Pie Derecho

Si Pedro Castillo no abandona la tesis confrontacional y polarizante de la Asamblea Constituyente, no se desprende de Vladimir Cerrón (más aún luego de las investigaciones que van apareciendo sobre el fundador de Perú Libre), y, además, no establece un pacto político con las fuerzas del centro en el Congreso (y no solo con Juntos por el Perú), no durará mucho en Palacio de Gobierno.

A la menor salpicadura que le produzca el caso de “Los dinámicos del centro”, Castillo será materia expuesta para que un Congreso adverso, que tiene más de los 87 votos necesarios para vacarlo, termine por hacerlo para proceder de inmediato a hacer lo propio con Dina Boluarte y establecer un gobierno de transición que lo más probable es que convoque a nuevas elecciones presidenciales.

La única forma de evitar ese desenlace pasa porque el maestro chotano tire al tacho político la propuesta de exigirle al Congreso la aprobación de la reforma constitucional que le permita convocar a un referéndum que a su vez de paso a una Asamblea Constituyente. No tiene los votos para hacerlo y la única forma de lograrlo pasa por disolver el Congreso entrante, convocar a nuevas elecciones congresales y apostar a que allí conseguiría la mayoría suficiente para sus propósitos. Pero lo que Castillo debiera entender es que al menor indicio de que ese es el camino que quiere seguir, el Congreso se lo palomea en una.

Debe, asimismo, confirmar el camino de moderación económica que plantea el equipo que comanda Pedro Francke. La Constitución vigente tiene margen de acción para políticas públicas de izquierda no extremistas. Si quiere llevar a cabo éstas, chocará con la Constitución y también estará expuesto a una vacancia.

Finalmente, debe asegurar, con ambas premisas cubiertas (abandono de la Constituyente y confirmación de la moderación económica), un pacto con los partidos de centro, que le den los votos suficientes para gobernar con tranquilidad. Acción Popular, Alianza para el Progreso, Somos Perú, Podemos y los morados han dado muestras de disposición a apoyar, pero ese apoyo, si no se consolida, se evaporará a la primera crisis política o social.

Esperamos que estos días de espera sean también de reflexión del próximo Presidente de la República y entienda que la política supone compromisos y pragmatismo. A punta de caprichos o terquedades, Castillo será el principal artífice de su propia desventura.

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Los dinámicos del centro, Pedro Castillo, Pedro Francke

A pesar de la pésima performance política y electoral de Hernando de Soto, Avanza País obtuvo el 11.62% de los votos válidos en la primera vuelta electoral y logró colocar una bancada de siete congresistas. Con una mejor candidatura presidencial pudo haber pasado a la segunda vuelta.

Más allá de la agrupación en particular, que fue claramente un vientre de alquiler, y más allá del propio De Soto, a quien, enhorabuena, ya no le queda edad suficiente para volver a ser protagonista, lo que ello revela es que hay predisposición ciudadana favorable para la conformación de un partido propiamente liberal, que reivindique abiertamente una economía de mercado y la democracia representativa como opciones centrales.

Hay plazo suficiente para que muchos de los jóvenes que se identifican con ese predicamento puedan construir una opción partidaria propia, cumpliendo los plazos legales de inscripción y de realización de los trámites solicitados para ese propósito.

Es importante que surja en el Perú una opción partidaria orgánica de derecha, alternativa a las opciones de extrema derecha nacientes y a la lamentable devaluación política a la que Keiko Fujimori ha sometido a Fuerza Popular (que bien pudo haber evolucionado hacia terrenos liberales, pero su lideresa parece entender que su destino va por otro lado).

Debe haber unidad en la derecha para contener cualquier arrebato populista o autoritario que quiera desplegar el gobierno de Castillo, pero eso no es argumento para pensar que deban mezclarse identidades ideológicas distintas, mucho menos en vistas de los procesos electorales venideros.

Una opción liberal auténtica en un país como el Perú debe ser radical y contestataria, antiestablishment, disidente del esquema mercantilista y anticompetitivo que nos ha regido los últimos lustros.

