Este fin de semana que pasó, de camino a las ciudades de Ayacucho y Andahuaylas, así como de camino a una comunidad campesina, pude leer y terminar la reciente publicación de Jaime Bayly titulado “Los Genios” (Galaxia Gutenberg, 2023).
Desde esos lugares bucólicos pude imaginarme los recorridos de Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa por Londres, Madrid, Barcelona, París y Nueva York, ciudades de pecado, del deseo y las letras. Pude imaginarme también las amistades de ambos con Pablo Neruda, Picasso, Julio Cortazar, Carmen Ballces y Jorge Edwards.
Obra realmente importante para indagar la vida cotidiana de los genios del boom latinoamericano en la literatura, de cómo fueron elaborando sus obras, sus más grandes libros. Y no solo eso, en el texto se puede apreciar también de cómo sus vidas personales influían en el desarrollo de la creación literaria, de cómo -a partir de la capacidad de pensar historias- podían definir quién es el villano y quienes los héroes, como si fueran Dios haciendo y tejiendo los grandes escenarios de puestas en escena.
No falta, claro está, los argumentos que Jaime Bayly agrega a través de ciertas pensamientos, deseos y dudas a los genios que -en cierto momento- convivieron, se frecuentaron, en la ciudad de Barcelona. Porque quien ha leído o escuchado a Bayly conoce esas travesuras y licencias literarias que se permite. Travesuras afiebradas de erotismo y dudas existenciales acerca del amor, la vida y Lima, la horrible.
A través de las páginas del libro uno va a poder sentir -producto de una forma de escribir tan fácil de entender- que uno pudo estar ahí, junto a los del boom de la literatura latinoamericana, como un extra, como un tercero caminando por las calles de Londres, Madrid, Barcelona, París o Nueva York. Ese extra que se da el lujo de ver, más que comprender, cómo los egos literarios diseñan -a través de sus vidas- historias. Historias que movieron la racionalidad occidental al punto de llegarse a convertir en premio nobel.
El comentario que aquí realizo sobre “Los Genios” no es la de un crítico literario, en lo más mínimo; por el contrario, es la de un aficionado, un aspirante a escribidor. O la de un simple lector de literatura.