Jorge Luis Tineo - Sudaca.Pe

Talking Heads: Redescubriendo un legado innovador y vibrante

Si el CBGB -legendario local de conciertos, en la zona más bohemia de Nueva York a mediados de los setenta -hubiera sido un salón de colegio, los Talking Heads tendrían que ser el equivalente a los nerds, los chancones de la clase. En medio de la rabia de los Ramones, la sensualidad de Blondie y la fibra rockera de Television y Patti Smith, el cuarteto conmocionó a la efervescente escena neoyorquina con una música sofisticada y bailable, vestimenta común y corriente, ritmos inspirados en el funk y letras inteligentes acerca de relaciones humanas, reflexiones sociopolíticas y personajes controversiales.

Tras casi dos décadas de su última aparición pública -en el 2002 se reunieron, por primera vez desde 1984 para tocar en la ceremonia de su inducción al Salón de la Fama del Rock And Roll-, tres hechos han reactivado el interés mundial por esta banda, pionera de la new wave: el estreno en Broadway, en octubre del 2019, de American Utopia, un musical de David Byrne elaborado sobre la base de diversos éxitos del grupo y de su prolífica carrera en solitario (que también existe como documental, dirigido por Spike Lee); el Grammy por sus logros artísticos (Lifetime Achievement Award) que recibieron este año; y la publicación de Remain in love, autobiografía de Chris Frantz publicada en julio de 2020, libro en el que cuenta la historia de Talking Heads y las dificultades que produjeron su agria separación, en 1989.

Byrne, compositor creativo, guitarrista y cantante de voz atenorada y amplio registro, nació en Escocia pero vivió en Maryland, EE.UU., desde los 10 años. En la escuela de arte y diseño de Baltimore conoció a una inquieta pareja de músicos, el baterista Chris Frantz y la bajista/guitarrista Tina Weymouth. Los tres se mudaron a Nueva York y formaron The Artistics. Al poco tiempo se les uniría Jerry Harrison, guitarrista y tecladista que acababa de salir de la formación original de The Modern Lovers, la misteriosa banda de Jonathan Richman. Pronto, cambiaron su nombre a Talking Heads y, de la mano del productor Seymour Stein (cabeza de Sire Records), consiguieron ser parte del cartel del CBGB, cuna del punk norteamericano.

Para muchos, el mayor aporte de Talking Heads es haber tendido un puente entre la música popular anglosajona con la riqueza sonora y polirrítmica del África, primero a través de sus derivados afroamericanos -funk, soul-, evidente en su primeras dos producciones Talking Heads: 77 y More songs about buildings and food (1977 y 1978); y, luego, con el afrobeat, género que Fela Kuti trajo desde Nigeria, con álbumes como Fear of music (1979) y, principalmente, Remain in light (1980) y Speaking in tongues (1983). Basta con escuchar temas como I Zimbra (con Robert Fripp, de King Crimson, como invitado en guitarra), Cities o Slippery people para entender eso.

Para mí, Talking Heads hizo, además de esta extraordinaria colección de canciones que van de lo divertido a lo experimental, de lo oscuro a lo sarcástico, de lo africano a lo marciano, una contribución muy especial con sus videoclips, alterando las imágenes para crear situaciones imposibles y mundos paralelos, al estilo de Peter Gabriel o David Bowie. Pensemos por ejemplo en Burning down the house, éxito de su quinto álbum Speaking in tongues (1983); la extraordinaria And she was (LP Little creatures, de 1986, cuyo coro es usado por Soda Stereo como coda de Picnic en el 4to. B durante su gira de despedida Me verás volver) o Blind, de Naked, su octavo y último disco, de 1988, en que ya asoman los ritmos latinos que luego Byrne desarrollaría, en extenso, en su álbum de 1989, Rei Momo.

Gran parte de este multicolor estilo proviene de la personalidad excéntrica y, a la vez, introvertida de David Byrne. De aspecto frío y desconectado, el creador de clásicos de finales de los setenta como Psycho killer (1977) o Heaven (1979)– es el principal responsable de la evolución del grupo. Si bien es cierto el trabajo de composición era 100% colectivo, Byrne se encargaba de las letras y de definir la estética visual y sonora de Talking Heads. Como narra Frantz en su interesante libro, David fue, desde el principio, el motor del grupo pero también su más grande problema, debido a que su excesivo control lo llevó a desconocer los aportes de los otros tres. De hecho, fue esta actitud díscola la que motivó el quiebre final, en momentos en que gozaban de enorme aceptación entre el público y la crítica especializada. Byrne trata de justificar la pésima conducta que tuvo con sus ex compañeros, aduciendo que padece de una «modalidad funcional de autismo». Tina Weymouth lo describió alguna vez como «una persona incapaz de retribuir la amistad que se le ofrece».

