar su vocación suicida.

Hay algo casi shakesperiano en este derrumbe, pero sin la grandeza del drama. Los actores no son Macbeth ni Ricardo III, sino caricaturas menores de políticos que, enceguecidos por la vanidad o los intereses de corto plazo, desprecian cualquier posibilidad de unidad. No han entendido —o lo entienden y no les importa— que si no se presentan como un bloque mínimamente cohesionado, quedarán reducidos a una comparsa de exabruptos y memes.

Mientras tanto, la izquierda, con el olfato afinado por décadas de marginalidad y exclusión, intuye que se avecina una oportunidad histórica. Harán bien en explotar el desencanto popular, ese caldo de cultivo ideal para un discurso radical que promueva la refundación y el antipoder. La derecha, en cambio, sin narrativa ni liderazgos, se entrega a la intrascendencia.

¿Aparecerá acaso un outsider, un Mesías de derecha que pueda encarnar las esperanzas del orden, el mercado y la mano dura? Tal vez. Pero los milagros, en política, suelen ser tan escasos como los hombres de Estado.

Así, la derecha camina hacia el abismo con paso firme, convencida —como buen personaje trágico— de que la culpa siempre es de otros. No entienden que no basta tener razón, ni defender buenas causas: hay que saber conquistarlas. Y, sobre todo, hay que merecer el poder.

La del estribo: necesario leer Para entender el conflicto palestino israelí, de Farid Kahhat y Rodolfo Sánchez Aizcorbe. Bien documentado y lleno de datos fácticos, muestra los entretelones y contexto que ayudan a entender la tragedia que hoy acontece en Gaza. Se presenta el domingo próximo en la Feria Internacional del Libro, pero ya está en librerías.

[PIE DERECHO] En un país donde la política equivale al caudillismo (gobierno autoritario y de hombre fuerte), el rencor y el individualismo desenfrenado, la actitud del Partido Popular Cristiano, aunque temporal, de renunciar a su candidatura a favor de las aspiraciones presidenciales del general Roberto Chiabra debe ser bienvenida como una acción sabia, de hecho, como una lección de madurez democrática.

El hecho de que un partido con historia, cuya marca ha logrado sobrevivir al descrédito popular durante décadas, prefiera compartir el escenario antes que lanzarse solo por enésima vez, es prueba de que una colectividad aún puede pensar en el Perú.

Pero una protoalianza no es suficiente. La centroderecha, ese grupo fragmentado y debilitado que fue destruido por los personalismos, debe hacer algo más valiente: para precisar nuestra columna de ayer, debe formar una gran coalición de partidos conjuntos para finales de este mes, el último día en que las alianzas pueden registrarse, y aplazar hasta noviembre, cuando finaliza el plazo para nombrar candidatos, la designación de su abanderado.

En este sentido, todos los partidos tienen interés en el proyecto antes de siquiera acordar quién estará a cargo de él. Un verdadero acto de autosacrificio que, si se materializa, podría convertir un montón de siglas en una opción genuina para gobernar.

Sin primarias —las primarias peruanas son cadáveres muertos al nacer—, una encuesta profesional podría sellar el liderazgo presidencial futuro de la alianza. No es el mejor enfoque, pero es el más justo que tenemos. Eso eliminaría las autoimposiciones mesiánicas, los candidatos por aclamación o patrocinio, y abriría el camino a una decisión mediante la voluntad popular, por muy defectuosa que sea.

La centroderecha tiene una oportunidad histórica de reafirmarse como una alternativa seria. Si no la toma, volverá a ser su propio verdugo. Porque a veces en política, al igual que en la vida, uno tiene que renunciar a algo para ganar otra cosa.

La del estribo: extraordinaria la puesta en escena de La ópera de tres centavos, la sarcástica obra de Bertolt Brecht, que se pone en el Teatro Británico, bajo la dirección de Jean Pierre Gamarra. Va hasta el 20 de julio. Entradas en Joinnus.

En el Perú, la centroderecha liberal parece haber olvidado una máxima elemental de la política democrática: la unidad es condición indispensable para disputar el poder con alguna posibilidad de éxito. No hay manera —absolutamente ninguna— de que una opción política que se reclama racional, moderna y democrática prospere cuando se presenta al electorado con más de veinte precandidatos, todos convencidos, al parecer, de ser el nuevo Mesías, pero ninguno dispuesto a ceder un centímetro de su vanidad para alcanzar un objetivo mayor: el bien del país.

Esta absurda fragmentación no se debe a una diferencia ideológica insalvable —todos ellos, con matices, comparten una visión común de economía de mercado, respeto por el Estado de derecho y defensa de las libertades individuales—, sino a un infantilismo político que hace imposible cualquier pacto. Como no hay primarias, las conversaciones naufragan en el mismo escollo: ¿quién será el candidato presidencial?

Propongo una salida simple y democrática: la realización de una encuesta nacional ad hoc a fines de noviembre, cuando vence el plazo legal para definir las candidaturas. Esa encuesta, llevada a cabo por una empresa seria, sin manipulación posible, debería ser el árbitro indiscutible. Quien aparezca liderando la intención de voto entre los aspirantes de la centroderecha liberal será el abanderado, y los demás, con hidalguía, deberán sumarse, sin intrigas ni cálculos mezquinos, al esfuerzo colectivo de rescatar al Perú de la decadencia autoritaria y populista en la que se encuentra.

Si no son capaces de unirse siquiera por una encuesta, entonces no merecen gobernar. Y lo que es más grave: serán responsables de entregarle el país, una vez más, a los extremos —ya sea a la derecha bruta y achorada, o a la izquierda oportunista y autoritaria— que han demostrado, cada uno a su modo, su absoluto desprecio por la democracia y el progreso.

 

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