Las elecciones del año 2021 trajeron consigo, producto del vendaval de corruptela de Odebrecht y del vacunagte en el gobierno de Vizcarra, una elección polarizante, de extremos, en la que agendas y organización de minorías activas (léase gremios magisteriales, rondas campesinas, movimientos de la iglesia, entre otras) hicieron del escenario político una afrenta, un versus, por el modelo económico.
Es evidente que toda dinámica económica tiene ciertos desgastes, pero sostener que no ha funcionado es una necedad. Al respecto cabe preguntarse, ¿qué pasó para que el sentido común de la gente sostenga tal afirmación impulsada por la izquierda radical? Y digo radical porque si dicho sector hubiese pensado y escrito -maduramente, como se hacen en otras latitudes- que se ha contribuido a la libertad política y económica en el tiempo y funcionamiento del modelo económico, se hubiese pasado a debatir sobre lo que falta, sobre las reformas que conduzcan hacia una calidad del ejercicio de las libertades ciudadanas.
Pero no, la izquierda radical ha construido un relato (y aquí está el fondo del problema) que nada ha funcionado. O que si ha funcionado ha sido para una pequeña minoría. Al viejo estilo freudiano, quieren cambiar la constitución para “refundar” el país. Papel por realidad. Ha funcionado también el relato porque la izquierda radical, al dejar la formación de partido, ha tomado por asalto la academia, las organizaciones civiles, las redes sociales y espacios de la opinión pública a nombre de la “independencia”. Si uno pregunta a varios de ese sector, indican que son independientes y no con tendencia ideológica.
Esa situación contribuyó al contexto político actual, dado que la mirada de confesión política que poseen no invita al diálogo fructífero, tolerante y de respeto a la mirada política partidaria e institucional; por el contrario, invita al poco profesionalismo, a expandir la idea tribal de que, “si no piensas como yo, te excluyo”. Y a utilizar, y monetizar sus arcas desde los noventa hasta ahora, levantando banderas de lucha anticorrupción, de defensa de derechos humanos, de derechos ambientales y de minorías étnicas y sexuales. Claro, con la confesión política de por medio para ser defendido, porque sino se pertenece a la cofradía de la izquierda radical no merece tener el agraviado defensa alguna; merece la diatriba y, de ser el caso, la denuncia.
Eso es lo que actualmente vemos y eso lo que, desde una mirada sensata, se debe cambiar. Cambiar para invitar a construir diálogo y entendimiento con la inmensa mayoría del país que ha logrado – a lo largo de décadas- poseer una propiedad, educar a sus hijos y generar ingresos a través de la creación de riqueza. El cambio pasa por reformar el país y no para llevar al abismo lo construido sensatamente por décadas.