Y con mayor razón, deberá marcar una clara distancia del modelo centroizquierdista que en el mejor de los casos aplicará el equipo económico de Castillo en los años siguientes. El Perú necesita un shock institucional acompañado de un shock capitalista. Requiere un movimiento de derecha popular que sintonice con las demandas de cambio y logre instalar en el Perú una democracia consolidada y funcional, un Estado eficaz y moderno, y un capitalismo competitivo.

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antiestablishment, Hernando De Soto, Liberalismo

Si Pedro Castillo insiste en la fórmula anticonstitucional de impulsar una Asamblea Constituyente por fuera de las instancias congresales, va camino seguro a que el propio Parlamento lo someta a un proceso de vacancia y termine saliendo del poder antes de lo previsto.

No vivimos un momento constituyente. La tragedia de la pandemia no lo crea. Es más, la robustez del modelo económico cuyo cambio se ha vuelto letanía en la izquierda anacrónica del Perú, nos está permitiendo niveles de recuperación asombrosos, que nos apartan de la atmósfera de precariedad que se confundió en la campaña con una supuesta narrativa popular antiestablishment mayoritaria.

Castillo ha resistido el embate golpista de la ultraderecha nativa no sólo por la solidez de las instituciones democráticas sino porque, tácitamente, sin que él lo pida ni lo movilice, ha logrado el respaldo de un amplio sector del centro y de la derecha liberales que no se han tragado las piedras de molino golpistas.

Ese sector lo perderá, en las calles y en el Congreso, si no es capaz de darse cuenta que su renuncia a la Asamblea Constituyente no implica el camino de la traición de Ollanta Humala, tan traumático y omnipresente en la lógica política de la izquierda.

Castillo solo tiene 42 votos en el Congreso. Jamás generará el consenso suficiente para tentar la aprobación de una reforma constituyente ni siquiera en la fórmula intermedia de conseguir 66 votos y luego una convocatoria a referéndum.

Y con ese número de congresistas no está protegido de la vacancia. La oposición es mayoritaria (aun cuando la torpeza inconmensurable de López Aliaga ya llevó a que la derecha pierda los estratégicos 44 votos que le daban capacidad de veto a cualquier reforma constitucional, elección de magistrados del TC o de directores del BCR).

Así como fue necesario que Humala tuviese a un Luis Miguel Castilla en su entorno, que le hizo entender la desgracia que hubiera supuesto el plan de la Gran Transformación, Pedro Castillo necesitaría un asesor constitucional o político que le haga ver que la tozudez de plantear un camino constituyente extralegal es un suicidio y que le puede costar el recorte de su mandato a los pocos meses de haber llegado al poder.

Si Castillo quiere tirar por la borda el superciclo en los precios de las materias primas y abortar el intento de su equipo económico de lograr un incremento sustantivo en la recaudación tributaria para permitir que se reconstruya el Estado en materias básicas como salud, educación e infraestructura, solo tiene que insistir en el descaminado intento de convocar a una Asamblea Constituyente.

Sea cual sea la forma que busque para lograr semejante propósito, que solo parece obedecer a una promesa descartable de campaña (lo prioritario es otro), generará un estado de zozobra e incertidumbre no solo en los agentes económicos grandes sino en todo el aparato social y productivo.

Las encuestas reflejan que la inmensa mayoría del país no está de acuerdo con una reforma total de la Constitución, Castillo además no tiene los votos en el Congreso suficientes para lograr su cometido. La única manera de llevarlo a cabo pasa por generar un movimiento de masas que atarante al Parlamento, uno, o por llevar al extremo de la cuestión de confianza su pedido de reforma y así lograr disolver el Congreso, generando en ambos casos una crisis política mayúscula que en tanto no culmine (por lo menos dos años), mantendrá al país paralizado y en ascuas.

Ojalá todo no pase de un intento político de mantener una promesa de campaña, que al ser descartada por el Congreso, lleve a Castillo a decirle al pueblo que lo intentó, pero que no pudo realizarla. Y sanseacabó, que allí quede la cosa, y se dedique a gobernar, a desplegar su plan económico y a tratar de reformar un Estado capaz, por sí solo, por su ineficacia, de sabotear cualquier intento de efectuar cambios sociales y económicos.

