No se dejen engañar por el título de este artículo. Que sepamos, el gran poeta y patriota cubano José Martí nunca pisó tierra peruana. Pero lo traigo a colación porque este último 28 de enero se cumplieron 170 años de su nacimiento y cada vez que lo releo (es uno de mis autores favoritos) siento como si hubiera escrito sobre la situación actual del Perú y de América Latina.
José Julián Martí Pérez nació en La Habana en 1853 y desde la adolescencia se consagró a la causa de la independencia cubana. Recordemos que en esos años Cuba era todavía, junto con Puerto Rico, una de las últimas colonias españolas en el Nuevo Mundo. Fue encarcelado, condenado a trabajos forzados y exiliado desde los 17 años. Increíble que una persona tan joven pasara por torturas y maltratos y no se quebrara ante el despotismo. Su ideal por la libertad y su amor al pueblo cubano fueron insobornables.
Pero no abundemos en su biografía, que está bastante estudiada. Basta decir que uno de sus exilios, el de Estados Unidos por diez años, dio lugar a la organización del segundo intento de emancipación en 1888, bajo la dirección del Partido Revolucionario Cubano, que él fundó en Nueva York. Consecuente como pocos, volvió a la Isla para luchar contra los españoles y cayó abatido en la batalla de Dos Ríos en 1895, a los 42 años apenas.
Martí es uno de esos casos raros en que se juntan las armas y las letras para producir una obra de energía insoslayable. Su vida nutrió su arte y viceversa. Como poeta (lo mismo que Javier Heraud, Roque Dalton y varios más) entregó su vida por la causa revolucionaria y no se calló la boca a la hora de denunciar y atacar las injusticias.
Sin embargo, mucho más que un político, Martí era un pensador con una visión integral de la vida, en que la virtud, la nobleza de espíritu y el sacrificio eran valores imprescindibles para el mejoramiento de la especie humana. Siempre en favor del desvalido y contra todo tipo de abusos, su palabra llegó a las cumbres de la originalidad y la elocuencia.
Por ejemplo, en su célebre ensayo «Nuestra América», de 1891, comienza trazando las limitaciones de una visión reduccionista de los problemas globales o del país entero: «Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo en la cabeza, sino con las armas en la almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra».
«Las armas del juicio», señala, y «trincheras de ideas». El pensamiento debe dirigir la acción, no los apetitos menudos ni los egoísmos de los grupúsculos poderosos. ¿Suena conocido?
Si Martí viviera en el Perú sin duda habría condenado la masacre de más de sesenta peruanos durante las protestas y las estructuras de un poder que es incapaz de reconocer sus errores y la necesidad de irse a casa y dejar que se democraticen el ejercicio político y la economía.
Cuando se encontraba en su primer exilio en España, escribió un largo poema en homenaje a sus correligionarios, los patriotas asesinados por el poder colonial:
A mis hermanos muertos el 27 de noviembre (1872)
¡Cadáveres amados los que un día ensueños fuisteis de la Patria mía, arrojad, arrojad sobre mi frente polvo de vuestros huesos carcomidos! ¡Tocad mi corazón con vuestras manos! ¡Gemid a mis oídos! ¡Cada uno ha de ser de mis gemidos Lágrimas de uno más de los tiranos! ¡Andad a mi redor; vagad en tanto Que mi ser vuestro espíritu recibe, Y dadme de las tumbas el espanto, Que es poco ya para llorar el llanto Cuando en infame esclavitud se vive! |
Palabras mayores. Es hora de que nuestros poetas aprendan algo de modelos como el de Martí si quieren estar del lado de la historia y no quedar en onanismos y nostalgias de postal.
Despierten, poetas.