fabrizio Ricalde

Una cachetada que ejemplifica un Hollywood modificado

¿Qué ha pasado con los Premios Oscar? Desde una cachetada, a un erupto y a un pésimo control de calidad.

“Ya no somos el club cool”. Jim Carrey logró poner en palabras simples pero elegantes lo vivido el último domingo en los Oscar. Hollywood se ha alejado de su glamoroso pasado y hoy es un lugar donde hay cabida para el caos, el desorden y lo ordinario. Will Smith le ha dado a la industria un mensaje contuntende en la forma de una cachetada. Hollywood ya no tiene carácter, ya no. 

Una gala desarreglada, sin un claro centro de atención, con múltiples chistes reciclados y momentos predecibles. No se ponen de acuerdo ni en cómo entregar los premios técnicos, que fueron anunciados antes de la ceremonia. Homenajes aletargados y carentes de emoción, lo único rescatable del repertorio fueron las canciones de Encanto, que igual distan mucho del espectáculo añorado.

Y todo se corona con una doble violencia verbal y física que no fue solucionada ahí, en vivo, dando la sensación de que en Hollywood pues sí, todo vale. Porque al final incluso estamos dispuestos a premiar y aplaudir a una persona agresiva, tóxica y visiblemente inestable. Will Smith debió ser retirado del auditorio y darle el premio enviado a su casa, sin posibilidad de recibirlo con normalidad. 

Pero lo de Smith fue solo un recordatorio de ese deslucimiento. Los Oscar han cambiado por completo en los últimos diez a veinte años. Hoy más que nunca una película gana porque tiene una gran campaña de marketing y porque lleva consigo el discurso político más valorado por los votantes. De nada importan los esfuerzos técnicos o cinematográficos. Hollywood ha perdido control de calidad.

CODA es una película bonita y con un gran significado. El mensaje del amor lo puede todo, incluso transformar los lazos familiares arraigados por décadas. Pero es una película menor. Bordea el telefilme. Fue concebida como una película menor para plataforma digital, con un guión ameno sin giros, sin sorpresas, dispuesto a hacer llorar. 

The Power of the Dog hubiera ganado si alguien la hubiera entendido. Con mucha timidez comparte un argumento donde la homosexualidad hace cien años es el tema principal. Pero pasa desapercibido. Es demasiado oscura (porque apagaron la luz, no por su narrativa), demasiado poética y subjetiva, y pues demasiado aburrida para atraer la atención de la mayoría de votantes. 

Dune fue la más nominada y la más ganadora de la noche. De entre toda las producciones del año, técnicamente Dune es impecable. Como pasó antes con Mad Max o Inception, la ciencia ficción se ha impuesto como la película más apreciada por los especialistas de la industria. Pero su complicada historia carente de significado en el mundo real es imposible que triunfe más allá. 

Las interpretaciones que dieron ganadores en mejor actuación no son nada mejor que las anteriores películas. King Richard es un drama familiar convencional con una transformación mínima para actor tan experimentado como Smith, y Tammy Faye podría caer incluso en la sobreactuación por parte de Jessica Chastain, dada en una película menor que pasó casi desapercibida. 

En ambos casos el premio es otorgado por sus largas carreras y ambas campañas de relaciones públicas para finalmente ser considerados parte del selecto grupo de actores ganadores. También, en el caso de Will, debido a su popularidad. Son esos premios entregados porque “ya es hora” de premiarlos y “si no es ahora entonces cuando”. Vale decir que ambos actores son también productores en sus películas, por lo que tuvieron el control absoluto de sus personajes. 

Y finalmente Ariana DeBose es premiada por su primera película. Su actuación tiene fuerza y es lo único rescatable de un remake olvidable, pero está lejos de ser, nuevamente, una demostración de control de calidad en la Academia. Y quizás en su discurso se justifica el por qué del premio. Ese reconocimiento a su identidad de género que da unos puntos más de equidad a la institución.

Todo esto es así porque la Academia ha pasado por cambios trascendentales en las últimas décadas. Solía ser un club de pocos especialistas o tradicionales productores de cine estadounidenses que elegían lo que más les gustaba. Hoy, en el camino de universalización de la industria para conectarla al mundo entero, acepta a muchos miembros de todas las edades y orígenes.

Ya no hay un común denominador entre los votantes. Son una masa enorme que con el tiempo se dividirá entre grupos focales menores (como hacen todas las sociedades) y es por eso que hoy tenemos películas animadas nominadas, de ciencia ficción o incluso extranjeras. También a ello se debe la politización total del espectáculo, donde solo gana lo “políticamente aceptable” o lo que suena más representativo en el mundo de Twitter.

Llevar la industria y los premios a más personas en todo el mundo es un esfuerzo notable. El peligro está en que esto finalmente se vuelva una reunión de miles donde se ha perdido por completo el sentido técnico del premio, el control de calidad y las tradiciones. Donde pues se lleva al estrado una traductora al japonés que no es necesitada por cinco minutos, actores sin ropa asisten a la gala, un presentador erupta en vivo o un actor insulta y pega a otro en el estrado. 

 

 

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Cine, Oscar

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