Que no se convierta el pedido maximalista de una Asamblea Constituyente en un pretexto para que Castillo, siguiendo el modelo de Vizcarra, se dedique a tensar políticamente las cuerdas con fuegos artificiales y así disimular lo que hasta el momento todo augura será una gestión mediocre (salvo lo de Francke, no hay nada más en concreto en ninguna materia gubernativa por parte del entorno de Castillo y ya estamos a pocos días de la transmisión de mando).

La Constituyente es una pésima idea. Ojalá Castillo tenga el valor de decirle al pueblo que votó por él que no va, que será necesaria otra coyuntura política para llevarla a cabo, y que se dedique los años que le toquen al mando de la Nación a gobernar con sensatez y templanza.

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Asamblea Constituyente, Pedro Castillo

Ya estuvo buena la tolerancia política y mediática a los exabruptos clasistas y racistas de quienes, amparados en mentirosas hipótesis de fraude, pretenden desconocer los resultados electorales, yendo desde la sugerencia de anular las elecciones o invocar un gobierno civil-militar de transición que convoque a nuevas elecciones, hasta considerar “Presidente nulo” a Pedro Castillo aun después de ser proclamado por el Jurado Nacional de Elecciones.

Si acaso es verdad que Keiko Fujimori ha decidido tomar distancia de esta ultraderecha nativa, no se entiende qué hace enviando a Nano Guerra García a ser partícipe del sainete y papelón cometido por un grupo de improvisados en Washington. A ella le corresponde, antes que a nadie, poner paños fríos, dejar que las cosas jurídicas sigan su curso normal, aceptar los resultados, acercarse a saludar al ganador apenas se produzca la proclamación oficial y dedicarse los siguientes años a desplegar una oposición leal, recia, pero democrática.

La ultraderecha es minoritaria. Bulliciosa y generadora de “noticias”, por lo que se ve, pero abrumadoramente minúscula en comparación con otros sectores de la vida política peruana, como quedó confirmado en la primera vuelta electoral.

Si un sector de la clase política, mediática y empresarial, decide seguir el camino de la insubordinación constitucional, pues que lo haga, que a ningún lugar que no sea el de la esterilidad o vergüenza pública podrá llegar. El país democrático es inmensamente mayoritario y sabrá digerir el triunfo ajustado de una opción de izquierda que, por lo demás, cada vez más se acerca a cauces de moderación que deberían rebajar la histeria irracional de nuestra poco ilustrada y mal llamada elite.

El plan de gobierno de Keiko Fujimori era superior al de Castillo, el solvente Carranza lo hubiera hecho mejor que Francke, y era la ocasión idónea para un gobierno de derecha que aplicase un shock capitalista capaz de romper la inercia centrista de los últimos lustros, pero debe aceptarse que el país no lo ha querido así, que antes que razones primaron sentimientos antiestablishment que el profesor Pedro Castillo supo capitalizar electoralmente mejor que Keiko Fujimori.

No es ese talante democrático el que alienta a las huestes de la tribu ultraderechista peruana. A su racismo y clasismo, que tornan inaceptable a un personaje como Castillo, le suma un talante abiertamente antidemocrático, que desde ya la convierte en una amenaza nacional sobre la que hay que advertir.

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Keiko Fujimori, Pedro Castillo, Ultraderecha

Allí sigue, en su cuenta de twitter, incólume, el post del presidente electo Pedro Castillo, distorsionando la verdad al atribuir la muerte de un correligionario a la acción violenta de un grupo fanático de la ultraderecha y reclamando que su muerte no puede quedar impune.

El tuit, lanzado precipitadamente a las dos de la madrugada, revela claramente el intento de utilizar políticamente una tragedia sin darse el mínimo trabajo de verificar la realidad de los hechos.

Haría bien Castillo en rectificarse, pedir disculpas y, sobre todo, aprender de lo sucedido para no reiterar error semejante más adelante, cuando ya sea presidente en ejercicio.

Un error de ese calibre le puede costar la Presidencia. Un mandatario que mienta o cometa un error semejante puede verse expuesto, ante un Congreso en el que no tiene mayoría y no cuenta además con los votos suficientes para evitar una vacancia (tiene solo 42 votos seguros, entre los 37 de Perú Libre y los 5 de Juntos por el Perú, y necesitaría 44 para estar a salvo), a un descalabro fatal.

