Lerner, Roberto

La buena estupidez

"Mi mente cuentista, la mente sesgada y la posibilidad de usarla para reírse de uno mismo, son los ingredientes que permiten ser idiotas de la mejor manera."

“No seas idiota”, o cualquiera de los muchos sinónimos con los que nos referimos a las igualmente múltiples formas de la estupidez humana, es algo que hemos escuchado y dicho frecuentemente a lo largo de nuestras vidas. Probablemente los destinatarios y de quienes viene esa expresión son personas muy cercanas, desde familiares —entre consanguíneos y políticos, en primer lugar la pareja—, hasta compañeros de trabajo, pasando por mejores amigos. Si contamos las veces que el asunto ha sido pensado pero no pronunciado, debemos estar hablando de una de las caracterizaciones más frecuentes de los individuos y sus conductas.

En realidad, es una misión imposible, vale decir, eso de no ser idiota. Porque todos lo somos, muchas veces, de alguna manera, desde cierta perspectiva. ¿Será, entonces, que lo único que queda es reconocer el menú de estulticias que nos caracterizan y, si es factible, escoger la menos dañina, o, quizá, aprender a ejercerla de la manera más inteligente?

De paso, quienes logran lo anterior tienden a ser más felices, paradójicamente más seguros, más sanos desde el punto de vista emocional y navegan con mayor resiliencia las aguas bravas de la vida, que hoy se anuncian más frecuentes y procelosas. Son, digamos, estoicos por naturaleza.

¿Y de qué depende eso?

Ciertamente no de la capacidad de detectar patrones lingüísticos, secuencias de números, analizar conceptos, derivar conclusiones a partir de la inspección de tablas y gráficos, y todas esas habilidades que conducen a un buen desempeño profesional en la sociedad moderna. Tampoco de dimensiones más blandas del funcionamiento mental, como la creatividad, la imaginación, la prudencia o el autocontrol.

Entonces, debemos buscar en otro lado.

En primer lugar, el ejercicio de la estupidez benigna tiene que ver con la aceptación de que todos, absolutamente todos los seres humanos somos cuentistas: armamos historias en las que, sobre todo cuando nos miramos en el espejo, quedamos razonablemente bien. Entender que en los momentos importantes somos personajes de un relato que contamos, más que expositores de un caso legal o una teoría científica. No es la verdad la que está en juego sino la verosimilitud de la trama.

En segundo lugar, la estolidez sabia está asociada con el conocimiento de las trampas de la mente y los sesgos que la caracterizan. Es la capacidad de entender que no se trata de coeficientes intelectuales deficientes ni deshonestidad, sino que es un funcionamiento que tiende a privilegiar primeras impresiones, preferir datos que confirman creencias,  sobreestimar conocimientos y habilidades propias, confundir ruido y señal, y desconocer la naturaleza probabilística del universo.

Finalmente, quizá lo más importante para la necedad productiva, está el sentido del humor, la capacidad de ver, incluso la búsqueda activa de aquello que no tiene sentido, que parece como una broma de mal gusto, que es risible, ridículo e irónico en las ocurrencias de la vida, también en las más trascendentes, y sobre todo en las que nos tienen como protagonistas.

Mi mente cuentista, la mente sesgada y la posibilidad de usarla para reírse de uno mismo, son los ingredientes que permiten ser idiotas de la mejor manera.

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