David Byrne, cuyo comportamiento social y aspecto físico podrían haber inspirado a los creadores de Sheldon Cooper, el genio antisocial de The Big Bang Theory, ha tenido una muy exitosa carrera como solista, a la que podríamos dedicar un artículo completo, con exploraciones musicales que lo llevaron, entre otras cosas, a formar el sello Luaka Bop Records y descubrir al mundo de la música internacional a artistas de la talla del brasileño Tom Zé o nuestra Susana Baca. En cuanto a los miembros restantes, jamás dejaron de hacer música, aunque no alcanzaron la resonancia comercial de su extraño camarada. Mientras que Harrison se dedicó a la producción de conocidas bandas alternativas noventeras como Violent Femmes, Crash Test Dummies o Live; la pareja Weymouth/Frantz se mantuvo activa con su propio grupo, Tom Tom Club, además de producir los discos que lanzaron a la fama al hijo de Bob Marley, Ziggy, entre 1987 y 1990. Los tres lanzaron, en 1996, el álbum No Talking just Heads, con un elenco de destacados vocalistas invitados: Debbie Harry (Blondie), Johnette Napolitano (Concrete Blonde), Michael Hutchence (INXS), entre otros. La aventura les costó una denuncia de parte de Byrne, quien consideró que era “un obvio intento por hacer caja con el nombre de Talking Heads”.

Otra de sus innegables contribuciones fue acercar géneros aparentemente disfuncionales -new wave, post-punk, electrónica, funk, rock, afrobeat- y convertirlos en una amalgama natural y agradable al oído. La asociación, desde su segundo LP, con el productor, compositor y multi-instrumentista Brian Eno fue fundamental para ello, tanto como la inclusión del guitarrista Adrian Belew y del tecladista Bernie Worrell, legendario integrante de Parliament Funkadelic, así como de un colectivo de músicos y coristas afroamericanos que ampliaron el formato de la banda, convirtiéndola en una máquina de ritmos contagiosos y orgánicos, como podemos comprobar en Stop Making Sense, película dirigida por el cineasta Johnatan Demme en 1984. El concierto, filmado en diciembre de 1983 en el Teatro Pantages de Hollywood, California, es una vibrante experiencia audiovisual que muestra a los Talking Heads en su mejor momento, durante la que se convertiría en su última gira oficial.

Un repaso por su catálogo nos permite entender esa amplitud de estilos. Once in a lifetime (Remain in light, 1980), por ejemplo, con aquel video en el que Byrne ironiza sobre las ridículas actitudes de los tele-evangelistas, sirve también para exhibir su fascinación por los ritmos y cosmovisiones africanas. En Road to nowhere (Little creatures, 1985), juega con el country y los coros gospel y grafica, en su respectivo videoclip, la evolución de la clásica familia perfecta. Y en Wild wild life (True stories, 1986) hace una divertida parodia de los artistas y estilos de moda, en clave de estricto pop-rock ochentero. Este video es una de las escenas de True stories, largometraje que Byrne urdió para criticar, con un estilo de humor agudo y surrealista, el estilo de vida de los Estados Unidos, y que hoy forma parte de la prestigiosa colección Criterion, que lanzó el film en DVD el año 2018.

Por cierto, hay una razón más por la cual el legado de Talking Heads regresó a las notas sobre música y cultura de importantes medios alrededor del mundo: los 40 años que cumplió su cuarta producción discográfica, Remain in light, la que cimentó su estilo integrador de estilos electrónicos y étnicos. El disco, considerado el mejor de 1980 por la revista especializada Sounds, contiene los éxitos Once in a lifetime y House in motion, además de intensos temas como Crosseyed and painless, The great curve o Listening wind. Para celebrar este aniversario, el guitarrista/tecladista Jerry Harrison había anunciado una serie de conciertos en el que estaría acompañado de Adrian Belew –que participó de las grabaciones originales- y Turkuaz, una sensacional banda de jazz y funk integrada por diez jóvenes egresados de la prestigiosa escuela de música de Berklee. Lamentablemente, la pandemia frustró estas presentaciones, canceladas hasta nuevo aviso. Pero aquí los podemos ver, en cuarentena, tocando Psycho killer y Houses in motion.

Tags:

Talking Heads

Mas artículos del autor:

"King Crimson 1981-1984: A propósito de Beat, el acontecimiento musical del año"
"Rolex, música y otros temas (a)temporales"
"Semana Santa musical: Dos títulos emblemáticos"
x