La gravedad del cargo de jefe de Estado exige una severidad que no puede exponerse a dislates de semejante calibre. Es cierto que somos humanos y cometemos errores y un Presidente no está libre de cometerlos, pero lo que acá queda claro es que el señor Castillo no revela propósito de enmienda ni voluntad política de rectificación.

El poder es la peor droga. La circulina es más potente que la cocaína. Lo peor que le podría ocurrir a un mandatario poco preparado, con enormes precariedades políticas, es entregarse al cauce de la precipitación o el exceso, imbuido del alto cargo que ni siquiera aún ocupa.

De por sí, los pronósticos políticos de la gestión de Castillo no son buenos. Aún a pesar de su saludable moderación económica, hay tremendos problemas por delante para los que no parece correctamente equipado y que van a requerir de una sabiduría particular, que por cierto no se aprecia en este poco feliz tuit.

Manejarse en medio de una pandemia que aún no cesa, resolver las enormes expectativas que sobre su gestión se ha generado en millones de peruanos -la mitad del país-, atender el teje y maneje de un Congreso donde no tiene mayoría, no son poca cosa, y van a exigir un manejo serio y responsable, una mano de estadista, no la perseverancia de un candidato beligerante e irresponsable.

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circulina, Congreso, Pedro Castillo

A propósito del día internacional del orgullo LGTBIQ (lesbiana, gay, trans, bisexual, intersexual y queer) celebrado este lunes en el mundo y en nuestro país, cabe manifestar sincera preocupación por la proliferación de futuros parlamentarios conservadores en el próximo Congreso de la República.

Por lo pronto, los de la bancada de Perú Libre sumados a los de Renovación Popular ya constituyen un número significativo (37 más 13, suman 50), a los que se sumarán, sin duda, parlamentarios de bancadas como Avanza País, Podemos, Alianza para el Progreso, del keikismo o de Somos Perú, y que a la postre seguramente harán mayoría congresal.

Ello nos hará ir a contramarcha de la tendencia mundial a favor de las libertades morales e individuales concomitantes al desarrollo del capitalismo liberal, que en líneas generales ha permitido que el feminismo o el arte contemporáneo, como expresiones contestatarias, se sumen a la causa de la diversidad sexual como elementos propios de una cultura moderna.

El erotismo humano tiene cada vez más libertad de expresar y manifestar su inmensa complejidad y variedad, que paulatinamente hará que, inclusive, la heterosexualidad excluyente sea minoritaria. Los seres humanos, liberados de las ataduras biológicas del instinto animal, hemos logrado desplegar un erotismo saludable fuera de los imperativos genéticos.

Es absolutamente normal en términos psíquicos la multiplicidad de fórmulas eróticas que se despliegan en las sociedades liberales. No hay patología ni motivo de discriminación alguno.

Se espera, en consecuencia, que la legislación respectiva de los países que acogen el reino de las libertades se adecúe a esa realidad y supere atavismos excluyentes y discriminatorios.

Mal pronóstico tiene esta causa de la libertad con el nuevo Congreso próximamente entrante. Será necesario movilizar a la sociedad civil, a los colectivos activistas y a los líderes de opinion liberales -sean de derecha o de izquierda- para impedir que se retroceda en una lucha esencial, tan importante como la defensa de las libertades políticas o económicas.

No hay sociedad liberal ni democrática que se pueda preciar de serlo si no incorpora en su orden establecido el más profundo respeto y tolerancia por las hoy minorías eróticas que pronto serán predominantes. Es una causa de la modernidad que se debe mantener en ristre.

 

El anuncio de Pedro Castillo y su posterior efectivización, de invitar a Julio Velarde a que se mantenga como presidente del Banco Central de Reserva, ha generado turbamulta al interior de Perú Libre y de su bancada, y muestra que el camino de la eventual moderación del presidente electo no estará libre de turbulencias y zozobra.

Pero lo interesante de reflexionar es si acaso, el acceso al poder por parte de la izquierda, con la dosis de realismo y pragmatismo a la que está obligado un gobernante que no sea un desquiciado (como lo fue el primer Alan García), termina por generar la edificación de una izquierda moderna, capaz de aceptar que es perfectamente posible construir una opción de políticas públicas de izquierda junto al respeto a los principios básicos de una economía de mercado.

Esta elección tan polarizada va a producir un decantamiento tanto en la derecha como en la izquierda. Ya en la derecha, el keikismo ha empezado a tomar distancia de las posturas maximalistas de la ultraderecha (ojalá lleve al keikismo a recuperar el centrismo liberal-populista de sus orígenes y abandone el nicho de la ultraderecha que tanto daño le hizo en los últimos cinco años).

Lo mismo puede suceder en la izquierda si Castillo rompe con los sectores cerronistas radicales y decide seguir el camino de la sensatez macroeconómica y si, además, abandona, así sea solo por pragmatismo, la idea de convocar a una Asamblea Constituyente. Puede terminar siendo el germen de una izquierda moderna. Castillo, por su arraigo popular, lograría lo que el elitismo de la izquierda mendocista no pudo hacer en sendas ocasiones.

Al Perú le convendría que se fortalezcan posturas de izquierda y derecha relativamente liberales, que permitan trazar en perspectiva un escenario de eventual rotación en el poder sin que eso suponga que el tablero de la gobernabilidad estalle en mil pedazos cada cinco años.

Sería bueno que el final de la transición post Fujimori dé pie a un escenario democrático a la chilena, y no a la entronización de opciones extremistas de ambos lados, que lo único que harían, a la postre, sería destruir los cauces democráticos en los que nos venimos moviendo, a pesar de todo, hace más de veinte años.

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izquierda moderna, Julio Velarde, Perú Libre

Si Keiko Fujimori continúa su distanciamiento de la ultraderecha peruana, puesto de manifiesto en su reticencia a acudir al mitin convocado en el Campo de Marte este último sábado y en el señalamiento en su propio mitin de que aceptaría los resultados del Jurado Nacional de Elecciones, puede mirar con perspectiva política optimista su futuro.

Gran parte de las desgracias del keikismo se han debido al proceso de derechización y conservadurización de los últimos cinco años, distorsionando el fujimorismo heredado, construyendo una plataforma ultra que, como consecuencia de ello, se dedicó a sabotear a un gobierno como el de PPK al que, de no haber sido por esa derechización extrema, debió haber apoyado sin ambages. Hoy Keiko sería presidenta si eso hubiera hecho.

En estos momentos, lo que le corresponde es aceptar su derrota apenas el JNE proclame a Pedro Castillo, dejar de interponer recursos dilatorios, y cuando ello ocurra acercarse a saludarlo cortésmente como corresponde en una democracia decente.

No está obligada a fungir de comparsa del gobierno de Castillo. Debe ser oposición. Eso es lo que esperan los que votaron por ella. Su opción de centroderecha está reñida con los postulados de un gobierno de izquierda como el que quiere hacer realidad Castillo y frente a la convicción de que eso no es lo que le conviene al país en estos momentos, lo natural es que el keikismo sea un dique de contención de cualquier arrebato populista y extremista del nuevo régimen.

Pero esa oposición debe ser leal, sin trampas. Frontal, pero transparente. Recia cuando se trate de defender los fueros parlamentarios y, más aún, cuando Castillo pretenda llevar al país al camino de la zozobra con su terca insistencia en convocar a una Asamblea Constituyente.

Keiko debe tener paciencia. Su destino judicial no es inexorable. Se espera que en instancias superiores o supremas se calibre el despropósito de tildar de organización criminal a Fuerza Popular y a ella de cabecilla por haber recibido aportes en negro durante anteriores campañas. Consagrada su inocencia podrá recuperar aún más del capital político que sorprendentemente logró reconstruir en esta última campaña.

El antikeikismo ha disminuido notablemente. Empezó la campaña con 70% de la población contraria. Ipsos, en encuesta de ayer, pregunta sobre las razones de los votantes de Castillo para haber marcado el lápiz: solo un 27% señala que fue por evitar que el fujimorismo llegue al poder. Keiko tiene futuro político y debe calcular con esa perspectiva los pasos que da.

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